Linda Peretz toma un té en la vereda de un bar frente a la Casa del Teatro. A pesar de la segunda ola de Covid la Ciudad no detiene su ritmo. Hay quienes se paran frente a ella y la saludan. El mozo la conoce. Linda observa varias veces ese edificio monumental que es la Casa, ubicado sobre Avenida Santa Fe, entre los barrios porteños de Recoleta y Retiro. Parece haber encontrado en ese gigante de cemento su misión en esta etapa de la vida. “Pongo mi corazón, mi cuerpo. Estoy muy entregada. Aprendí a entender que el otro me necesita”, dice, y menciona varias veces la palabra “sincrodestino”, un término acuñado por Deepak Chopra.

En la Casa del Teatro viven actualmente 29 personas mayores que en el pasado se dedicaron a la actuación. Todes ya recibieron la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus, algo que tranquiliza a Linda, presidenta de la comisión directiva de este lugar sin igual en otro país del mundo. Lo que la intranquiliza, hace tiempo, es la deuda que el espacio tiene con AFIP y ANSES. Al primer organismo debe 8 millones; al segundo, 4. “Tratamos en lo posible de tener recursos, con la boutique, los alquileres (de locales del edificio), venta de barbijos. Fabricamos unos barbijos con el logo de la Casa del Teatro. Todo esto es mínimo al lado de la deuda que tenemos, pero algo es algo, todo colabora”, detalla Linda, quien no pierde el optimismo. La Casa recibe subsidios de Nación y de Ciudad.

El edificio se erige entre comercios y es un auténtico ejemplar art decó, de diez pisos, entre los que se distribuyen oficinas del Instituto Nacional del Teatro, la sala del Regina, una capilla, comedor, cocina y los dormitorios de sus habitantes. “Ahí hay como una pirámide, del lado de atrás, que termina como si fuera una pirámide maya”, señala la actriz desde el bar. La cúpula es un cubo que, en cada uno de sus lados, contiene máscaras todas iguales. “No son las del teatro. Parecerían, pero no. Son máscaras como hacían los mayas, aztecas o incas. No se sabe qué hay dentro del cubo. Seguramente es hueco. Me encantaría meterme adentro algún día.” A los costados la Casa tiene dos locales. Uno es alquilado a un negocio de ropa, el otro abrirá pronto como cafetería. En la fachada hay una pantalla que va rotando avisos publicitarios y también se ve el cartel de la comedia musical Nikita.

Ni bien se atraviesan las puertas de la Casa, ubicada exactamente en Avenida Santa Fe 1243, se ve una gran cantidad de ropa exhibida. Está por todo el hall y en un espacio contiguo que conforma una suerte de pecera. En el hall está la ropa de la feria; en la pecera, la de la boutique. Son dos de las herramientas que mencionaba Peretz para la subsistencia del lugar, pensadas para poder continuar con la misión de la cantante lírica portuguesa Regina Paccini, fundadora de esta residencia para artistas que inauguró en 1938. La feria existía antes de que Linda fuese presidenta de la comisión directiva, pero sólo abría durante el invierno, en vacaciones. Ella la volvió permanente y también creó la boutique.

Lo que más se vende son los trajecitos de Mirtha Legrand”, revela. Ya casi no queda nada de la diva en oferta. En un maniquí hay un Jorge Ibáñez auténtico que era de ella.  Un traje de Mirtha puede costar 17 mil pesos o más, pero no todo vale cinco cifras en la "feria de los artistas". Es que no toda es ropa de famosos. Cualquier vecino puede hacer una donación. La ventaja es que la ganancia completa queda para el funcionamiento del espacio. “No mentimos”, aclara José, uno de los empleados. Lo que otrora perteneció a celebridades tiene un cartel que lo avisa, a diferencia del resto, de la ropa anónima.

En un extremo del hall están reunidos en perchas los vestidos donados por las Oreiro, rojos en su mayoría; en otro extremo, los modelos despampanantes de Roberto Piazza. Hay algunos trajes de novia en maniquíes. Se ven varios trajes de Linda, también. En varias vitrinas se acumulan accesorios. Se pueden encontrar sombreros, zapatos, carteras, corbatas y un largo etcétera. 

La ropa es abrazada por numerosas placas otorgadas a la Casa y fotos de actores y actrices que prácticamente no dejan hueco en las paredes. Son retratos de Anne Marie Heinrich en su mayoría y también de Oscar Balducci. Al ingresar se puede apreciar una Tita Merello en cartapesta, de la autoría de Linda, quien también se dedica a las artes visuales y realizará en los próximos meses una exposición de pinturas llamada Chicas rotas de pandemia. A la izquierda del hall, una oficina alberga el "museo del traje". En diferentes maniquíes se ven vestuarios de Laura Hidalgo, Lolita Torres, Pedrito Rico, Guillermo Bredeston, Mercedes Sosa, Iris Marga, Zully Moreno, Rosa Rosen, Nelly Meden, Olinda Bozan, Beatriz Salomón, Libertad Lamarque y Alba Solís. Son trajes, todos, de personas fallecidas. No están a la venta. 

"En un momento dado me pasaron cosas que no me gustaron. Me divorcié (de Carlos Rottemberg); no me gustó. No me gustó que mi marido haya cruzado la calle. Sufrí --confiesa Linda--. Y después dije '¡no! Pare de sufrir'. Empecé a aceptar y soy mucho más feliz ahora. Estoy muy conectada con el poder superior. Me llegó el momento de hacer estas cosas. Cuando hacía La flaca escopeta o No seré feliz pero tengo marido siempre colaboraba, tenía el corazoncito puesto en pensar en el otro. Pero no como ahora."

*La feria y la boutique de la Casa del Teatro se pueden visitar los lunes, miércoles, viernes, sábados y domingos de 14 a 18.