Durante la década que jugó en Racing el colorado José María González nunca hizo un gol. Tampoco gritó campeón. Los historiadores del período 1928-1938 sentenciaron que aquellas carencias fueron sus grandes deudas con el fútbol. Por suerte, el tiempo sabe cómo burlarse de las estadísticas y de sus apuntadores: hoy la vida de aquel back derecho de melena roja, “aguerrido”, “impasable”, “impetuoso” (como lo definieron en El Gráfico o en La Cancha), y que hizo olvidar al mismísimo flaco Paternoster, protagoniza una obra gráfica y acaso la mejor historieta sobre la atmósfera futbolística del período que comprende el paso del amateurismo al profesionalismo. Pero el premio no termina ahí, el autor es su nieto: el dibujante Jorge González.

Llamarada arranca con una doble fundación: la de Racing Football Club –entre el Riachuelo y las vías del ferrocarril– creado un 25 de marzo de 1903 gracias al empuje de 30 entusiastas y a las divergencias entre dos clubes anteriores como Barracas al Sud y Los Colorados Unidos del Sud; y el nacimiento en la misma barriada bonaerense de un pelirrojo que hoy es recordado como uno de los tres zagueros históricos de Racing junto al mencionado Paternoster y a José “Pechito” Della Torre.

Son los tiempos del barro, del potrero y del pasto. Épocas donde el fútbol se va convirtiendo para los argentinos en una pasión sin límites y para los inmigrantes en una nueva razón de identidad, donde las camisetas varían de colores y diseños (Racing empezó en el ascenso con una de cuatro cuadros celestes y rosas), donde los clubes sueñan con tablones de madera para sus tribunas, y donde todo esfuerzo, físico o económico, era considerado un amor incondicional por el barrio.

Mientras los albicelestes ocupaban en la primera década del siglo XX el lugar del ancestral e imbatible Alumni y la afición les creaba el mote de Academia, para describir la sucesión de títulos obtenidos entre 1913 y 1919, el joven pelirrojo deambulaba por las calles de Avellaneda, por entonces una urbe populosa que en aquellos años concentraba la mayor producción industrial: fábricas de hielo, acero, curtiembres y, los tufos crecientes de un Riachuelo cada vez más oscuro.

Ambos escenarios, los bordes de la ciudad y la infancia de pantalones cortos, fueron ideales para que González, el del pincel, pueda hacer lo que más le gusta: interrumpir la narrativa lógica con la presencia de grandes espacios, paisajes de una soledad pocas veces permitida en los libros de historietas, cuadritos que se expanden (o multiplican) y que parecen irse, incluso, de la doble página, como si quisieran recordarle al lector que hay óleos impresionistas inolvidables como los de Turner o Claude Monet. Cielos grises, pastos altos, orillas sucias junto a las aguas pesadas del Riachuelo, manchas como pájaros y barcos oxidados, siluetas pequeñas que flotan en la inmensidad de la tierra baldía. Y éste es uno de los grandes sellos que distinguen a la obra de González: el deseo de atrapar (pintar) la imagen donde anida el espíritu fundacional argentino. Acaso, la búsqueda del dibujante sea hallar una repuesta a la mítica pregunta borgeana: “¿Y fue por este río de sueñera y de barro que las proas vinieron a fundarme la patria?”.

La cuestión de la identidad argentina anuda toda la obra de González. Radicado hace 25 años en España, y desde hace un tiempo largo en la ciudad de Madrid, él mismo reconoce esa cuestión: “Sí, pareciera ser que hablar de la Argentina o que las historias sucedan allí, es una necesidad y una pregunta por donde empieza a funcionar mi motor”.

El motor del arte de González se escuchó en el mundo de la historieta desde sus primeros y notables libros Hard Story (2001) y Hate Jazz (2006), ambos junto a Horacio Altuna como guionista; y también acá, en la revista Fierro, durante el 2007 con su recordada tira Wilde está a 13.000 km de Madrid, más o menos junto al guionista Hernán González: “Es mi amigo desde hace muchos años. Hicimos esa tira y mucho de Dear Patagonia. Cuando murió Spinetta nos quedamos muy tocados, estábamos tristes y nos juntamos al día siguiente para escuchar sus discos. En esa atmósfera empezamos por primera vez a hablar sobre Llamarada”.

Jorge González

González alcanzó su madurez creativa en sus dos siguientes trabajos, hoy libros ineludibles de la historieta nacional: Fueye que recibió el primer Premio de Novela Gráfica FNAC-Sinsentido en 2009 y Dear Patagonia, señalado como mejor álbum extranjero por Revista BD en 2012.

Si en Fueye el interrogante-motor fue ¿de dónde venimos?, una pregunta que lo llevó a explorar la historia íntima del tango y de sus orígenes (la mafia, los conventillos, la prostitución, los bares y las mujeres imposibles) y también a profundizar en la soledad del inmigrante en una Buenos Aires que se iba haciendo “tan eterna como el agua y el aire”; en Dear Patagonia (donde colaboraron con guiones Altuna, Alejandro Aguado y Hernán González), la pregunta que rugió fue ¿qué hicimos de nosotros? Y las respuestas las buscó en los paisajes de piedra y viento que forman la otra costilla de la identidad nacional: el sur, lo aborigen, sus mitos y sus luchas.

Ambos trabajos están sostenidos por una rigurosa tarea de documentación que, en el caso de González, no puede ser leída como un anecdotario: vicio bastante común en quienes se proponen contar los secretos del lenguaje de la historieta. No. Todos los elementos que el dibujante reúne (cartas, mails, dibujos, objetos, fotografías, tarjetas o recortes de diarios) en algún momento se entretejen con la narración hasta formar parte de la estructura gráfica del libro, como si González quisiera hacer visibles los vasos comunicantes que enlazan al pasado con el presente y con el futuro. Porque de ese hilo imperceptible que une y desune una historia con otra, trata su narrativa gráfica. Lo hizo antes y lo volvió a hacer ahora con Llamarada, libro que le demandó ocho años hasta su edición en Francia en 2019 (La Flamme) por el sello Dupuis. Por suerte, ahora tendrá su edición nacional a través del sello Hotel de las Ideas.


“Cuando Mateo, mi hijo mayor, tenía unos 4 años, iba a una escuela de fútbol. Un día lo vi sentarse sobre el césped y lo hizo de la misma manera que en una foto que tengo de mi abuelo. Además ambos son pelirrojos y tienen el mismo color de piel. Fue un disparo que me dejó turbado. En unos segundos sentí que tenía que juntar a todos los hombres de mi vida”. Eso fue lo que juntó González, el del pincel, en esta nueva historia: el derrotero de vida del defensor racinguista, con el andar de su primer hijo (que también quiso ser jugador de fútbol), y luego sumó su propia historia como dibujante de historietas en España y como padre de dos hijos. “Cuando estaba a punto de terminar el libro nació mi segundo hijo y agregué un capítulo donde él aparece de alguna manera”.

Porque Llamarada no es un libro estrictamente de fútbol. “El fútbol está como sonido de fondo, un hilo, una excusa para meterme con las preguntas que necesitaba hacerme”. Y esas preguntas resuenan fuerte a lo largo de las 280 páginas: ¿qué es ser padre y qué significa ser hijo? ¿Cuál es la verdadera trama que los une? ¿Qué historias secretas, o no dichas quedan pendientes durante esa relación?

En todo eso profundizó el dibujante completando de alguna manera lo que podría llamarse una trilogía sobre la identidad: si el río está presente en Fueye y el desierto en Dear Patagonia, en Llamarada aparece la tierra, ese campo nuestro que sabe intimar con el barro, los picados, y la infancia. “Me gusta la idea de traerme desde el pasado. Cuando hice Fueye no tenía mucha conciencia de esto que hacía pero con el paso de los libros sí, veo que me voy moviendo en esa dirección. Si bien los tres ya están publicados y así quedarán, muchas veces fantaseo con agregar algunas páginas y algunos capítulos para que queden unidos en una historia de 800 páginas”.

Hecha la pregunta, el dibujante comenzó a indagar en su propia historia familiar y lo primero que encontró fue que su padre guardaba un cuaderno que contenía recortes de diarios y revistas de su abuelo, el futbolista. A partir de entonces Llamarada crece como libro, y se impone como un diario sobre la fundación de los González.

Caricatura de José González

Cada fecha consignada en cada capítulo adquiere la relevancia de un hito que jamás cierra porque está íntimamente ligado con el siguiente hito, así: 1903 cuando nace Racing se enlaza con 1938 cuando el zaguero deja el fútbol; y el año 1953 cuando el trabajo es oficina y rutina se une con el hijo del futbolista que recorta diarios para pegar en un cuaderno; lo mismo con 1970 cuando nace el dibujante con el mundial de 1978; y 1985 cuando llega la desgracia a los González con 1988 cuando el dibujante se encuentra con una carta de su abuela que lo impulsa a seguir su destino como historietista, y así, una sucesión de recuerdos encadenados gráficamente (Cádiz, Madrid, Barcelona, Pinamar), hasta que llega el día que el González dibujante le cuenta la historia de su abuelo a su hijo mayor, también pelirrojo.

“Los primeros años todo fue documentarme, bocetar y escribir. Luego vino organizar imágenes e ideas. Miles de fotos y de noticias que pude encontrar en internet: el barrio de Avellaneda, las distintas arquitecturas que tuvo el estadio de Racing, la zona donde fue construido, etc. Lo que recuerdo haber visto en cine, películas como El crack, El hijo del crack, El hincha, Pelota de trapo, etc. Algunos libros claves como Dinámica de lo impensado de Dante Panzeri, junto a libros de sociología sobre fútbol argentino. En uno de mis viajes a Argentina compré, entre otros, uno de Perfumo y otro de Corbatta. También leí todo lo que pude sobre la relación entre padres e hijos. Pero lo más importante es que tenía el cuaderno de recortes de diarios que fue juntando mi padre sobre mi abuelo. Ahí hay de todo, fotos increíbles, notas periodísticas... se puede ver la manera en la que se hablaba de fútbol en los diarios”.

Más allá de la documentación y el estudio –que se filtra como elemento narrativo–, González puso sobre el tablero no solo imaginación, también la propia experiencia: “La relación con mi abuelo era muy buena. Hablaba con él por teléfono durante la semana, me preguntaba sobre mi vida y me consultaba para hacer el Prode y cada año yo iba a Avellaneda a verlo a él y a mi abuela. Yo iba con mis amigos a jugar a los potreros y él siempre venía con nosotros. Mientras jugábamos él se ponía a un costado y escuchaba los partidos por la radio. Cada tanto me llevaba a ver a Racing. La primera vez que vi un partido por la noche fue con él, fue una experiencia que no puedo olvidar. Lo saludaba mucha gente cuando entraba al estadio y más de una vez me llevó al vestuario para saludar a los jugadores. Recuerdo que le di la mano a Cejas, arquero en esos años. Una vez me presentó a Amadeo Carrizo que me dio consejos para atajar. Porque a mi hubiera gustado ser arquero, amaba a Gatti y a Fillol desde el mundial del 78. Mi abuelo me contaba sobre el fútbol de su época y lo distinto que era con fútbol actual. Ellos no jugaban por dinero, la mayor parte de su carrera la hizo como amateur. Años después de profesionalizarse, Racing lo vendió a Lanús y al cabo de unos partidos le dio tanta tristeza de no jugar en su equipo de alma que abandonó su carrera como jugador. Murió en el 85. Lo atropelló un coche cruzando la Av. Mitre en Avellaneda. Mis hijos no lo conocieron pero saben mucho de él. Mateo, el mayor, heredó su color de pelo”.

Si bien, como se dijo, Llamarada no es un libro sobre fútbol, las primeras 30 páginas –por ejemplo, ese maravilloso cuadro doble del arquero estirándose ante una pelota que busca la red– le garantizan a González, sin lugar a dudas, un lugar privilegiado en la memoria argentina de algunos de los hitos más recordados del difícil matrimonio historieta y fútbol como pueden ser Dick el artillero, Tucho, de canillita a campeón; páginas y páginas de Calé, Fontanarrosa y Caloi; momentos de Solano López como en Rolo, el marciano (el partido contra los Pargas), o de El Tomi en los potreros de su Polenta; o el capítulo “El gol” del Perramus II de Breccia-Sasturain; e incluso hasta las historias de El die de Jorge Lucas y las barras de Emilio Utrera.

Al concluir la lectura de Llamarada todavía queda una pregunta por hacer: ¿qué lector podría negarse a pensar que González, el de los botines, se guardó su gol sólo para que muchos años después, frente a un tablero de dibujo, lo hiciera de manera inolvidable su nieto, el González del pincel? 

Llamarada se edita el mes que viene. Se puede reservar en hoteldelasideastienda.com.ar/producto/llamarada-pre-venta