Desde Santa Fe

El Tribunal Oral de Santa Fe comenzó a juzgar esta semana el martirio en la dictadura de Catalino Páez, el último jefe regional del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y el secuestro de su esposa embarazada, de su hijo Mario de 14 años y de nueve compañeros de militancia, entre febrero y abril de 1980. Las dos primeras audiencias revelaron que el ataque y la persecución del terrorismo de estado asoló a las familias de sus hermanos: María Ceferina y Miguel Páez y a 16 niños, niñas y adolescentes que –en uno de los grupos- fueron secuestrados juntos con sus padres y convertidos en rehenes y -en otros- vulnerados y abandonados. Elba, la esposa de Miguel y sus cuatro hijos (Graciela de 15 años, Miguel Alfredo de 8, Santiago de 5 y Rodolfo, el más chico) estuvieron cautivos más de un mes en la Guardia de Infantería Reforzada –el centro clandestino que operaba el Ejército-, donde los escondían debajo de una escalera para que no los vieran, según los testimonios desconsolados que escucharon los jueces. Los siete hijos de Catalino quedaron abandonados en una fábrica de ladrillos en Lima, provincia de Buenos Aires, donde los secuestran a él, a su compañera y a Mario. La más grande era Mónica de 12 y el más chiquito Ceferino de un año y medio. Y lo mismo ocurrió con los cinco hijos de María Ceferina (Ramona de 14, Susana de 13, Mario de 11, Ramón de 8 y Miguel de 7) que fueron abandonados en Esperanza. “Nos robaron a papá y a mamá a punta de pistola”, relató Miguel, que hoy tiene 52. Y recordó el día más feliz de su vida cuando jugaba en la vereda y vio a lo lejos a su mamá que regresaba a casa. “Nunca corrí tan rápido. Era correr hacia la libertad, esa es la palabra. Ya no había más hambre ni golpes. La abracé. Mami era una coraza, el amor que te cubría, todo lo que nos faltó. Sabía que el mundo iba a cambiar, que tener a mami era tener todo. El día que ella salió, éramos libres. No sé si me explico”, preguntó. Era el 9 de octubre de 1981, un año y meses después del secuestro. Miguel se acuerda bien porque el 14 de octubre es su cumpleaños.

El blanco del terrorismo de estado era Catalino Paez, que se fue de Laguna Paiva con su familia cuando comenzaron a perseguirlo, en 1976. Cuatro años después, lo secuestran en las afueras de Lima, provincia de Buenos Aires, el 15 de febrero de 1980, junto con su esposa Juana y su hijo mayor Mario, de 14 años. Pero antes, la patota atacó a sus dos hermanos para encontrarlo. El 8 de febrero, secuestró a María Ceferina y a su esposo Luis que trabajaba en la zona rural de Esperanza. Y el 12 de febrero, a Miguel Páez, a Elba y a sus cinco hijos que vivían en un campo en Los Pocitos, Esteban Rams, departamento San Cristóbal.

El blanco del terrorismo de estado era Catalino Paez, que se fue de Laguna Paiva con su familia cuando comenzaron a perseguirlo, en 1976. 

Catalino Páez se casó con Juana Medina. Miguel Paez con Elba Medina. Y Luis Medina con María Ceferina Páez. Tres hermanos Páez con tres hermanos Medina. Familias numerosas: Catalino y Juana tenían siete hijos cuando los secuestran con Mario, en la ladrillería de Lima. La octava, María Deolinda Itatí Páez, nació siete meses después del cautiverio, aunque Juana eligió su nombre cuando la encerraron cuatro días en la caja de un camión frigorífico, en las afueras de Santa Fe, mientras escuchaba los tormentos a su esposo. Miguel y Elba tuvieron cuatro hijos –rehenes en la GIR- y Luis y María Ceferina, cinco. Dieciséis niños y niñas entre 15 años y 18 meses bajo el terror del grupo de tareas.

Entre el jueves y el viernes, los jueces del Tribunal, José María Escobar Cello (que lo preside), María Ivón Vella y Luciano Lauría escucharon los testimonios de quince integrantes de las familias Páez y Medina. Hasta ahora, sólo tres de ellos habían declarado en la investigación: Catalino -que falleció en julio de 2016, un mes antes de que el juez Reinaldo Rodríguez ordenara la detención de los cinco imputados en el juicio-. Su esposa Juana que declaró en 2017. Y Mario, que cumplió los 15 en el D2. Los otros doce testigos y víctimas nunca habían testimoniado ante un Tribunal, a 40 años de los hechos. El viernes, el hermano de Catalino, Miguel Paez, su cuñada Elba Medina y su hermana María Ceferina Paez, pudieron relatar por primera vez sus padecimientos y vejámenes a los que fueron sometidos. Y lo mismo sucedió con los chicos que hoy son hombres y mujeres mayores de 40 y 50, que pudieron hablar de las huellas del Estado terrorista en sus vidas.

En los relatos de esa trama del horror, entrecortada por desconsuelos y lágrimas, el abogado querellante de la Asamblea por los Derechos Humanos de Rosario Federico Pagliero recibió un mensaje en su celular, que también lo impactó. Era una “compañera sobreviviente” que seguía el juicio por el canal de youtube. “De tantos años que escuchar testimonios es la primera vez que veo tanta brutalidad sistemática contra niñes”, le escribió. Federico le mostró el whatsapp a su colega Anabel Marconi del equipo jurídico de la APDH, con quién representa a la querella.

“De tantos años que escuchar testimonios es la primera vez que veo tanta brutalidad sistemática contra niñes”

El ataque de la dictadura a los Páez, y el secuestro de once de ellos, entre adultos, adolescentes, niños y niñas se produjo en tres días, en 1980. Operó el mismo grupo de tareas. Aunque en el juicio sólo están imputados cinco ex policías del Departamento Informaciones (D2) por delitos de lesa humanidad contra Catalino, su esposa Juana, su hijo Mario y los nueve compañeros de militancia. Pero no por el martirio de los hermanos y la cuñada de Catalino, ni el secuestro, abandono y estigmatización de los chicos.

*8 de febrero. En Esperanza, fueron secuestrados María Ceferina Páez y en un campo cercano su esposo, Luis Medina, ya fallecido. María trabajaba en la curtiembre de Meiners, entraba a las 5, así que a las 4.30 ya estaba lista para salir en bicicleta. Le golpean la puerta y del otro lado le preguntan si era la hermana de Catalino. “Si, señor”, les contestó. Coparon la casa. Los chicos dormían, se levantaron aterrorizados. El más chiquito, Miguel, que tenía 7 años, contó a los represores. “Eran 18. Los conté”, les dijo a los jueces cuando declaró en el juicio. La patota dio vueltas la casa. “Cortaron los colchones, revisaron por todos lados, pero no encontraron nada porque no había nada”, recordó María. Sus cinco hijos quedaron solos: las dos niñas: Ramona de 14 y Susana de 13 y los tres varones: Mario de 11, Ramón de 8 y Miguel. A ella, la llevaron hasta la comisaría de Esperanza y después siguió la pesadilla: pasó por un centro clandestino donde comenzaron los vejámenes y terminó en la Guardia de Infantería Reforzada, víctima del jefe de la prisión militar Juan Calixto Perizzotti. “Me sacaba a la noche, me pegaba y me violaba”.

-¿Quién era? –le preguntó el fiscal Martín Suárez Faisal.

-Perizzotti –contestó María, que ya había reconocido a su verdugo por la voz.

*12 de febrero. La patota rodea el campo donde vivían Miguel Paez, su esposa Elba Medina y sus cuatro hijos: Graciela (15), Miguel Alfredo (8), José Santiago (5) y Rodolfo, en Los Pocitos, Esteban Rams, en el norte santafesino. A Miguel y a Graciela los encapuchan y torturan con picana eléctrica en la misma casa, a él estaqueado con un lazo de cuero, con el que luego lo llevan maniatado a Santa Fe, donde lo dejan en el D2, en San Martín y Obispo Gelabert. Secuestran a toda la familia porque Elba y los chicos quedan cautivos en la GIR por más de un mes, como rehenes. El fiscal le preguntó si en el ataque a su casa, en el traslado o después había escuchado nombres. -Si, a uno le decían “El Pollo” –contestó Miguel. El apodo del represor Héctor Romeo Colombini, oficial del D2 adscripto al Destacamento de Inteligencia Militar 122 del Ejército. Un día a Miguel le dicen que iban a hacer un viaje largo, lo suben a un camión con caja hermética y van hasta Lima, a buscar a Catalino.

*El grupo de tareas copa la ladrillería donde trabajaba Catalino. El no estaba porque había ido el médico. Lo esperan. “Eran muy violentos”, recordó Juana. A ella y a Mario ya los habían golpeado y arrastrado de los pelos. Juana reconoció a uno de los represores, “Eduardo Riulli que estaba vestido de civil”, y es uno de los imputados en el juicio. Mario también lo identificó y dijo que el policía usaba un gorrito de Colón. Juana dijo que también había un funcionario judicial al que llamó “juez”, que le decía: “Gorda, no te dejés pegar, decí la verdad”. Cuando llegó Catalino, lo secuestran a él. Y los suben a los tres al camión con caja cerrada, donde Miguel seguía de rehén. “Vi a mi cuñado lleno de sangre, muy mal”, dijo Juana. Los chicos quedaron abandonados. Y a ellos los trasladan a Santa Fe, a Miguel y Mario los bajaron en el D2, mientras que Catalino y Juana tuvieron otro destino: una casa de campo –cerca de un rio- donde Catalino fue atormentado. Ella quedó encerrada en la caja del camión, sólo podía ver por una ventanita muy chica. Cursaba un embarazo de dos meses. A los cuatro días, lo vuelven a subir a Catalino, “tenía los ojos cerrados, la lengua hinchada, no podía hablar”, relató Juana. En el encierro, por esa ventanita del camión, ella miraba las estrellas, las tres Marías, pidió por sus hijos y prometió que les pondría sus nombres. El 3 de setiembre de 1980, siete meses después, nació su beba y la llamó María Deolinda Itatí Páez, quien también declaró en el juicio. “María por la Virgen, Deolinda por la Difunta, Itatí si era niña”, les contó ella misma a los jueces.