¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? ¿Qué es el hombre? Immanuel Kant sintetiza en cuatro preguntas el alfa y la omega del humanismo. Las tres primeras convergen en la cuarta: el hombre, razón de ser y fundamento del mundo. El Sujeto es principio y finalidad. Ser racional, rey de la creación. Hombre en este caso connota “humanidad” y pretende tener alcance universal.

El humanismo moderno -un atributo del liberalismo- se propuso dominar la naturaleza a partir del conocimiento científico, extender la justicia hacia una paz perpetua y aumentar las ganancias de modo exponencial. Orden, progreso y razón (cuando Cavallo despidió 10.000 empleados públicos explicó que racionalizaba). “Todo lo real es racional y todo lo racional es real”, dirá otro humanista, Hegel. Para el proyecto moderno, la razón llevaría a la felicidad universal. (¡y así estamos!).

“Libertad, igualdad, fraternidad” pregonaban los franceses. No obstante, la escritora y activista de la revolución, Olympe de Gouges, proclamó la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana glosando la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano, y agregando igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Terminó guillotinada.

En definitiva, si la emancipación del sujeto implica el sometimiento de la naturaleza por la ciencia, entonces la liberación del hombre coincide estrictamente con la destrucción de la naturaleza. Y -como demuestra la realidad- la degradación de quienes no alcanza los adláteres impuestos por esos europeos varones, blancos, cristianos, ilustrados y poderosos, ¿quién sino esa minoría especuladora e insensible es el sujeto de la historia? Porque no lo es la mujer, ni el nativo de los pueblos colonizados, ni el animal, ni quienes portan rostros o cuerpos discriminados, menos aún los pobres. En fin, a poco de indagar se revela la verdad, es decir, la miseria del humanismo y la mezquindad de sus herederos. Liberales, libertarios, liberidiotas.

Somos iguales ante la ley, pero en la práctica la paridad se escurre por las alcantarillas. Humanismo -entre otros significantes- implica machismo. Los conquistadores sometían y violaban a las nativas. Algunos les arrancaban los intestinos y las ahorcaban con ellos. ¿En teoría? Igualdad, ¿en la práctica? Crueldad. Saltamos a otros tiempos y mientras las formas cambian, la abyección permanece. Que las mucamas no tomen nuestras combis. No guarde dólares en su casa que el chofer se los robará. Las dueñas de ropa de diseño esclavizan migrantes en talleres clandestinos. Ruindad del neoliberalismo heredero del humanismo.

La Villa 31, entre otras, es una víctima constante del elitismo ejercitado por quienes, en nombre -no ya de la humanidad- sino de la economía, perjudican, abandonan y descartan a quienes, como humanos, valen por sí mismos. No obstante, según Kant, cada subjetividad es un fin, no un medio. Pero esos mismos “humanistas” convierten a millones de humanos en medio (para sus propios fines). En 2020, cuando el virus nos invadió la gente más carenciada fue carne de cañón. Ramona, la vecina villera solidaria, murió por covid. Pocos días antes había denunciado la falta de agua (y otras carencias) que impedían cumplir con las reglas sanitarias. La derecha responsable de ese barrio no escuchó. Se incrementó desde ahí un macabro efecto dominó. Ha transcurrido un año y no solo siguen sin agua, la situación de la villa empeora. Su ubicación lindante con Recoleta representa un valor de cambio inmobiliario (lechuguita para el canario).

Como para poner un freno a tanto delirio humanista, en el siglo XIX surge Friedrich Nietzsche y rompe con su martillo conceptual la teoría del humanismo. Asume la vida en su totalidad, rescata la sensibilidad y el deseo, reafirma la existencia. Considera que los goznes del mundo no giran sobre el Sujeto. Su Zaratustra se rodea de animales y (cual un Sócrates no racionalista) interactúa sin mensurar jerarquías: gente desconocida, Papas jubilados, enanos, volatineros. Tiene su águila y su serpiente. Se aloja en la ciudad de la vaca multicolor y proclama que no hay un principio fundante, pues la vida se da sus propias formas. Cuestiona el logocentrismo humanista, entre otras cosas, porque la sobreabundancia vital y comunitaria es reducidas a los intereses del homo economicus.

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En contraposición al humanismo necrológico, existen otras perspectivas. El filósofo argentino Arturo Roig propone un humanismo latinoamericano. Su punto de partida es un pensador español, Bartolomé de las Casas, que militó contra la esclavitud y denunció las vejaciones infringidas contra la gente nativa. Mejoró el estatus legal de los pueblos originarios y construyó una ética de la dignidad humana. Roig rescata ese espíritu y desarrolla una “moral de emergencia” como quiebre de totalidades opresivas. Su teoría es robusta, pero, ¿por qué insistir con el término humanismo? Los conceptos tienen carga simbólica, el de la modernidad ya demostró su sordidez. ¿Qué tal correrse e inventar otro término acorde con una filosofía solidaria e inclusiva como la roigeana, que también aborda la condición de la mujer? 

¡Ah!, y a todo esto ¿se manifestaban las mujeres en las conquistas aciagas? Sí, muchas de ellas tomando las armas, como la Cacica Gaitana que lideró la gran rebelión de Timaná contra una colonia española en los andes colombianos, en 1538. (Las mujeres indígenas siguen resistiendo, ahora caminan miles de kilómetros para reclamar derechos, como cuenta este suplemento en su edición de hoy). Otras, que no eran nativas, se visibilizaron escribiendo. Dos años antes de la sublevación de Gaitana, en el rudimentario puerto de Buenos Aires, también “pasaban cosas”. Isabel de Guevara le escribía a la reina sobre la violencia machista: “todos los trabajos cargaron sobre las mujeres, nos sustentábamos con poco y no caímos en las mismas flaquezas que ellos. Llegaron a alimentarse con leche de nuestros pechos”. Y para aterrizar de este rápido sobrevuelo por humanismos e inequidades, una cita de Tito Livio. “En cuanto a mí, pienso también obtener un provecho de este trabajo distrayéndome del calamitoso espectáculo del que tanto tiempo ha sido testigo nuestra época” (Sobre la fundación de la ciudad).

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