Soy de la orilla brava del agua turbia y la correntada
Que baja hermosa por su barrosa profundidad
Soy un paisano serio, soy gente del remanso Valerio
Que es donde el cielo remonta el vuelo en el Paraná.

Jorge Fandermole

Para la mayoría de litoraleños y litoraleñas, Paraná es sinónimo de río. No es casualidad.

Maestros y maestras enseñaban que “Parana” (en tupí guaraní y sin acento) es "el canal que recoge y une las aguas hacia el mar“ y por donde fluyen alimentos y memoria.

No fueron las escuelas públicas quienes decidieron olvidar que el río está vivo.

Un misionero no bautizaría al “Paraná” como “hidrovía” para confundirlo con todos los otros únicos y especiales ríos del mundo.

Ningún correntino negaría que al Paraná lo habitan grandiosos dorados y surubíes, modestas mojarritas y diabólicas pirañas (porque pir es pez y aña diablo) y nadie en Rosario renunciaría a la Bajada España o al remanso Valerio.

Tampoco fueron paraguayos, santafesinos ni entrerrianos, quienes mutaron a la “yerba dulce” en Stevia Rebaudiana, ni los quechuas transformaron “qhuya” (mina de extracción de metal) en “Megamining”

Pocas personas ignoran que “una mentira repetida mil veces, se convierte en verdad” y la mayoría sabe que las palabras moldean y cambian percepciones y perspectivas del mundo.

Sin embargo, los nuevos términos son los que figuran en los tratados multinacionales y en los contratos de financiamientode organismos internacionales a instituciones públicas, académicas incluidas.

Aunque expresan la negación simbólica de nuestros intereses políticos y económicos, gracias a su difusión y reproducción, se convirtieron en entidades geopolíticas universales con valor superior al de las soberanías nacionales.

Más.

Resulta incomprensible (y doloroso) que políticos, científicos y comunicadores elijan expresar “la mal llamada Hidrovía” o (“Hidrobia” como ordena el corrector de Google) antes que nombrar al Paraná.

Los provincianos comprendemos que aludir al canal “de la Magdalena” como vestigio geológico del Paraná, resulte innecesario.

Pero la reiteración del término que reemplaza al nombre del río, ni siquiera ahorra caracteres gráficos y formatea consciencias (incluida la propia) para pensar al río exclusivamente, como recurso económico y, por ende para el sentido común neoliberal, de innecesaria reflexión ciudadana y desvinculado de la producción y distribución de la riqueza, la educación o la salud.

La sustitución de nombres y el analfabetismo intelectual sobre la polisemia, no solo cuestionan el patrimonio sensible, histórico o literario de un pueblo.

Disputa los derechos nacionales.

La defensa del patrimonio requiere aprender a saborear sus ricos significados culturales, apreciar paisajes y geografías, señalar bellezas y crueldades, reconocerlas huellas históricas…

El negro Fontanarrosa decía que no existen las malas palabras.

También, reconocía que algunas invisten a categorías formateadas para resignar Soberanía individual y colectiva y se reía de ellas.

A veces, alcanza con reflexionar sobre los resultados efectivos de ODM y ODS (“Objetivos de Desarrollo Sostenible”) como el “Fin de la pobreza” o “Hambre cero”  para registrarla invisibilidad que otorganlos acrónimos.

Otras, con leer a Emir Sader advirtiendo que la “descalificación del populismo que amalgama líderes populares y de ultraderecha es parte del arsenal del neoliberalismo”

No en vano, la insistencia mediática en llamar “globalización” al Imperialismo disolvió la historicidad de un proceso político y económico iniciado en el siglo XVI; permitiendo a los imperios consolidar sus dominios y reeditarse en 1990 como “nueva era”

En tiempos difíciles y de hegemonía mediática, nadie está libre de cometer errores.

Se reconocen los buenos frutos del cultivo de palabras con conciencia de identidad, amor y deseo de un futuro mejo rpero, ayudaría no usar categorías sin cuestionamiento previo.

Constituye un acto de libertad comunicacional negarse a reproducir a “periodistas-para-nada-independientes” y restarles entidad y publicidad.

El “indio misionero” -como los unitarios llamaban a Don José de San Martín- era experto en palabras y símbolos para construir subjetividad.

Así, para probar la excelencia del vino mendocino, lo escanció en botellas con etiquetas malagueñas y dijo, a quienes creyeron insuperable a la bebida “española”: “Ustedes, señores, de vinos no entienden un diablo y se dejan alucinar por rótulos extranjeros”.

Doscientos años después, el cambio de etiquetas sigue siendo una poderosa herramienta cultural. Arte a desarrollar a conciencia por les comunicadores del campo popular.

*Antropóloga UNR