“¿Debería encerrarlo? ¿Y si vuelve a abusar? ¿Es mi responsabilidad? ¿Hasta dónde quiero llegar? Pasé mis veinte años a la espera del veredicto de un juez. ¿Volvería a denunciar? Cada hoja es un latido. ¿Qué me importa más? ¿Que se declare culpable o que vaya preso? Yo soy la única que pone el cuerpo. Pero ¿qué se supone que es reparación? ¿Olvidar? ¿Soltar? ¿Dejar atrás? ¿Se puede reparar un cuerpo como se repara una taza rota? ¿Se verán las fisuras? Los surcos que deja el pegamento seco, por fuera y por dentro, las marcas en la mente. ¿Qué es reparación para mí?”. Fragmento del libro “Donde no hago pie” de Belén López Peiró.

“¿Quiero ir hasta el final?” se preguntó Belén cuando elevaron la causa a juicio de la denuncia que realizó en 2014 contra su tío quien abusó sexualmente de ella durante su adolescencia. Ese año trabajaba como redactora en un diario local, se levantaba a las cinco de la mañana. Las notas que escribía y leía se parecían mucho a lo que estaba viviendo y decidió narrarla. En su primera novela de no-ficción, Por qué volvías cada verano, editado por Madreselva en 2018, Belén narra los abusos que sufrió entre sus 13 y 16 años de parte del marido de su tía, un comisario de la policía bonaerense. Los abusos sucedieron durante los veranos que Belén pasaba con la familia de su tía, en un pueblo alejado de la Ciudad de Buenos Aires. El libro fue récord en ventas y desde la publicación se levanta todos los días con un mensaje de una mujer que quiere contar su historia.

En su segunda obra Donde no hago pie (Editorial Lumen) Belén narra el tortuoso camino de la denuncia ante la Justicia, pero también la necesidad de entender qué es la reparación, cómo encontrarla, si lo que ofrece la justicia es sanador o no. En ese transitar descubre que hay otras formas de reparación cuando la salida no es sólo la punitiva, el castigo o la cárcel. Atravesar un juicio --en su caso un juicio por jurados-- era enfrentarse con el patriarcado inmiscuido en tiempos interminables, la revictimización, jueces y fiscales sin perspectiva de género, descreimiento, los ojos de la prensa, de la sociedad, la opinión pública construyendo buenas y malas víctimas.

“Muchas veces pasa que después de muchos años la víctima se presenta empoderada y eso no sirve. El jurado te tiene que ver como la nena inocente de 13 años”, le dijo a Belén un periodista especializado en la cobertura de juicios de alta exposición. Sumisa, callada, perfil bajo, con ropa clara, no ajustada al cuerpo, triste, deprimida, que el dolor le salga por los poros, alguien que no pueda por sus propios medios, que no sepa defenderse, que necesite ser guiada. Pero si esa víctima se muestra fuerte y empoderada en realidad miente, lo hace para llamar la atención o quiere fama. Nos quieren victimas eternas y no sobrevivientes decididas a cambiarlo todo. Así se dirime la opinión pública entre la buena y la mala víctima

“Cinco años preparándome para un juicio”, en el medio Belén describe mareos por las noches, gastroenteritis, anginas antes de viajar por trámites, infección y placas mientras sucedían las audiencias, fiebre, faringitis. Así transcurrió el proceso judicial, también entre reuniones con su abogada y un grupo de profesionales de distintas disciplinas que de manera solidaria se sumaron para pensar estrategias sobre cómo abordarlo.

¿Puede la justicia reparar? ¿De qué forma?¿Cuánto cuesta económica, psíquica y físicamente la reparación que ofrece la justicia? ¿Cuánto puede un cuerpo? Belén comienza a pensar en todas las posibilidades: si seguir adelante con el juicio o aceptar un juicio abreviado donde el acusado se reconozca culpable pero quede en libertad y durante cinco años permanezca bajo la observación de un juez. Belén piensa si su cuerpo puede acompañarla, su mente, su vida, sus días, se pregunta qué tipo de reparación puede brindarle la justicia ¿le sirve esa reparación? ¿La ayudará a sanar? 

Lo que importa es que ella pudo contarlo.

Meses atrás, entrevistada por Las12, la abogada Ileana Arduino dijo: “Justicia no es igual a cárcel” ¿Hubo justicia para vos?

Ileana fue una de las personas que me ayudó muchísimo a pensar, en dos líneas, por un lado en relación a la causa judicial y por otro, en relación al libro. Fue una de las personas a las que llamé para poder entender qué era lo que me estaba pasando, por qué aquello que me ofrecía la justicia, lo que para la justicia significaba reparación, era una condena. Y por qué yo a esta altura de mi vida, después de tantos años de realizar la denuncia en 2014 sentía que esa no era la reparación que yo elegía. Le pregunté, y me pregunté a mí misma si ella conocía otras personas que hayan denunciado y que sintieran que la condena no era la reparación que buscaban o no era la única que buscaban. Coincido con lo que dice Ileana y afirmo por mí misma que para mí no hubo justicia dentro de lo que es la institución Justicia, yo no me sentí reparada, no me sentí acompañada por un montón de motivos, pero principalmente porque tuve que repetir un montón de veces lo que viví, cómo lo viví, porque tuve que participar de audiencias muy difíciles. Porque en el mismo lugar donde yo me encontraba se encontraba también el victimario, porque no respetaron que podamos tener la audiencia en dos lugares separados. Sinceramente siento que, en mi caso, además de todo lo que tiene que ver con la dilación, con los tiempos, después de tantos años, sin dudas no soy la misma que cuando denuncié. Y el efecto que generó la justicia en mí tuvo que ver con sentir que yo tenía que buscar la reparación en otro lugar. En mi caso fue la escritura y también en los lazos que creé, Iliana, Luciana, Paula y otras compañeras que me acompañaron y que sin dudas me ayudaron también a reparar algo tan profundo en mí.

¿Qué buscabas en el momento en el que decidiste ir a juicio?

A lo largo del proceso me pregunté muchas veces por qué denuncié y también la pregunta de si volvería a denunciar, en principio, el por qué denuncié yo creo que estaba totalmente asociado a este viaje que narro en Por qué volvías cada verano cuando voy al pueblo y me cruzo con una prima que me dijo ‘qué bueno que vos podés denunciar, que vos tenés la fuerza para hacerlo’. Me dio a entender que ella vivió lo mismo y lo primero que pensé fue, ella me lleva diez años. Si ella hubiese hablado, yo hoy no estaría acá. Y pensé qué pasaría si diez años más tarde yo encontrara otra prima, otra sobrina que volviera a vivir la misma situación, si yo no hacía nada, teniendo en cuenta que la familia del pueblo lo seguía protegiendo. Dije tengo que buscar a alguien o a una institución que pueda poner orden, o decir qué es lo que está bien y qué es lo que está mal que, en definitiva, en ese momento mi familia no podía hacerlo. Sin dudas, yo creo que ese fue mi gran impulso para ir a la Justicia. Después, cuando me encontré con todo lo que acarrea un proceso judicial, con los tiempos, las demandas, esa revictimización, me volví a preguntar ¿volvería a denunciar? Cuando se eleva la causa a juicio, ya habiendo escrito un libro me di cuenta que volvía a estar en cero. Que la angustia volvía. Que el ahogo aparecía otra vez. Cuando se solicita el juicio por jurado y yo decido encontrar a una nueva representante legal con perspectiva de género, cuando decidimos crear esta comisión para poder prepararnos para el juicio con todas las dificultades que un juicio por jurados en un pueblo de la provincia de Buenos Aires acarrea, para mí fue súper revelador y creo que lo que en definitiva trae es decir, saber y entender que no hay una única forma de reparar, que cada persona que va a la Justicia o que vive una situación de violencia, puede encontrar su propio mecanismo. Que no está bueno homogeneizar, porque obviamente a partir de dos libros hay muchas personas que también me preguntan y ¿qué decis que haga? Me aconsejas ir a la justicia. Y la verdad es que es muy difícil para mí responder a eso, teniendo en cuenta todo lo que a mí me causó y también teniendo en cuenta la importancia que debería tener una justicia que incluya también estas distintas posibilidades de reparaciones, de resarcimiento. Que no nos dé una única salida. Que sea una condena que nos permita sentirnos acompañadas. Eso hoy por hoy no existe. Entonces es difícil por ahí aconsejar teniendo en cuenta lo vivido e incluso es difícil para mí responder a la pregunta si volvería a denunciar o qué es lo que quiero o como quiero seguir mi causa. Lo que hago en el libro es mostrar los caminos posibles sin tomar una decisión o terminar yendo por uno solo, para que cuando lo leas puedas ver todos los caminos posibles que hay y que elijas vos, que quede libre, que asuma la culpa, llegar hasta el final. Y conseguir o no una condena o una absolución, plantear la pregunta.

En tu libro contas cómo todo eso afectó tu cuerpo y te generó un sufrimiento y te preguntás ¿cuánto puede soportar un cuerpo? cuando del otro lado hay una persona que denuncia y no se le cree o se la cuestiona. ¿Crees que ese es uno de los problemas? ¿La justicia escucha a lxs sobrevivientes de abuso?

Creo que hay algo en relación a lo corporal que aparece en este libro, porque me parecía que era una dimensión que muchas veces no tenemos en cuenta y que sin dudas es parte fundamental. De hecho, otra de las preguntas que yo me hago es ¿se puede reparar un cuerpo como se repara una taza rota? ¿Si ves a un cuerpo se pueden ver las fisuras?, porque no se trata solamente del daño emocional o psíquico. Hay también un cuerpo que durante años, al haber vivido abuso, es un cuerpo que fue expropiado por otra persona, que fue usado sin consentimiento, sostener un cuerpo, vivir en un cuerpo que ya fue expropiado primero por otra persona es muy difícil. Hay que recuperar un dominio que lleva años y a veces es un día a día, yo lo vivo como un día a día. Entonces traer el cuerpo a escena a mí me sirvió muchísimo para poder mostrar aquello que no se muestra. ¿Qué pasa con el cuerpo después de las audiencias? Y también con algo que escapa del control porque yo, agendaba una audiencia y el día anterior me enfermaba. O sea, hay algo que el cuerpo nos viene a decir que por ahí con nuestra cabeza queremos avanzar más rápido y hay un cuerpo que nos dice no doy más. Y la realidad es que el cuerpo es como el centro de todo lo que sucede porque es el que el que sufre, el que vivió, el que encarnó. Ese trauma para mí era esencial que aparezca en escena como la dimensión corporal y dejar de disociar entre la cabeza y el cuerpo, que es una disociación que puede iniciar en el abuso y que lleva mucho tiempo reconstruir. Yo creo que la dimensión de reparación que yo considero es una dimensión que incluye el cuerpo, no que lo relega una vez más.