La cazadora tiene boca en los ojos y muerde a distancia. Desovilla palabras como una niña que se niega a concluir el juego; podría tejer y destejer sin temor a perder el tiempo. Paula Maffía es una poeta indómita que encuentra en las formas breves otra manera de habitar ese hogar en construcción permanente, como fundadora de Las Taradas y La Cosa Mostra, con seis discos editados, más participaciones en teatro, cine y performances. La cantante y compositora se vuelve mamífera, vegetal, insoportablemente viva, en Verso (Emecé), su primer libro con poemas, haikus y el texto de algunas de sus canciones más emblemáticas, como “Por qué ruge la leona” o “Polvo”.

Maffía (Buenos Aires, 1983) presenta a su familia felina por Zoom. Vito –que decidió “dormir para siempre”- está erguido y elegante en forma de naranjo. Mongo, el atigradito muy hablador, en cada movimiento exhibe su bella vanidad. Paquita, la más viejita, busca ovillarse y descansar. “Tengo un metejón con los animales desde que me conozco. Fue muy difícil socializar cuando era chiquita y entender que tenía que comportarme de una manera, seguir reglas que no tenían ningún sentido, que me parecían caprichosas. Y me fui por un mundo de fábulas, donde los animales somos los protagonistas”, cuenta la cantautora y poeta en la entrevista con Página/12. “Me gusta tener un punto de vista mamífero y convivir con animales, que es algo que hice siempre y espero nunca dejar de hacerlo porque está muy mal olvidarnos que somos parte de un sistema mucho más grande que no sólo está incompleto, sino que es erróneo. Así como veo a mi gata durmiendo, cuando se le mueve el cuerpito y de pronto se despierta asustada porque soñó algo, sé que compartimos afectos y generamos familiaridad. Es importante abrirse hacia esa sensibilidad”.

-¿Por qué incluiste algunas de tus canciones en Verso?

-Las canciones que incluí tienen un anclaje muy fuerte en el texto. Todas mis canciones tienen esa neurosis, pero algunas salen de una idea que me tomo un tiempo en desarrollar; en algunas voy enhebrando una hebra de melodía, una hebra de armonía y una hebra de letra, generando una especie de tejido más orgánico entre todas las partes. Para mí es un muy distinto escribir una canción que escribir un texto. La exigencia de que un texto sea stand alone, que se autoporte, es distinto al texto barrenando arriba de una intención rítmica, melódica y armónica. Con la música vengo acompañada y siento que soy un batallón. La música la busco de otra manera, me llega de otra manera y la preparo de otra manera. A mí se me juega la vida en la música; el premio es muy grande, pero también es un camino muy cuesta arriba. Todos los textos de Verso son esquirlas que no entraron en las canciones.

-El libro es muy visual desde lo estético, con la inclusión de tus propios dibujos. ¿Cómo fue la experiencia de trabajarlo?

-No es que trabajé el libro y se lo presenté a la editorial. En la música yo genero obra, la decido grabar y una vez grabada empiezo a hacer una especie de “cita” con los distintos sellos para ver quién lo edita y cómo lo edita. En este caso vino una editorial multinacional a decirme: “nos interesa tu obra; hay un espacio para que hagas algo. ¿Qué nos podés dar?”. Empecé a revisar cosas muy viejas que tenía anotadas en apuntes y me obligó a hacer un trabajo de archivo muy grande. Fue muy encantador volver a encontrarme con mi voz, corroborarme, despedirme de otras cosas. La mayoría de los dibujos fueron hechos para el libro; cosas que me iban apareciendo en la medida en que aparecía el material. Hay cosas que escribí pensando puntualmente que iba a escribir un libro de poesía: “me pongo en poeta” ... y ahí empezaron a surgir textos y más textos. Fui convocada, me pagaron y un equipo increíble trabajó conmigo. La gente está comprando el libro y lo está comentando. ¡Es increíble!

-”Podés ponerte/ las ropas del poeta/ pero nunca su palabra”, se lee en uno de los poemas breves. ¿Te sentís poeta?

-No me siento poeta en el sentido riguroso de lo que es ser poeta, como disciplina que tiene un tufo canónico y un legado muy grande. Pero también ser cantautora tiene un legado muy grande; Homero era poeta y además cantautor. Ser poeta está muy cerca de ser música, pero mi aproximación tan irrespetuosa a la poesía es través del juego y de una abundancia exagerada, donde no aplico un filtro como lo aplico en mi música y eso me quita un poco esa autoridad que la poesía oficial requiere.

-¿Te cuesta jugar con las palabras? ¿Buscás mucho o aparece fácilmente?

-Me viene solo y soy insoportable. Como una nena de cuatro años, estoy todo el tiempo comparando cosas; hay algo de descubrimiento científico porque estoy atenta a las asociaciones que hay entre dos signos. Muchas veces hay asociaciones obligadas que cuando las suspendés y comparás una palabra con otra aparecen cosas muy poderosas. Para mí es poderoso abolir las asociaciones obligadas de los signos; es como ver el cielo y de pronto dejar de ver las constelaciones que nos enseñaron, que venimos viendo desde la antigua Grecia hasta ahora, y empezar a decir: “hay otras constelaciones; yo puedo agrupar las estrellas de la manera en que a mí se me antoje. Yo puedo armar mi propia carta astral”.

-¿Qué pasa cuando escribís sobre el amor?

-El amor es un tema que me obsesiona. Me obsesionan esas entelequias de las que podemos seguir diciendo cosas y nunca llegamos a un lugar porque es algo líquido. Hay un montón de grandes pasiones que no logramos agarrar y que nos llevan a lugares completamente antagónicos. Pensemos que hasta hace no mucho se llamaba “crimen pasional” al femicidio. Esos eufemismos consiguen que el amor de lugar a todo lo opuesto: a la aniquilación. Mi música también habla del amor y siento que estoy estudiando al amor. Y puedo hacer esto porque mientras tanto, mientras me diluyo estudiando algo que no se agarra, que es casi filosófico, hay otra gente escribiendo sobre lo inmediato. Ahora debería venir una instancia un poco más propositiva. Me parece cómodo habitar un lugar de denuncia y de queja. Tengo ganas de seguir tratando el asunto, pero desde un lugar fijo y eso es un cambio radical. Me estoy dejando habitar y lo que hago es mantener mi tierra húmeda. Escribo mi diario y sigo apoyando en la hoja lo que se viene a mi mente.