Una buena selección de cine, organizada con criterio, siempre es bienvenida. Si se trata de cine italiano, la atracción es todavía mayor; en este caso a través de títulos contemporáneos, para ser disfrutados en casa y con acceso gratuito. Con una nueva edición, dedicada a las Bellas Artes, vuelve Al Cinema!, el ciclo organizado por el Consulado General de Italia en Rosario, en colaboración con el Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires y el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires.

En esta ocasión, el ciclo se compone del programa siguiente: hasta mañana podrá disfrutarse de Sangue del mio sangue (2015), de Marco Bellocchio; del 13/5 al 18/5: Michelangelo Infinito (2017), de Emanuele Imbucci; del 20/5 al 25/5: Dietro gli occhiali Bianchi (2015), de Valerio Ruiz; del 27/5 al 1/6: Il capitale umano (2013), de Paolo Virzì; del 3/6 al 8/6: I villeggianti (2018), de Valeria Bruni-Tedeschi; del 10/6 al 15/6: Sicilian Ghost Story (2017), de Fabio Grassadonia y Antonio Piazza.

Al ciclo se le suma una edición paralela y especial, dedicada a Ettore Scola y Federico Fellini con la película Che strano chiamarsi Federico (2013), que Scola dedicara a su amigo y maestro. El documental, entrañable por cierto, se inscribe en la conmemoración del 90° aniversario del nacimiento de Ettore Scola y continúa la celebración dedicada al centenario del nacimiento de Fellini. Che strano chiamarsi Federico estará disponible a partir de hoy hasta el 16 de mayo. Para todas las películas la inscripción es gratuita, y los links respectivos de acceso a las funciones pueden consultarse en el sitio web del Consulado General de Italia en Rosario.

Si no se vio Sangue del mio sangue (Sangre de mi sangre), del gran Marco Bellocchio (La nodriza, Vincere, Bella addormentata), aquí está la posibilidad de acercarse a un relato dual y sorprendente, repartido entre los secretos de un convento en el siglo XVII y el ocaso de un viejo vampiro del presente. El ámbito es el mismo: las calles del pueblo de Bobbio, que articulan una letanía medieval aún palpable entre las luces citadinas. El paso del tiempo marca arrugas de siglos, en paredes y rostros, mientras lo que permanece larvado elige las sombras y se esconde de las fotos.

Presentación de Sangre de mi sangre.

Entre aquel primer episodio y éste, en el film de Bellocchio persiste una misma sensación, de vampirización y hechizo sexual, rodeado de religión e intereses económicos. El mismo lugar que fuera un convento, yace ahora en manos de un millonario imbécil con alguna intención hotelera. De igual modo, el conde que lo habita supo hábilmente manipular ciertos hilos que garantizaran la supervivencia de los suyos, que ahora huelen el peligro; es que a la puerta tocan los golpes de un mundo distinto.

Por otro lado, Bellocchio es capaz de abordar el destrato y vejamen hacia la mujer, que enmarca en el personaje de Benedetta (Lidiya Liberman), por quien un cura se habría suicidado. Hacia allí llega un hermano mellizo (Pier Giorgio Bellocchio), tal vez para reiterar la misma historia del muerto, mientras Benedetta resiste imperturbable las torturas inquisidoras. La réplica, el doblez, atraviesan al relato desde varias referencias, con Benedetta como una posible bruja, por ser capaz de vencer por locura a quien la mire; así como el conde viejo del presente, todavía con algo de brillo atractivo en su mirar, aun cuando –colmo vampírico- deba ir al dentista.

La siguiente película del ciclo, Michelangelo Infinito, elige aproximarse el genio del artista desde una recreación que enhebra el relato de, justamente, Giorgio Vasari (interpretado por Ivano Marescotti). El primer historiador de las artes conduce el recorrido por la obra y arte de Miguel Ángel (Enrico Lo Verso), quien a su vez habla y se recuerda a sí mismo, mientras pregunta al mármol para saber qué quitar, dónde y cómo golpear y acariciar. El film de Emanuele Imbucci ofrece una semblanza biográfica donde destacan las aproximaciones de la cámara sobre las obras aludidas, para acercar relieves y texturas. Buonarrotti aparece en el marco de un retrato que sabe sobre lo imposible de su empresa, si bien capaz de atrapar algunos momentos del genio inconmensurable, que ya el mismo título de la película expresa de modo suficiente.

La tercera película es, por lo menos, imperdible, ya que Dietro gli occhiali bianchi (Detrás de los anteojos blancos) cifra en el título su razón de ser, dedicada como está a la vida de la directora Lina Wertmüller. En el documental de Valerio Ruiz conviven testimonios y archivos de carácter variado, donde voces como las de Martin Scorsese, Sophia Loren, Harvey Keitel, Giancarlo Giannini, delinean referencias sobre la realizadora de Mimí metalúrgico y Pascualino Siete Bellezas.

Justamente, la Wertmüller fue asistente de Federico Fellini en 8 1/2, lo que lleva a encontrar un vínculo preciso con la cuarta de las películas disponibles hasta el momento: Qué extraño llamarse Federico, una obra sentida y plena de afecto, la última que realizara el director de Sucios, feos y malos antes de despedirse. De la cual, vale recordar, hubo largas semanas de cartel en El Cairo Cine Público.