"Como nunca algunos medios de comunicación les dan cámaras y voz a los enfermerxs y ellos, desde su silencio, hablan. Dicen colapso sanitario, hablan de pacientes inmolados en esta pandemia, hablan de sus sacrificios y carencias. Hablan y dicen... pero el comportamiento de la sociedad es como el populacho de un circo romano. Consume esa novedad solo por morbo. El mensaje de SOS emitido por quienes vivimos en el corazón de la tormenta y contamos los efectos horrorosos de la pandemia pierde sentido".

"Hoy por ejemplo, una persona agonizaba en una camilla a la espera de que alguien intubado muriera para tener la posibilidad de un respirador que salvara su vida. En medio de una guardia desbordada, con todos los respiradores ocupados, diez horas tardó la agonía, hasta que por fin se produjo la vacante esperada y procedimos a intubarla sin pérdida de tiempo, en la cama caliente de alguien que fue 'trasladado'".

¿Es una farsa la pandemia? ¿Deberíamos volver a fase cero? ¿Nos da lo mismo que la gente viva o muera sin importar cómo ni por qué? ¿Quiénes tienen que despertar, la gente, los trabajadores de la salud? Mientras tanto Enfermería estará como siempre presente antes y después del desenlace fatal o glorioso, reservándose lo peor para sí: el olvido y el no reconocimiento a su profesión".

El relato en primera persona pertenece al enfermero del Hospital Durand Modesto Alvarado. Lo escribió luego de leer una nota de tapa de Página/12 que describía la situación de colapso sanitario en la Ciudad y abordaba por primera vez lo que hoy es un cotidiano dramático y públicamente aceptado: en muchas ocasiones, en los hospitales se está eligiendo qué persona accederá un respirador --la que tiene más posibilidades de sobrevida, menor edad o enfermedades previas--; hay una rotación de "cama caliente" que sólo permiten las muertes.   

Alvarado pide que los medios no hablen más de "colapso": "Esa palabra se frivolizó, ya no quiere decir nada. La gente se volvió insensible a la muerte", dice, visiblemente perturbado ante esa comprobación. 

Lo dice cuando las estadísticas muestran que se alcanzó la mayor ocupación de camas de terapia por covid desde el inicio de la enfermedad:  7.731 camas en todo el país este sábado, más de un 50% por encima de las cifras máximas del año pasado. 

El relato del inicio es la última de las entradas de El ser-dx enfermerx, el diario que el trabajador de la salud publica en Facebook desde el inicio de la pandemia. Leerlo es repasar el avance no solo de un virus tan inédito como implacable, al principio muy desconocido. Es confirmar también las miserias de un sistema que no cambió ante la urgencia ni la excepción, cuyas carencias se invisibilizan y cuyos peligros se materializan sobre los pacientes y los trabajadores.

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Capítulo 4: "Con tristeza y con temor recibí la noticia de que tres de mis compañerxs de turno de la guardia dieron positivo para coronavirus, y están internados en la misma guardia donde trabajamos. Siento que el círculo se va cerrando cerca mío y de la única compañera de turno que queda. Ahora estamos más que nunca expuestos al virus, porque tenemos que trabajar con más pacientes. El tiempo de exposición y la cantidad de pacientes que atendemos determinará nuestro inevitable encuentro con el virus". 

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El subsuelo de la medicina

Modesto Ever Alvarado López trabaja en el Hospital Durand desde hace siete años. Su primer oficio fue el de técnico electrónico; estudió enfermería después de que "Menem fundiera la fábrica donde trabajaba". "Fue una forma de reubicarme en un mercado que ya no tenía lugar para lo que yo podía hacer. Pero la sensibilidad social siempre la tuve", advierte. 

De ahí a descubrir que "tenía facilidad" para interpretar y saber cómo actuar ante situaciones críticas, fue un paso natural. Alvarado describe la "dura formación" que implica la enfermería: tecnicatura, licenciatura, cursos de capacitación, pasantías no rentadas en la primera línea. 

"Siempre me llamó la atención que no había datos reales sobre qué es la enfermería en la Argentina. Les preguntaba a mis compañeros qué sentían al ver que la escuela de enfermería se llama Cecilia Grierson (que fue médica), y no lleve el nombre de una enfermera o enfermero. Tampoco hay trabajos sobre las ciencias del cuidado basados en evidencia científica. Me di cuenta de que nadie escribe sobre nosotros, ni siquiera nosotros mismos", observa. 

"Encontré que muchos efermeros que no se sienten profesionales. Es que se nos inculca mucha obediencia, es un mandato cultural. Por eso me dediqué a militar el tema de la profesionalización".  

Alvarado recuerda cuando un año antes de la pandemia, el Gobierno de la Ciudad sancionó la tristemente célebre ley de profesionales de la salud, en la que las y los enfermeros --más del 60 % de los trabajadores de la salud pública y privada-- no quedan contemplados como tales. 

"La enfermería es el subsuelo de la medicina. Es la mano de obra que más abulta en los presupuestos, por eso tienen que mantener nuestros salarios bajos", concluye. 

Fue por ese entonces que Alvarado empezó a escribir, primero, artículos en este sentido. "Cuando comenzó la pandemia, sentí otro tipo de vacío. Nos sentimos abandonados. Hasta nos pegaron en la Legislatura", recuerda aquella represión que quedó con el tiempo totalmente tapada, como desligada del contexto de pandemia y las exigencias sobre el personal de salud. 

"Cuando un paciente pasa más de 48 horas en la guardia, no hay manera de que las condiciones sanitarias sean buenas". 

"Que hoy hablen en nombre de las personas que están ahí hacinadas en una guardia, esperando a que les toque la suerte de subir a terapia, escuchar decir que todo está bien, que tenemos lugar, me provoca una indignación que no puedo describir", se enoja el enfermero. 

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Capítulo 15: "Los pacientes son cada día más, pero nosotros somos pocos y cada día seremos menos. Al inicio de guardia recorremos y miramos los boxes, camillas en los pasillos, las unidades del shock room, todas colmadas. Revisamos historias clínicas, mentalmente voy realizando un triage (selección de quiénes tienen más posibilidades), eso sin contar con la gente que llegará a esta fiesta. En ese espacio no hay posibilidades de saber, con certeza, si la persona que consulta o está internada tiene o no coronavirus. De hecho ni siquiera tenemos espacio para aislamientos".

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"Muchos me felicitan por lo que escribo, pero yo siento que no puedo transmitir la soledad que sentimos. Cuando vemos al ministro diciendo que está todo bien, y nosotros teniendo que pelear hasta para que nos den un barbijo quirúrgico por guardia. Cuando vemos a los que piden libertad para ir al bar, y nosotros amontonando pacientes en camillas porque ya no hay camas", enumera. 

El diario y avanza y comienza a registrar las consecuencias del coronavirus en el propio personal de salud. 

Llega también su propio contagio por covid, los temores que se agolpan después de ver tanta muerte, la "soledad del aislado".

Hay un capítulo que tiene una foto que circuló en las redes. Se lo ve a Alvarado dentro del shock room, debajo de todos los elementos de protección, sosteniendo un cartel que dice: "Soy enfermero. Si muero por covid quiero morir como profesional de la salud, incluido en la ley 6035"

Fue cuando intubaron al enfermero Grover Licona, que hoy es uno de los tres trabajadores muertos del Durand. "El día anterior yo había hecho ese cartel para una marcha y mi reacción fue ir a buscarlo y pedirle a mi compañera que me sacara una foto, ahí mismo. No podía creer que uno de esos cuerpos que veía todos los días, tendidos, agotados, lo que aún queda de ellos, fuese ahora el de Gabi (así le decíamos). En él me vi reflejado yo, y a todos mis compañeros", dice con la voz quebrada. 

Licona era de riesgo pero tenía que seguir yendo a trabajar mientras presentaba todos los papeles para certificarlo. La covid fue más rápida que la burocracia.    

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Capítulo 19: "Últimamente la guardia del hospital se convirtió en una suerte de fortaleza invadida y saqueada permanentemente por el coronavirus. Los cuerpos van y vienen, en vértigo donde en un remolino de actividades por ahí salen hacia alguna UTI, o hacia la morgue (...)".

"El hecho de enfrentar un paro cardio respiratorio no es asunto menor, ni un acto mecánico. La adrenalina corre por el cuerpo que lucha por vivir, y por nuestras venas. Nuestras manos se convierten en instrumentos de fuerza y sutileza a su vez. Monitorización del paciente, acceso venoso urgente, asegurar la vía respiratoria, masajes, control de horario, medicación de urgencia, clínica del pacienciente sobre la marcha. A veces el crujir de costillas rotas anuncia el tan mentado mal menor. El movimiento de equipos y utensilios es descontrolado. Receteo de equipos, alarmas que suenan, son la música de una fatalidad que danza entre nosotros (...)".

"Terminó la reanimación, casi todos abandonan el recinto, menos enfermería. Nosotros estamos antes y concluimos mucho después que el resto del equipo de salud. Preparamos el cuerpo, lo dejamos lo más presentable posible porque la familia querrá verlo por última vez". 

"Salgo del espacio mortal, acostumbro a ir al baño, lavarme la cara con agua fría, sin saberlo, intento conjurar todo vestigio mortal de la escena vivida".

"Por lo general nunca se habla de lo que sentimos en esos momentos, quizás es la manera de intentar quedar sin marcas de la tragedia, sin olor a muerte, o no pensar en identificarnos con la víctima".

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La muerte joven

En sus relatos Alvarado va describiendo la agotadora tarea cotidiana, cómo se trabaja con el equipo de protección personal, las normas regladas de bioseguridad, que implican muchos pasos cada vez. "Es casi un ritual, que consiste en certezas de que todo lo que hiciste hasta ahí no debe de tener falla alguna, porque eso implicaría volver al inicio, como en un juego de la oca donde el que pierde energía, materiales, e inclusive la salud, sos vos", describe en un capítulo.

Están los momentos que lo shockean, aún con toda su experiencia: la muerte de un joven de 30 años a quien el coronavirus le despierta un coma diabético, que ocurre poco después de una marcha anticuarentena. La "magia" que hace enfermería con los insumos: una boca de oxígeno que sirve hasta para cuatro pacientes. El fogoneo mediático de la campaña antivacunas, visto desde una guardia colapsada. Las diferencias entre la primera y la segunda ola. El shock emocional que representa tener que intubar de manera abrupta a una persona con falta de aire, compartiendo la monitorización con otro paciente que permanece lúcido, a su lado, por falta de camas: 

Capítulo 21: "Tres respiradores quedaban, hasta que la tormenta hizo presencia: ingresa una persona con la tan temida insuficiencia respiratoria, se la conecta al lado de una cama ya ocupada. Por seguridad, sobre la marcha, observo por los cristales al joven muchacho en mal estado general, doy el alerta y todos elegimos concentrar nuestro esfuerzo en él.

El joven es intubado de manera rápida y efectiva, nos olvidamos de la mujer mayor de 60 años. Nos quitamos los equipos con todos los recaudos, registramos los eventos, y otra vez ingresa otra paciente en condiciones de intubación.

Otra vez nos colocamos los equipos, con mayor celeridad, pero seguros. Preparamos el respirador, mientras otros conectan, colocan accesos venosos, extraen muestras para laboratorio, tranquilizan a la paciente y se procede a dormirla e intubarla. Todo esto arriba de una camilla de traslado, al lado de otra mujer lúcida que también lucha por respirar mejor, a quien se le retiraron los elementos de monitoreo para intubar a la paciente más grave.

Concluimos con éxito la operatoria, nosotros continuamos trabajando acondicionando equipos y colocando medicación para la inducción al coma farmacológico. Muchas veces, como hoy, la tormenta no terminó y volvernos a repetir la misma operatoria en menos de tres horas. Alguien dijo que quedaban tres respiradores hace no mucho. La tormenta cedió por el momento, pero ya se llevó los respiradores que quedaban".