Son las 8 de la noche en Buenos Aires y en la calle casi no hay nadie. Las restricciones para cuidarnos se cumplen bastante bien y el otoño hace su parte. Las luces de las casas y de los departamentos se van encendiendo y las madres de niñes pequeñes no descansan ni aquí ni en Ecuador. Paulina Simon Torres (Licenciada en Comunicación y Literatura ecuatoriana, periodista y crítica cultural), cuyo libro La Madre que puedo ser acaba de re-editarse en su país y en Colombia, se sienta en su casa de Quito para poder charlar virtualmente con Las12 sobre la maternidad en tiempos de pandemia.

“Quise vencer la claustrofobia y salir a la calle a ver la luz del sol. Dejé al niño en brazos de su padre y salí. Sentí como si no hubiera estado fuera en años, sin embargo, todo estaba igual, la única cosa diferente era yo. A las dos cuadras me di cuenta que no llevaba zapatos sino las mismas pantuflas viejas que había usado durante varias semanas dentro de la casa. Tampoco tenía un propósito. Podría ir hasta la esquina, tal vez a la panadería (…) empecé a angustiarme. ¿Qué hacía fuera de mi casa? Se me había olvidado algo. En mi cabeza el bebé lloraba. Creo que lo dejé solo. Recordé que tenía un bebé. Corrí de regreso a casa. La puerta estaba abierta y mi esposo con el niño en brazos. Él no lloraba. Nadie lloraba. Solo yo”, se lee en las primeras páginas del libro en las que se describe la oscuridad del puerperio, ese momento que parece no tener tiempo ni lugar. “La lectura se ha reactualizado, quizá por esa primera claustrofobia que generan los pospartos”, dice Paulina.

¿Te imaginaste que ibas a poder escribir y publicar un libro sobre tus maternidades?

--Nunca me lo imaginé. Fue todo un complot de las propias energías maternas y de las voces femeninas que se unen para hacerse oír. Una periodista ecuatoriana manejaba una plataforma virtual feminista y me pidió que escribiera sobre mi maternidad; yo ya lo hacía desde hacía años en un blog y en twitter, pero para esta entrega hice un pequeño ensayo que se llamó “Yo, mala madre” que se leyó y se compartió tanto que llegó a las manos de una editora argentina de Paidós y ella me envío un mail diciendo: “¿Quisieras escribir un libro?”. En principio fue como un sueño, una editorial de verdad interesada en la maternidad como algo distinto de un manual de crianza o de una sátira y también, porque un texto así, en mi país hubiera sido impublicable. Luego la escritura tuvo sus días de sueño y sus días de pesadilla, tener dos hijos pequeñitos, un trabajo, una casa que manejar y un libro que escribir, hicieron los seis meses más intensos de mi vida y el tiempo posterior también tuvo su propio posparto complicado para mí.

¿Cómo está siendo criar en este contexto de pandemia en donde las tribus de madres sólo se sostienen por WathsApp?

--En Ecuador las restricciones siguen siendo muy duras, casi tanto como al inicio de la pandemia. Tuve oportunidad de escribir el año pasado para una revista un artículo titulado: “Un universo que odia a los niños” porque en mi país como en tantos otros, la reactivación comenzó por los bares y los centros comerciales, pero los parques infantiles siguieron cerrados durante meses. Se da en general muy poca importancia a este tema en el ámbito público, si los niños y sus madres no somos clientes, entonces no valen nada nuestras necesidades. Con mi tribu nos hemos dado modo de vernos con los niños, pero con poca frecuencia y cierto temor aún.

La española Carolina Del Olmo explicó en Dónde está mi tribu las consecuencias nefastas del capitalismo sobre la maternidad. ¿De qué manera operaron los grupos de crianza? ¿Cómo es criar en Ecuador?

--Tuve la fortuna de encontrarme con un grupo que se denominaba "Regazo de madres": éramos todas mujeres solas en sus departamentos con bebés sin saber qué hacer, sin entender qué había pasado con nuestras vidas; y nos encontramos. Hay varios grupos, algunos vinculados a la lactancia y yo pienso que a partir de la publicación de “La madre que puedo ser” también se activaron muchos otros espacios de encuentro y de diálogo.

¿Es posible llevar a la práctica una crianza feminista?

--Cada vez es un tema más fuerte y presente el de la crianza feminista en Ecuador: hay varios grupos en los que por ejemplo se trabaja mucho a partir del parto respetado, tomando consciencia sobre la violencia obstétrica y eso es un gran logro en nuestro tiempo. Mi país es muy conservador y la bandera del feminismo la llevan mujeres muy jóvenes que están ampliando el debate para todas. Hace unas semanas se despenalizó el aborto por violación, gracias al trabajo incansable de estos grupos que poco a poco empiezan a tener más influencia en la sociedad, y claramente en nuestros modos de criar. Pero el camino es largo aún.

En Argentina, en los grupos de crianza se habla también del respeto a nosotras y nuestros deseos y necesidades, ¿se habla de eso allá o sigue pesando mucho el estigma y el mandato de la madre sacrificada, que todo lo puede?

--Se habla, sí. Pero por ejemplo cuando el libro se publicó, y tocó este tema, la mayoría de los comentarios que yo recibí eran agradecimientos por haberme arriesgado a decirlo. ¡Qué valiente eres!, me decían, cuando yo sentía natural hablar desde un lugar incómodo que había heredado sin desearlo. Esto pasa también porque, aunque en nuestro país haya crianzas feministas, no pasa lo mismo con las nuevas masculinidades, es un tema que casi no se toca y cuando se hace todos se ponen a la defensiva. Entonces muchas veces, aunque no queramos ideológicamente criar con sacrificio, nos ha tocado porque las condiciones no son equitativas para la gran mayoría, tanto en sus vidas de pareja, como en la vida laboral.

¿Cómo fue recibido el libro allá? ¿Recordás algún mensaje o pedido de ayuda de alguna madre en particular o alguna anécdota en torno a la recepción?

--Una de las mejores experiencias ha sido siempre asistir a conversatorios porque todos han terminado de algún modo convirtiéndose en círculos de mujeres. Siento que el hecho de que yo haya abierto mi historia les da a otras personas la capacidad de hacerlo y entonces estos encuentros se han vuelto sumamente íntimos y confesionales. Como si otras madres me agradecieran mi testimonio con los suyos.

En palabras de Carolina del Olmo: “no se trata de seguir indagando en los factores biológicos o psicológicos –siempre individuales- que hacen de una persona algo así como una buena madre responsiva, sino de imaginar cómo debería ser nuestro entorno para que a todos nos sea posible ser buenas madres. Necesitamos una organización social en la que ser madre no implique salirse del mundo ni hacer equilibrios imposibles; en la que participar activamente en la vida común no signifique mutilar la experiencia maternal ni externalizar el cuidado; en la que todo el mundo entienda y proteja la importancia de los cuidados”. Paulina Simón Torres dialoga con esta idea: "Voy a ser la madre que tenga que ser. Ya lo soy. Es bastante para mí comprometerme a eso después de casi ocho años y ciento y pico de páginas. Voy a despedir a la mujer en constante estado de autoflagelación, ella me aleja de todo lo que puede ser divertido en la crianza. A la mala madre, porque ella me sabotea las vacaciones prolongadas; a la ama de casa que se siente siempre explotada contra su voluntad, a la que vive con el cronómetro en la mano para cumplir con todas las rutinas. Voy a despedir a todas ellas y voy a ser yo: la madre que puedo ser".