La belleza de un rostro está en su simetría, dicen. La del rostro de Nefertiti, soberana de Egipto, era simplemente perfecta. Tal es, en todo caso, la imagen que de él da la joya de las colecciones egipcias del Neues Museum de Berlín, un busto policromo al que se atribuye una antigüedad de treinta y tres siglos y medio. Un porte altivo, el de una reina. Un óvalo del rostro de un diseño irreprochable. Un cuello grácil, esbelto. Cejas finamente arqueadas. Una nariz armoniosa, sin defectos. Pómulos de elegante prominencia. Labios carnosos, de una sensualidad casi provocadora. Un solo detalle arruina el conjunto: la bella es tuerta. La cavidad izquierda está desesperadamente vacía: falta el cuarzo que representa el iris. Pero, por más que le falte un ojo, Nefertiti sigue siendo una reina de belleza. 

La historia tiene el don de repetirse. El museo egipcio de Berlín, instalado dentro del Neues Museum tiene en ese busto su Gioconda, la que simboliza la institución, la que aparece en toda la documentación promocional, la que mueve multitudes. El busto de Nefertiti, desde su aparición en 1912 sembró la confusión e hizo perder la razón a más de un admirador. El busto es accesible, el público acude a mirarlo, sin conocer su destino rocambolesco, el misterio que rodea sus orígenes, su autenticidad discutida, o los reiterados pedidos de devolución hechos por Egipto. 

Su belleza universal y desarmante exhibe características que responden tan bien al gusto del los siglos XX y XXI que ponen mala cara a los más grandes especialistas. Pero no solo sus cualidades estéticas despiertan sospechas. Toda la historia que rodea al descubrimiento del busto por el arqueólogo alemán Ludwig Borchardt en el sitio de Tell el-Amarna, su turbia salida de territorio egipcio y su tardía presentación en el museo de Berlín ofrecen suficientes zonas de sombra para sembrar cizaña dentro de la comunidad de egiptólogos. En definitiva, los reclamos de Egipto son poca cosa frente a las alegaciones de que el busto es falso. Por más que el Museo Egipcio de Berlín haga oídos sordos, alce los ojos al cielo y presente regularmente el resultado de nuevos análisis, las dudas se han multiplicado desde el descubrimiento del busto. Los conservadores del Museo no tienen duda alguna acerca de la autenticidad del busto de piedra caliza. Su lógica es implacable: ¡ponerla en tela de juicio sería matar a la gallina de los huevos de oro!