“La canción pop buena es sobre sentimientos tóxicos. No hay canción pop buena que trate de sentimientos positivos. No existe tal cosa como una canción pop feliz y buena, no se me ocurre ninguna”, asegura Flavio Lira, a través de la pantalla de un zoom que viene directo desde Montevideo, Uruguay. Después de la disolución de Carmen Sandiego –una banda pequeña pero influyente, fundacional de la escena indie uruguaya de principio de siglo, que él lideró por una década– este es el año de Amigovio, su alter ego y proyecto solista, que llega con su primer disco homónimo: un collage extraordinario de memorabilia kitsch y melodrama, con gran respeto por el pop y por el veneno.

Portada del disco de Amigovio, debut como solista de Flavio Lira

Ahora Flavio Lira trabaja como profesor de inglés para niños de escuelas del interior de su país por vía remota. Es un trabajo desafiante: la pandemia profundizó una brecha en el acceso a las tecnologías que él intenta paliar con tiempo y trabajo extra. Ahí se siente bien, se siente útil. En otro momento, Lira fue uno de esos personajes urbanos que parecen constitutivos de sus ciudades de origen. En un mundo pre-pandemia, en Montevideo, era un chico muy reconocible no solo por su música, sino por sus varios años de trabajo en la Cinemateca Uruguaya –la que ahora, en su nueva ubicación, tiene la famosa fachada donde directores como Alfred Hitchcock y Lucrecia Martel posan como figuras santificadas– y donde él hizo prácticamente de todo. Desde cortador de boletos hasta proyeccionista, pasando por programador de ciclos a escritor de subtitulados.

Aunque es originalmente crítico de cine, Flavio Lira le dio a la Cinemateca francamente casi todo de sí. Por eso, cuando lo despidieron, en el 2019, se sintió un poco vacío. Y cuando, meses después, terminó una relación de siete años y, su banda, Carmen Sandiego, se deshizo de forma definitiva, para él, reinó el caos. Pero al final, y como casi siempre, las que sobrevivieron fueron las canciones.

“Capaz hay gente que prefiere la autenticidad, la naturalidad. A mí eso me parece un poco aburrido. Creo que fue Kim Gordon la que dijo que la gente que va a ver una banda está pagando por ver a alguien creer en sí mismo”, dice Flavio, refiriéndose a la cantante y bajista de Sonic Youth. Después de la disolución de Carmen Sandiego, él, que es un treintañero más o menos tímido, en camisa leñadora, con unos ojos soñolientos y tristes, y que escribe canciones confesionales, se ocupó de reconstruir en el escenario a la diva trash que siempre quiso ser: no una diva pop común, sino una con metralleta. Y se paseó por los escenarios uruguayos, y a veces tambien argentinos --o al menos porteños--, con su remera de David Bisbal y su teclado casiotone, cantando en plan karaoke, esas nuevas canciones solistas sobre desamor, estrellas porno y mascotas muertas. Y convirtiendo toda la amabilidad y la alegría previsible de la bandera LGBTIQ+ en un humor absurdo y trágico, cínico y sentimental. “A mi no me interesaba el formato de cantautor, guitarrita y voz, siempre me pareció divertido bizarrearla un poco. También era jugar un poco con que, bueno, yo no tengo el físico de una diva pop bailarina entonces ponerme a hacer esas cosas y generar una especie de shock era divertido. Estar en el terreno de un crooner pero también en el humor de una drag queen”, cuenta Flavio.

Su disco homónimo lo lanzó este verano pandémico, el 14 de febrero, para amplificar la desidia. Le tomó dos años terminarlo. Es un chico, dice, de trabajo lento. En ese tiempo compuso y grabó junto a Fabrizio Rossi y Francisco Trujillo, músicos y productores de bandas uruguayas como Mux y Cielos de Plomo, y así parió diez intensas canciones sobre el fin: de algo, del amor, de la amistad, de una banda o de una película grabada en VHS. El disco es, también, un objeto de consumo lento, como estancado en otra época. Si se tiene el objeto en mano, se llega a la música escaneando un código QR inserto en un fanzine hecho especialmente por el artista Joel Correa. El fanzine es un homenaje a la revista Butt –una publicación europea famosa y trash, mezcla de porno gay y, claro, artículos de lectura interesantísimos– en el que Flavio se dedicó a fotografiar culos de hombres y recopilar dibujos para ilustrar sus canciones. Para el lanzamiento, además, armó La película de Amigovio, donde una decena de artistas –como Eva Dans, la directora de Carmen Vidal, Mujer Detective, la película del momento en Montevideo, o el chileno Bernardo Quesney, que dirigió clips para Javiera Mena– editaron videos de found footage para darle vida a cada una de las canciones del disco en Youtube. “Creo que todo esto también tiene que ver con la naturaleza del disco, que es como un patchwork, un mixtape. Hay mucho trabajo de memoria emotiva, de referencia a cosas del pasado, tiene una cosa retro, porosa, de material de segunda mano. Quería potenciar esa idea, que hubiese un correlato visual”.

Todas las frases en las canciones de Flavio Lira podrían ser frases de un libro de aforismos tristes de los años 2000 o de nicknames perdidos en MSN para la generación que conoció Soulseek. Algunos de sus oyentes comentan en las redes que Flavio Lira es algo así como un Stephin Merritt uruguayo. También podría ser algo así como los Pet Shop Boys de temas como “Sólo me decís te amo cuando estás borracho” o “Te amo, vos me pagás el alquiler”. O absolutamente nada de eso. Pero sin ninguna duda, las mejores letras de su generación le pertenecen.

Al principio de siglo, la banda Carmen Sandiego nació como un dúo formado por Flavio y Leticia Skrycky, dos jovencitos al principio de sus veintes que, como muchos otros, empezaron grabando canciones en los baños de las casas de sus madres y abuelas. Sus amigos los habían presentado con la esperanza de que fueran novios, pero ellos, gays ambos, hicieron en cambio una banda sucesivamente oscura, enfadada, graciosa y extraordinaria. Al comienzo fueron un dúo, pero más tarde se sumaron al proyecto músicos como Ezequiel Rivero, Matías Lens y, en la recta final, Lucía Riera. Sus letras memorables, sus canciones originales –grabadas con guitarras criollas y juguetes, y después con guitarras eléctricas y sintetizadores– sus seis discos perfectos, los convirtieron en una banda pequeña pero tremendamente reconocible: canciones para fans de los lados B. Con nombres como “Mi novio Gremlin”, “Chernobyl”, “Asco al sexo” o “Dandy rasca”. Con homenajes a Leonardo Favio, Roxy Music o Los Punsetes con la misma intensidad. Y con letras muy, muy inusuales: una chica que espera una llamada telefónica con la misma expectativa que un desastre nuclear. Un chico que imagina oficios posibles para olvidar a su novio: guía turístico, tarotista, ventrílocuo. Un dúo de amigos que planea asesinar a sus ex compañeros de colegio en la reunión de egresados. Un chico que le cuenta al chico que le rompió el corazón cómo se masturba pensando en su novio.

Con la melancolía heredada de los 90, del indie español, argentino y norteamericano, del desenfado de la movida madrileña y de una cultura queer en clave punk, muy lejos del optimismo y el entendimiento familiar de nuestros días, Carmen Sandiego tuvo un momento de gran actividad. Testimonio perfecto de la música indie latinoamericana, que antes de convertirse en una especie de fórmula, en el principio de los dos mil, aún parecía una posibilidad lúdica extraordinaria, testimonio de una existencia mucho más comunitaria y libre.

En Uruguay, fueron parte de una comunidad que incluía bandas como 3Pecados, Genuflexos, La Hermana Menor y la aún en actividad Eté y los Problems, y más lateralmente, también a un solista como Dani Umpi. A Buenos Aires los Carmen Sandiego vinieron varias veces, y tocaron en lugares pequeños pero siempre repletos, entregando shows intensos y memorables. Como también llenaron lugares pequeños de Chile y Perú. Muchas veces sus amigos han bromeado con esto: algunas de esas canciones pop perfectas y extrañas podrían tranquilamente haber sonado en radios mainstream de Latinoamérica. Pero a ellos no les importaba. Simplemente las escribían y –como efectivamente sucedió en el caso de una de sus canciones más entrañables, con auténtica pasta de hit– les ponían títulos peleados con cualquier forma de difusión radial como “Eructo de semen”.

Flavio Lira (Foto: Jess Moncalvo)

“Creo que lo que pasa es que odio la demagogia en todas sus formas”, dice Flavio, que en la era del amor festivo, de la poligamia y la responsabilidad afectiva, retoma para su proyecto solista, un tópico muy clásico: el desgarro de una ruptura amorosa y toda su amargura y su rococó. Y que ahora, en plena cuarentena, logró armarse una banda nueva y espera el momento para volver al escenario.

“No vas a ser feliz conmigo pero tampoco con alguien más”, canta Amigovio en su primer single, “Oxxo”. En el video –minimalista y genial– un chico con máscara de pato baila en planos fijos frente a estaciones de servicio, pistas de skate y calles montevideanas. Increíblemente, el disco de Amigovio está pensado como un disco bailable. Pero, claro, dice él, es un disco para bailar solo. Lo completan canciones como “Putos tristes”, “La capucha” o “Lancome L’Oreal Nivea”, un tema donde le cuenta a su ex que todas las cremas que dejó no pudieron curarlo de nada. “Me parece que los sentimientos de por sí son, aunque odio la palabra, tóxicos. Involucran siempre un gran grado de egoísmo propio”, confiesa Flavio Lira, que calcula, tendrá un disco nuevo recién dentro de tres años: ya lo dijo, es un chico de trabajo lento. “Entonces están bien las relaciones abiertas, deconstruidas y demás. Hay que probarlo todo, aunque a mi no me funcionó. Pero también tiene que estar claro que el sufrimiento existe. Negar la idea de sufrimiento me parece más tóxico que todo. Cosas malas van a pasar y más vale que estés preparado”.