Hay un cuerpo, es el que portamos, al que le ofrecemos cancelar sus necesidades básicas (o al menos eso intentamos hacer --si es que se puede--): comer, beber, dormir, etc. Este cuerpo, como sabemos, no es un puro organismo sino no podríamos nombrarlo “cuerpo”. En su libro Cuerpos afectados, Lujan Iuale dice: “Los cuerpos afectados arriban a nuestros consultorios. Llegan perturbados por palabras, palabras que los han 'tocado', que han quedado resonando o que han perdido su eco y sin embargo se las arreglan para hacerse oir desfiguradamente. Los cuerpos afectados llegan mortificados por lesiones lacerantes que no responden a los esfuerzos de la ciencia médica. (...) De muertos que les pesan y de los que no pueden liberarse; de goces que no pueden reconocer como propios; de desconciertos sin sentido o de certezas coaguladas”. (Iuale, 2018, p.17).

En el último tiempo se ha observado un incremento, haciendo una generalización, de casos de insomnio, falta de apetito o devoración (excesos en comer, tomar, fumar, consumir, etc); en paralelo también se han incrementado los casos de enfermedades, que en paralelo al covid-19, silenciosas van haciéndose un lugar en “un cuerpo”.

Es en este punto que podemos preguntarnos, más allá de la coyuntura y las medidas político-sanitarias y sociales, ¿estamos angustiados? ¿es angustia lo que nos carcome el pecho, nos abre las bocas, nos hace comer, tomar, fumar de más, nos hace padecer insomnio? ¿Es la angustia la que moviliza los afectos que despierta el distanciamiento social y la pandemia? ¿Es la angustia la que moviliza los afectos que despierta la llamada “batalla contra un enemigo invisible”? ¿Es angustiante saber que existe un virus que no podemos ver y que opera sobre nuestros cuerpos y el de nuestros seres queridos? o ¿el saber que me encuentro obligadamente distanciado del otro? ¿Por qué podríamos decir que el Distanciamiento y la Pandemia despiertan angustia?

Conceptualicemos un poco la angustia, vamos a decir junto a Lacan (1962-1963) que la angustia no es la tristeza, ni la nostalgia, tampoco la angustia es el llanto, ni por mucho ni por poco. La angustia es un afecto y, agrega, “el único afecto que no engaña”. Cuando uno está angustiado no tiene la menor duda de eso. En cambio, hay veces que nos sentimos un poco “bajón” y damos rodeos para nombrar eso, decimos por ejemplo “estoy bajón”, “me da cosa”, “qué se yo, fiaca”, etc.

El afecto tiene una estrecha relación de estructura con lo que es un sujeto, porque toca el cuerpo. El afecto es lo que no está reprimido. “Está desarrumado, va a la deriva”. “Se desplaza, es loco, invertido, pero no está reprimido” (Lacan, 1962-63, p. 23). Lo que está reprimido son los significantes que lo amarran.

En “La interpretación de los sueños”, Freud lo dice así: “Cuando afecto y representación no se compadecen por su índole y por su intensidad, nuestro juicio despierto se extravía” (Freud, 1907, p. 458).

¿A qué representación (palabras) podemos ligar los afectos que nos suscitan día a día la pandemia y el distanciamiento? Si estamos transitando un “real”, como solemos decir los analistas, que no tiene una representación-palabra acabada, algo que nombre y que explique, por ejemplo, cuándo terminará la pandemia, si se podrá matar al virus, cuándo estaremos todos vacunados, cuántas variantes llegaremos a conocer, etc.

En una entrevista que le hacen a Lacan en 1974 dice: “Los científicos disponen de una bella fórmula: que no hay nada de imposible en el real. Hace falta ser un caradura para hacer afirmaciones de ese género, o bien como yo lo sospecho, una ignorancia total acerca de lo que se hace y de lo que se dice (...)”. Y hacia el final de la entrevista agrega: “Solamente por el momento, mientras están en tren de destruir el universo, les viene al espíritu preguntarse si por azar eso que hacen no sería peligroso. ¿Y si todo saltara? ¿Y si las bacterias tan amorosamente elevadas en los blancos laboratorios se trasmutasen en enemigos mortales? (...) Hay tres posiciones imposibles dichas por Freud: gobernar, educar y psicoanalizar. Agregaría una cuarta: la ciencia. Tan cerca como las demás, los científicos no saben que están en una posición insostenible”.

Sin ponernos a tomar partido por los dichos del autor francés podemos articular de manera sencilla si el afecto tiene una relación de estructura con lo que es un sujeto porque toca el cuerpo, entonces irá a buscar o al menos intentará encontrar sus representaciones. A veces lo hace formulando sueños, otras, constuyendo síntomas, etc.

¿Y qué pasa cuando ese afecto que anda “como un loco” recorriendo nuestro cuerpo no encuentra una palabra a la que amarrarse, una explicación, una respuesta, un significado, un sentido?

Aquí tenemos por ejemplo el caso del insomnio donde justamente se constata la imposibilidad de amarre del afecto a una representación-palabra, ya que como sabemos, el insomnio es el no dormir, la no posibilidad de soñar.

Podemos decir, tal como lo piensa el Luis Gusmán[1](2011), que el insomnio debe ser reintegrado en alguna categoría, esto es, no puede quedar establecido en un continuo en el tiempo porque justamente, el dormir es lo que produce un “corte” en el quehacer diario: “Quizás el insomnio no puede ser reintegrado a la continuidad del tiempo lineal. Sería un destiempo, una interrupción en la cadena cronológica de la convención. Hay una necesidad humana de reintegrarlo incluso a la categoría de lo indeterminado”.

Entonces, será interesante poder observar si es que tengo insomnio, cuáles son sus formas y motivos: si es que cuesta conciliar el sueño, si es que se sueña en etapas porque se producen varios “despertares” durante la noche, o si es que se da un acortamiento del sueño, acompañado por un sorpresivo despertar, etc. Ubicar los motivos y las formas del insomnio ya nos reconducirá a esto que Gusman nombra como una “reintegración” en el tiempo cronológico, es decir, será un intento de atrapar al insomnio bajo algún nombre, algún ordenamiento simbólico ya que como sujetos del lenguaje es allí, en el orden simbólico, donde podemos producir ese amarre entre afecto y palabra, y darle un lugar (cuerpo) a esos afectos desamarrados.

Y entonces, ¿a qué representación-palabra podemos ligar los afectos que nos suscitan día a día la pandemia y el distanciamiento? Si no tenemos manera de captar y ordenar en las redes de lo simbólico, de atrapar con palabras lo que significa “coronavirus y pandemia”, cuándo terminará, cuántas cepas habrá, etc. Los afectos andan desamarrados, sin representaciones, por lo que, en el sueño y los síntomas (singulares para cada quien) se intentará anudarlos a alguna representación posible, justamente porque es lo que no está reprimido y por no estarlo es que andan “a la deriva”.

En este “entre tiempo”, como suelo llamar a la pandemia, no será posible desentenderse del cuerpo, el cual, atravesado por palabras y afectos, amarrados o no, hacen un lugar donde habitar el espíritu, el alma. El sujeto sabe de eso, a diferencia del Yo. Lacan (1954-55) lo dice de este modo: “Que el sujeto acabe por creer en el yo es, como tal, una locura” (p. 23). Justamente por estar atravesado por el inconciente, como decía Freud, “El yo no es amo en su propia casa”.

Quizás, más que continuar viendo videos de “cómo ser feliz” y toda la guía didáctica de llegar a un estado de “paz y armonización”, “ser saludables” y demases, haya que empezar por casa y hacernos un espacio donde preguntarnos ¿qué cuerpo estoy habitando en este entre-tiempo? ¿Dónde está mi cuerpo mientras atravieso esta pandemia? A lo mejor nos encontramos con eso que duele, que angustia, que molesta, pero también podemos encontrarnos con lo que alivia, con un deseo al cual podamos darle alguna forma, que se de la mano con nuestro cuerpo para que pueda sostenerse y relanzarse en aquello que nos falta y a lo mejor logramos un saber-hacer con eso: un deslizamiento más alegre en esta vida.

María Florencia González es psicóloga y psicoanalista. Docente UBA. Investigadora UBACyT.


[1]Gusman, L. (2011). “Mil noches en blanco” en Revista Ñ, 26/7/2011.