Todo empezó con un piano. Y con un deseo. Andrés Calamaro venía de sacar Romaphonic sessions, un disco de versiones despojadas; tranquilo, bello, a puro piano de Germán Wiedemer –su estrecho colaborador en los últimos años– y su voz. Pero, según su autor, la repercusión no fue la esperada. “Pasó de largo”, describe. La sangre, de algún modo, quedó en el ojo. Luego vino Licencia para cantar, la gira de presentación de ese disco para la que Calamaro amplió el dúo con Weimeder a un trío de piano, contrabajo y percusión. Y la cuestión, de algún modo, empezó a encontrar sus sabor. La gente respondió. Y la gira se extendió por varios países. Sesenta shows más que logrados y convincentes. Al punto de que muchos se grabaron, anunciando entonces un álbum en vivo que aún espera su momento. Dos años de trabajo y aplausos. Pero entonces sucedió algo. En los ensayos, Calamaro empezó a imaginar otros cantantes “adornando” clásicos atemporales de su discografía, pero también joyas perdidas, rescates inesperados. Y deseó reunirlos. “Cantantes populares y trascendentes. Exquisitos y todo lo que hay en medio”, escribe a la vuelta del correo electrónico, como es habitual en sus entrevistas desde hace tiempo. Se puso manos a la obra, y al ver entonces que los arreglos prosperaban, buscó los buenos oficios de Carlos Narea, “un viejo amigo mío y productor capaz de todo” (y conocedor de Andrés desde las épocas de Honestidad brutal). Y tras un trabajo de años –y una pausa para hacerle lugar a Cargar la suerte (2018), su último disco con canciones nuevas– concretó lo que hoy es Dios los cría, su primer disco de duetos. Un acontecimiento que juntó a Andrés Calamaro con pares elegidos de la música iberoamericana. Y que está destinado a posicionar de otra manera sus canciones. Darle, ya se verá, otra perspectiva. “La variedad de cantantes posibles era mucha y ancha, no recuerdo cuántos artistas pensamos y llegamos a considerar. Al final fueron quince colaboraciones que involucraron a dieciocho cantantes. Y podrían haber sido más. (Pero) importan los que están, porque los que no están son cientos”.

Con Sanz, rodando el video de

En efecto, la selección lograda es amplia y trascendente. Están leyendas vivas como Julio Iglesias, Raphael, Milton Nascimento, Lila Downs o León Gieco; veteranos rockeros como Manolo García de los españoles El Último de la Fila o Saúl Hernández de los mexicanos Caifanes; figuras de culto como el uruguayo Fernando Cabrera y el español Iván Ferreiro; cantautores masivos como Alejandro Sanz, Juanes, Carlos Vives o Julieta Venegas; voces nuevas como el español Leiva, la chilena Mon Laferte o el colombiano Sebastián Yatra; y maestros de la guitarra flamenca como Vicente Amigo y el Niño Josele. Una convocatoria a primera vista diversa y no necesariamente rockera (aunque el rock siempre está ahí, tácito). Y con la capacidad en su mayoría de encajar bien en la aproximación “abolerada” –un blend cercano al jazz latino, al flamenco y al compás afrocaribeño– que Calamaro eligió para revisitar su obra.

¿Cómo llegaron a esa síntesis musical? Calamaro lo explica así: “Cuando adaptamos canciones para Romaphonic sessions bajamos el tempo de algunas canciones. Germán (Wiedemer) es un Rolex. El disco, clavado en el tempo con perfección cristalina, invitaba a sumar contrabajo y percusiones hacia un ensamble de jazz y pop, cercano quizás al bolero. Adaptarse resultó en algo cercano al compás más lento en clave afro latina. El bolero es un standard castellano. Puede encerrar sonoridades criollas: los artistas flamencos cantan bolero y las armonías de jazz le quedan bien. Existe el bolero mariachi, el bolero grande y el orquestal; el bolero boricua, cubano, mexicano y argentino”, distingue. “Estos boleros tampoco fueron declarados oficialmente boleros”, advierte, divertido.

Un sesgo musical que de todos modos puede rastrearse aún más allá. Por ejemplo, en la reversión en clave abolerada de “Mareo” (de Babasónicos) en Volumen 11 (2016). O en la reinterpretación de corte cha-cha-chá de “Nostalgias” (el clásico de Cobián-Cadícamo) en Tinta roja (2006). O, sin más, en los doce temas de El cantante (2004) en su totalidad; la primera verdadera incursión de Calamaro en estas lides, de la mano del productor español Javier Limón. Esa carabela musical que unió Andalucía con el Caribe y redescubrió América para todos sus fans que desde entonces incorporaron “Estadio Azteca”, “La distancia”, “El cantante” o “Voy a perder la cabeza por tu amor” a sus vidas.

Foto: Thomas Canet

PASEMOS A OTRO TEMA

Así las cosas, y después tanta buena agua bajo el puente, Dios los cría es un álbum de interpretación calma y feliz, de cierto hacer las paces con uno mismo. Pero también de oscilación anímica entre dos frentes. De un lado, los temas que se asientan entre el arranque triunfal de Julio Iglesias en “Bohemio” y el lúdico histrionismo de Raphael en “Jugar con fuego”; la sensación en este pasaje de un hombre sirviéndose sus primeros licores al caer la tarde, tal vez ya imaginando lo que será una velada social y nocturna. Y del otro, el dolor atemperado de temas como "Pasemos a otro tema" con Julieta Venegas, “En un hotel de mil estrellas” (con demoledora intervención de Milton Nascimento) y joyas no tan escuchadas de El salmón (2000) como “Gaviotas” con Saúl Hernández y especialmente “Horizontes”, tal vez la revelación del disco por su impacto inesperado, con Fernando Cabrera.

“‘Gaviotas’ con Saúl brilla oscura entre las 103 canciones de El salmón y ‘Horizontes’ es una corona de espinas con Cabrera”, pondera Andrés. “Curar entre lo más espeso del repertorio para armar el disco era inevitable más que atrevido”, agrega. “El repertorio sombrío de El salmón es igual de agradecido que otras canciones más aplaudidas pero tiene el atractivo de la derrota, la dignidad de los hermosos perdedores. Una especie de honor y sensibilidad que encuentran en Saúl y Fernando dos interlocutores super sensibles”, subraya.

En tanto que sobre las participaciones de Julio Iglesias, Milton Nascimento y Raphael relata y revela: “Con Julio Iglesias habíamos grabado ya. Nos conocíamos de conversar por teléfono y cenar en Buenos Aires. Sobraban los motivos para darle ‘Bohemio’ o intentarlo. Se volcó con gran predisposición, amistad y amor al oficio, dando toda una lección como cantante. Está encantado y feliz con esta vuelta a la escena musical grabada en clave de rock y bolero. Milton es un artista insólito y muy apreciado por mi generación, parece que canta desde el cielo mismo. Nada más aceptó grabar, quiso cantar la que probablemente sea la grabación más especial entre las quince que conforman el disco. Es una estrella fugaz que dejó impreso en el disco un arte francamente mágico. Y Raphael me invitó a cantar ‘Jugar con Fuego’ en el especial de Navidad que hace tradicionalmente en la televisión y me reclamó una canción original, que hice. Cantamos cada uno con su propio estilo intransferible, sus capacidades sobrenaturales y un respeto notable por el repertorio”.

No es novedad el interés de Calamaro por hacer duetos y compartir composiciones e interpretaciones. Ya en los ochenta, cuando irrumpió como talentoso post adolescente en Los Abuelos de La Nada, solía juntarse con Gringui Herrera y el Cuino Scornik, amigos de La Escuela del Sol, para crear temas como “Fabio Zerpa tiene razón”, “No me pidas que no sea un inconciente” o “No te bancaste”. Lo mismo años después cuando estableció una hermandad con Ariel Rot para formar Los Rodríguez en España y surgieron temas como “Buena suerte” y “Dulce condena”. O cuando se reencontró con Scornik para hacer el sprint febril de Honestidad brutal y El salmón y dar a la luz a esas letras pícaras, bribonas y porteñas de “Clonazepán y circo”, “Estadio Azteca” o “Vigilante medio argentino”, por nombrar sólo tres entre decenas. “Siempre me ha gustado el estudio de grabación”, dice Calamaro. “Cumplí 17 años grabando un disco, con Raíces en 1978. Me hice músico tocando con músicos más hechos y avanzados, lo mismo con las canciones y el canto. Hago canciones con grabadores, soy cantante de laboratorio. Con auriculares para cantar y enchufado para grabar. Una vida paralela a los ensayos que me gustan mucho”, asegura el ex Rodríguez.

Pero no se trata solo de juntarse con amigos. Calamaro debe estar entre los cantautores célebres que más veces se prestó para cantar en discos de otros, participar de proyectos de otros y sumar su inventiva y mirada encendida a composiciones de otros. Y todo simplemente porque se puede. Y porque quiere. “Verdad”, acepta. “Juntarme con otros músicos en las grabaciones es normal para mí y lo hice siempre que me llamaron o casi siempre. Es una lista enorme de grabaciones, casi imposible de reconstruir entre apariciones instrumentales y cantadas. Es posible que tantas sesiones hayan hecho conmigo un músico de mayor eficacia y control en el estudio, tiene que ser”. Y es que independientemente de su vínculo personal o de su posible beneficio o repercusión con el acompañamiento elegido, hay temas de Calamaro con artistas de todos las procedencias y colores: del rock, del pop, del tango, de la cumbia, del folclore, de la rumba, del flamenco, de la ranchera, del vallenato, de la música urbana; de Argentina, de España, de Colombia, de México, de Chile, de Uruguay, de Brasil, de Puerto Rico; del under, del mainstream, de antes, de ahora, de arriba, de abajo; de nuevos y viejos compañeros de ruta; de socios indelebles o de socios pasajeros; de shows multitudinarios o de recitales under.

Foto: Thomas Canet

En ese sentido, Dios los cría puede entenderse también como el festejo que se permite Calamaro después de tantos años de compartir con otros. Pero también como la retribución de quienes participan –y a través de ellos, de quienes les encantaría participar porque lo quieren mucho– después de tantos años de compartir, de tantas horas de horas-estudio haciendo mejor una canción de otro. “Feliz de compartir ‘Jugar con Fuego’ junto a mi querido y admirado Calamaro, genio de la música argentina”, dijo Raphael hace poco y Lila Downs dictaminó: “Tiene influencia sobre lo que hacemos. Es uno de esos músicos que admiramos”. La inclusión de la cantante mexicana en Dios los cría es central por su relevancia dentro de la música latinoamericana y porque –como Andrés– suele acercarse a la tradición desde una mezcla de brebajes. “Lila Downs es un monstruo, una artista que se sienta en la mesa chica de las leyendas del canto. Es muy especial y a mi me lo parece. Ya grabamos juntos otras veces”, dice en referencia a “Envidia”, un corrido mariachi de reproche, original de Lila, en la que asumió la contraparte masculina, y a “En el último trago”, clásico de José Alfredo Jiménez, patriarca de la ranchera mexicana, en la que también unieron sus voces para honrar las borracheras de los anónimos. En “Estadio Azteca”, entonces, se encuentran por tercera vez y el resultado es de súbito nubarrón tropical, de rayos y centellas, de gravedad y de emoción. “‘Estadio Azteca’ con Lila se resignifica. Se sublima a lo eterno. Me recuerda, me atrevo a decir, a Chavela Vargas y a Mercedes Sosa”, sugiere Calamaro y hay que decir que así es cuando Lila hace suya la letra coescrita con el Cuino y arranca, despacio: “Prendida a una botella vacía...”. El espíritu de Mercedes está ahí.

Como el trío de piano, contrabajo y percusión se mantiene todo el disco, la sensación es –más allá de lo anímico– de fuerte amalgama sonora. Al contrario de muchos discos de duetos donde la regla es listar grandes encuentros con mayor o menor suerte pero sin coherencia interna, acá la continuidad es total. La imagen de un anfitrión en sus anchas recibiendo a algunos de sus más destacados amigos en un cuidado salón de Avenida de Mayo o de la zona señorial de Madrid para arroparlos en formas y compases que unen el continente o cruzan el océano. “Es un privilegio celebrar la amistad de semejantes compañeros de viaje. Me han honrado y distinguido con medalla de honor”, se emociona genuinamente Andrés (lo cual no le cuesta) y se detiene en la participación de León Gieco, quizás la única que –sin romper el molde– no abrevaba tanto en la zona franca del son, el bolero y el flamenco, en “Mi bandera”, un tema manifiesto que conjuga ternura y manifiesto; combinación difícil sino imposible fuera del mundo Calamaro. “‘Mi Bandera’ con León es lo más apreciado que puede ocurrir a un disco. León Gieco es nuestro artista más grande, querido y respetado. Es emocionante escucharlo cantar ‘Mi Bandera’ que así flamea en el cielo sus colores argentinos y se postula como himno nacional alternativo. Sublima la dimensión soñada por la propia canción. Dentro de una canción estaba la vida. Le estaré siempre agradecido”.

Portada de Dios los cría, el disco de duetos de Andrés Calamaro

ALGÚN LUGAR ENCONTRARÉ

¿Dónde están las canciones de Calamaro? ¿A dónde van? “Algún lugar encontraré” con Carlos Vives y “Tuyo siempre” con Vicentico ofrecen algunas respuestas si se las lee desde Dios los cría. La primera, rescatada de la banda de sonido de Caballos salvajes –que realizó junto a Guillermo Piccolini– y el cine juvenil, masivo y argentino de los noventa, supo ganarse un lugar muy querido entre los fans, quizás por su letra de desorientación sensible que identificaba al instante y vuelve a resonar hoy, en tiempos de incertidumbre y encierro. “Estoy malherido, estuve sin saber qué hacer”, se lamentaba Calamaro entonces y ahora Carlos Vives le imprime otro sosiego; canta “Ayer la tormenta casi me rompe el corazón, pero igual, igual... ¡Andrés!... ¡te espero!”, y la introducción inesperada de esa nota de afecto, de tierra caliente que afronta los problemas de otra manera, prevalece. O, dicho de otro modo: tus canciones, Andrés, encontraron su lugar. “Carlos ha impreso desparpajo y alegría, más que un respeto. Ha impreso su aprecio por el rock de Argentina, un sentimiento que ha manifestado siempre”, devuelve el ex Abuelo.

“Tuyo siempre” con Vicentico, en tanto, recorre en un camino similar. Número puesto en este disco a partir de la larga amistad que tienen y el trabajo del cantante cadillac en los géneros latinos desde hace años (lo cual le da una resonancia continental que pares locales quizás más “vendedores” sin duda carecen), Vicentico se mueve con soltura en este clásico de la época de El salmón que nació como reggae, tornó a cumbia argentina de la mano de Bersuit en El regreso (2005), y se prueba ahora un elegante traje caribeño. “Si alguna vez no me vuelven a ver, porque a mí como todos se me olvida. Algo va a quedar adentro tuyo siempre", arranca Vicentico con compañerismo y amistad, con sentimiento y elevando por momentos una octava para armonizar la emoción.

Y lo que originalmente podía leerse como una canción de post-separación –de esas que sujetan el corazón pidiendo que al menos algo de uno permanezca en ese ser amado que se va– también puede entenderse ahora, a la luz de este Dios los cría, como una constatación del peso que las canciones de Calamaro tienen ya en el continente latino (no sólo en la memoria popular argentina). Y tiene lógica: que las leyendas de ayer y hoy, las nuevas voces de hoy y mañana, los vigentes de ayer y mañana, se pongan de acuerdo en hacer suyas tus canciones, tiene sus consecuencias. “Yo te voy a recordar todos los días, porque un amor así nunca se olvida”, cantan a dúo Vicentico y Calamaro. Y si algo saben los cantantes populares y trascendentes, es no olvidar y tener amor por el fuego de los pueblos. Dios los cría y ellos nos atizan, se diría. Y se quedan con nosotros.

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