El recuerdo de las llamas y los muertos fue tan terrible como las décadas de silencio oficial. La ciudad de Tulsa, estado de Oklahoma, conmemora la mayor masacre racial en la historia del último siglo en Estados Unidos, cuando en 1921 una turba de hombres blancos incendió y saqueó por completo Greenwood, uno de los barrios afroamericanos más prósperos de aquel entonces. El horror se desató tras un encuentro en un ascensor en el que una adolescente acusó a un joven negro de agredirla, pero eso nunca importó demasiado. Entre el 31 de mayo y el primero de junio de 1921 una multitud de hombres blancos, en connivencia con la Guardia Nacional, arrasó, saqueó y quemó más de 1.200 viviendas de Greenwood

Se desconoce el número exacto de muertos porque nadie quiso investigarlo seriamente hasta ahora, aunque los historiadores sitúan los fallecidos en al menos 300. Ni una sola persona fue detenida o afrontó cargos por lo sucedido en esa ciudad del centro de Estados Unidos, y nunca se pagó compensación a las familias que perdieron sus casas y sus pertenencias. El presidente Joe Biden rendirá este martes un tardío homenaje a los cientos de afroestadounidenses masacrados hace exactos 100 años.

El 31 de mayo de 1921, la noticia de la detención en Tulsa de un joven afroamericano de 19 años, Dick Rowland, acusado de atacar a Sarah Page, una chica blanca de 18 años, atrajo a cientos de hombres que concurrieron armados a la puerta del juzgado para reclamar a las autoridades que les entregaran al acusado. Por temor a un linchamiento, unos 75 integrantes de la comunidad negra acudieron al mismo lugar en defensa de Rowland. Otro grupo de veteranos afroestadounidenses de la Primera Guerra Mundial se sumaron para proteger la vida del humilde limpiabotas.  

La tensión aumentó y se produjeron los primeros disparos. Esa pelea inicial dejó 12 muertos. Los residentes negros huyeron al barrio de Greenwood, conocido en aquella época como la "Wall Street Negra" por su enorme cantidad de comercios propiedad de afroestadounidenses. Al día siguiente y desde el amanecer, hombres blancos saquearon e incendiaron los edificios, persiguiendo y golpeando a los negros que vivían allí, y dejando cientos de cadáveres tirados en las calles. 

La policía no sólo no intervino sino que se sumó a la destrucción planificada. Y cuando terminaron los ataques, cientos de afrodescendientes fueron llevados a punta de pistola a unos campamentos donde estuvieron retenidos durante semanas realizando trabajos forzados.

De esa atroz masacre solo quedan tres sobrevivientes, todos ellos niños por ese entonces y testigos directos del horror. Una de esas tres personas es Viola Fletcher, de 107 años, quien compareció días atrás ante el Congreso, donde arremetió contra el olvido de todas estas décadas. "Nosotros y nuestra historia hemos sido olvidados, borrados. (...) Nuestro país puede olvidar esta historia, pero yo no puedo. No lo haré y otros sobrevivientes no lo harán, nuestros descendientes no lo harán", señaló en tono desafiante a los legisladores presentes en el recinto.

"Nunca olvidaré la violencia de los grupos de blancos. Aún veo a hombres negros tiroteados yaciendo en las calles", expresó. "Aún puedo oler el humo y ver el fuego. Aún veo los comercios de negros ardiendo. Aún oigo los aviones volando sobre nuestras cabezas. Aún oigo los gritos", agregó la mujer que al momento de la tragedia tenía apenas siete años. 

El hermano de Fletcher, Hughes Van Ellis, hoy de 100 años y quien recién había nacido cuando ocurrieron los ataques, dijo que las familias negras que sobrevivieron al horror se quedaron sin nada, expulsados y refugiados en su propio país. "Estamos pidiendo justicia por toda una vida de daño persistente", aseguró Van Ellis. "Dennos la oportunidad de estar completos. Por favor, no nos dejen irnos de esta tierra sin justicia", agregó.

Según una investigación oficial realizada por el estado de Oklahoma y cuyos resultados se conocieron recién en 2001, la masacre dejó 39 muertos confirmados, la mayoría de ellos negros, aunque estimó que el número real de fallecidos iba de los 75 a los 300. Más de 800 personas fueron atendidas en hospitales, más de 1.200 casas fueron incendiadas y más de 10 mil residentes del barrio quedaron sin hogar. Además cientos de negocios locales fueron arrasados.

En ese mismo informe no quedó claro qué ocurrió exactamente durante el breve encuentro entre Rowland y Page en el ascensor de un edificio donde ella trabajaba de ascensorista, el 30 de mayo de 1921. Page fue interrogada por la policía y dijo que no presentaría cargos. La policía determinó que no había habido ningún ataque, pero el lustrabotas Rowland fue detenido al día siguiente porque se temía por su vida.

Según testigos y algunos historiadores, muchos de los blancos implicados en los violentos disturbios, entre los que había miembros del Ku Klux Klan, fueron armados por el propio comisario local. La demanda presentada para pedir reparaciones a las víctimas sostiene que también la Guardia Nacional, que fue llamada para contener la violencia, participó de la masacre descripta por el historiador estadounidense John Hope Franklin como un "pogromo americano"

Cien años después la ciudad de 400 mil habitantes, que mantiene aproximadamente un 15 por ciento de población de raza negra, sigue con la herida abierta. El año pasado el entonces presidente Donald Trump avivó las tensiones cuando realizó un acto de campaña en Tulsa el 21 de junio, presentándose como el entonces candidato de "la ley y el orden" en medio de un fuerte repudio al racismo y la violencia policial.

Quizás un pequeño primer paso para que esta tragedia no quede en el olvido es la visita que el presidente Joe Biden realizará a Tulsa este martes. Será el primer mandatario estadounidense que acudirá a la ciudad en esa fecha especial, y lo hace después de la ola de protestas por la justicia racial que ha vivido en el país en el último año, desencadenadas por el asesinato del afroamericano George Floyd a manos de un policía blanco en Minneapolis.

Cien años después de la masacre, al pie de los modernos edificios de una calle de Greenwood, unas discretas placas metálicas llevan los nombres de los negocios que en aquellos días eran propiedad de los afrodescendientes en ese barrio próspero de Tulsa: "Zapatero Grier" o "Inmobiliaria Earl" son solo algunas de las inscripciones que pueden leerse.

Una política de planificación urbana llevada a cabo por el ayuntamiento de Tulsa desde la década de 1960 terminó de expulsar a los propietarios negros cuyas casas o negocios, considerados deteriorados, fueron demolidos para dar paso a nuevos edificios. La construcción de una autopista de siete carriles por el centro de la calle principal terminó de desfigurar el barrio.

En el café Black Wall Street Liquid Lounge, Kode Ransom sonríe cada vez que recibe a un cliente. "En la época en que Greenwood era Greenwood tenías 40 manzanas, y ahora todo se ha condensado en media calle... E incluso en esa media calle sigue sin ser realmente el Wall Street negro", dice este emprendedor afroamericano de 32 años. Con la visita a la ciudad del demócrata Biden, y tras un año marcado por el movimiento Black Lives Matter, la masacre de Tulsa resuena más que nunca en Estados Unidos.