Los funebreros están acostumbrados a lidiar con la tristeza ajena. Ahora esa tristeza se potencia a menudo con enojo. Esto es así porque los familiares de las personas fallecidas por coronavirus no tienen instancias para despedirse: los cuerpos pasan del hospital o clínica a una doble bolsa de nylon de 150 micrones, de ahí al ataúd, de ahí al crematorio o la tierra. Los velatorios propiamente dichos están suspendidos y no únicamente para esos casos. Para quienes mueren por otras causas se permiten --y no en todas las jurisdicciones-- despedidas de dos horas para entre cinco y diez personas, restricción que también desata insistencia, malestar. Dolor. Un dolor extra.

“En los servicios de sepelios la covid tuvo un impacto que se venía previendo desde hace tiempo: acortar los velatorios”, postula Carlos Añón, director del grupo Previsora del Paraná, que posee diez funerarias en el nordeste del país. Se retira un rato de este tiempo y recuerda las épocas en que, sobre todo en las provincias, las funerarias acudían a la muerte con carruajes, retablo, capilla, candelabros que rodeaban al ataúd y se hacía un asado para despedir al muerto. El “acontecimiento social” se perdió, lamenta Añón, desde Corrientes. En las grandes ciudades se nota más. Lo que sigue a la muerte se volvió “trámite”. El hombre usa una palabra todavía más fuerte: “delivery”.

La covid impactó, también, en el destino final de los cuerpos. El Gobierno --coinciden varios entrevistados para esta nota-- nunca obligó a las cremaciones, aunque en sus disposiciones las recomendó. Se generó confusión: las personas creen que es lo que tienen que hacer. “Además, las inducen, y el 95 por ciento no se resiste. Hace diez años teníamos una cultura de las inhumaciones en nicho en prácticamente el 95 por ciento de los fallecidos. Las cremaciones casi no existían. Eso fue mutando, y la pandemia aceleró los pasos. El 80 por ciento de los servicios hoy son con crematorio”, indica Añón. “La cremación es el futuro”, sentencia el tanatólogo Ricardo Péculo. Los cementerios serán "museos".

El aspecto frío a revisar es qué es lo que ocurre al interior del sector. Algunos empresarios revelan que sus amigos les hacen el chiste: el sentido común lleva a pensar que el negocio funciona siempre, y que mejor va a funcionar en una época como esta. Pero, ¿qué ocurre en un sector que se ve privado de desarrollar la que, vista desde afuera, es su función principal? Hay una paradoja. Por un lado, sí, hay lugares donde creció la demanda --15 por ciento más de servicios fúnebres contratados en CABA, comparando 2019 y 2020, por dar un ejemplo--, pero a priori los protocolos achican lo que las empresas tienen para ofrecer.

Todo esto se da en un marco en que no está probado científicamente que los muertos contagien. Además, el circuito de los cadáveres se evidencia seguro. El peligro está en el mundo de los vivos. En lo que sucede entre ellos cuando acontece una muerte. “Lo que dicen los organismos de salud, como la OMS, es que esto no trata sólo del fallecido sino del grupo familiar. Por desesperación o angustia puede ser que trates de hacer el servicio a tu ser querido y no avises a la empresa que estás con covid. Pasó en Buenos Aires: se contagió toda una empresa fúnebre”, dice Sebastián Robles, gerente comercial del Grupo San Agustín, que maneja salas velatorias y cementerios en Tucumán.

“Muchos familiares no pueden ver al muerto porque en los nosocomios dejan entrar diez minutos sólo a la esposa y al hijo”, precisa Añón. "La gente no puede darles un beso ni mirarlos. Cuando puede velar quiere hacer eternas esas dos horas", agrega Cristian Milio, de la Cochería Salvador Milio s.a.c.i.f.i. (Mendoza) y presidente de la Asociación Cuyana de Empresas Fúnebres. "Se molestan con respecto a la restricción, en el ingreso a la sala y el cementerio parque", cuenta Antonina Pezzini, de Previsora San Luis.

En medio de una crisis social sin precedentes, en el centro de una reformulación de cómo se vive la muerte, rodeados de familiares que insisten con despedirse, previendo el trauma colectivo que se avecina, expuestos a los contagios y temerosos por ese riesgo, el paño seguramente se divida entre los empresarios que se abocan al “delivery” y los que intentan que la muerte conserve, todavía, su costado humano.

¿De parabienes?

“A vos te va de parabienes”, comenta Añón que le dicen sus amigos abocados a otros rubros. Pero él afirma que tiene estadísticas --corroboradas con su proveedor de ataúdes-- que grafican que en los inicios de la pandemia el nivel de fallecimientos bajó un 60 por ciento, porque “la gente se quedó encerrada en su casa, nos metíamos alcohol hasta en las pupilas, no había accidentes, ahogados ni viejitos con gripe muriendo de neumonía”. Hubo un período de entre seis y ocho meses en que “las funerarias estuvieron sin hacer servicios porque no se moría la gente”. Ahora, en medio de la segunda ola, sí se registra una “curva ascendente”.

Péculo, que es una institución en la materia --especialista en Ritos Funerales, Ceremonial y Pompas Fúnebres y docente de una tecnicatura para empresas-- reconoce que muertos hay siempre. Pero la gente también se viste siempre y toma café siempre, y puede volver a comprar ropa en el mismo local y tomar café en el mismo bar. Tantas décadas metido en este universo y aún no encuentra la fórmula para que sus clientes “vuelvan”.

“¿El trabajo crece? Depende de los lugares”, pregunta y se responde. “En Buenos Aires hay más muertos pero también más cocherías. Donde hay más fallecidos hay más empresas, así que colapsada no hay ninguna. Aumentar el trabajo sería que haya 600 muertos por día en San Luis, donde hay cinco cocherías”, analiza. 

Existe una Federación Argentina de Asociaciones Funerarias con la que Página/12 se comunicó. Quien atendió dijo que la realidad del país es muy diversa. No parecen contar con cifras unificadas de lo que está pasando a nivel nacional en términos de oferta, demanda y precios a partir de la expansión del coronavirus. Se observan --al menos por lo que las fuentes consultadas expresan-- dos tendencias: precios que suben por el aumento de los costos (no por crecimiento en la demanda); precios que bajan porque baja la calidad de la prestación.

“Muchos dicen que tenemos que bajar los precios porque no hay velatorios”, dice Milio. “Pero las empresas tienen la estructura armada para trabajar con o sin velatorio. Tenés que seguir pagándole al personal, los sueldos aumentan. Tenemos mucho personal mayor que no podía trabajar, embarazadas, sus sueldos hay que pagarlos igual. Están los gastos de los vehículos, las instalaciones, los impuestos, la patente del comercio. Fuimos aumentando en consideración de las cosas que iban aumentando para mantenernos”, argumenta. "Los precios tienen una variación que acompaña la inflación. No han variado por la pandemia en sí", confirman Jorge y Mauro Guzzo, también de Mendoza, de la empresa Flores San Miguel. En agosto, septiembre y octubre registraron un altísimo incremento de los servicios: 130 por ciento. 

Robles detalla que en ese mismo período los servicios en su empresa se triplicaron en comparación con la misma fecha en 2019.  “Normalmente la empresa recepcionaba diez, 12, 15 servicios en un día. Con todo esto hoy en media hora, 40 minutos puede recepcionar seis, siete, ocho”, grafica. 

Lanusse y Annechini S.A. es una empresa sanjuanina. Como muchas otras tiene cartera de afiliados. Esto es: personas que pagan mensualmente una cuota por el servicio que van a recibir una vez que les llegue la hora. "Son pocos los que vienen y compran. Hay una leve mejoría en ese sentido", desliza Margarita Lanusse. En la provincia, un servicio básico cuesta actualmente entre 80 y 90 mil pesos: el doble de lo que costaba antes de que empezara la pandemia; el doble de lo que sale en promedio a nivel nacional. "El aumento no tiene que ver con la cantidad de servicios. Aumentaron los precios", explica Lanusse, quien dice que en estos tiempos el personal está "muy ocupado" con servicios de muertos por covid y otras causas.

En CABA estaban atentos a los cambios que podía introducir el nuevo decreto. Sólo entre noviembre y abril se pudieron hacer despedidas breves. Eduardo Malvé, vocero de la Cámara de Empresas de Servicios Funerarios y Afines de la Ciudad de Buenos Aires, precisa que en los tres cementerios de la Capital Federal (Recoleta, Flores y Chacarita) se pueden hacer inhumaciones con presencia limitada de gente, sólo para fallecimientos que no sean por Covid. “Cuando una persona tiene covid teóricamente no se puede hacer nada, pero a veces se ponía el féretro en el móvil y la familia por lo menos lo veía partir desde la puerta de la cochería”, cuenta. “En la peor época, cuando estaba todo cerrado, se podía ofrecer un responso sin gente. Algunas empresas que tenían infraestructura hicieron de eso una transmisión virtual”, suma.

Los servicios se incrementaron en la Ciudad un 15 por ciento entre 2019 y 2020. “Al bajar la calidad de la prestación baja también el precio”, asegura Gustavo Nardi, de Nardi Prestaciones (Villa Urquiza, CABA). “El precio fijado por la Federación Nacional de servicio tipo 2 estrellas es de 86 mil pesos, con sala velatoria y auto de duelo. Hoy eso se establece con cada familia. Diría que es de 65 mil pesos en adelante, dependiendo del tipo de ataúd, que hoy, al no haber velatorios, es la variable más importante", precisa.

“En Ushuaia para las personas con covid no se hace la ceremonia típica, pero después de la cremación y pasados los 15 días hacen una ceremonia con la urna. En algunos cementerios del Gran Buenos Aires estuvieron haciendo algo de eso en la mitad de la pandemia. Los familiares tienen que poder hacer algún tipo de despedida. Las empresas sin infraestructura están cobrando menos porque no tienen qué ofrecer. Eso está complicando al mercado", concluye Malvé. Junto a la suspensión de los velatorios también se perdió la tanatopraxia. Sólo se sigue maquillando a los muertos que no fallecen por coronavirus.

Nuevas ceremonias

La historia más original en estos tiempos raros es la que cuenta Añón: en las funerarias que maneja su grupo realizan “ceremonias de despedida sin cuerpo presente” pensadas especialmente para los íntimos de las personas que dejaron este mundo por coronavirus. Constituyen una “reformulación” del servicio de sepelio.

Estas ceremonias se realizan sin el ataúd --pues la cremación ya fue un hecho--, en salas o patios dependiendo de la jurisdicción y los protocolos. Diseñadores preparan tarjetas de invitación; se coloca en la sala una gigantografía con la imagen del fallecido; participa un religioso si la familia lo desea. Quienes asisten se van turnando si lo exigen las normas. Son invitados a decir unas palabras, a recitar, incluso a cantar y bailar. Se elabora un programa con los eventos que van a ocurrir en el encuentro. Hay oficiales de ceremonial que reparten algo para tomar. “Estamos tratando de orientarnos a la cultura americana de prestación de servicio fúnebre. En Norteamérica no hacen un proceso de velatorio inmediatamente después de producido el fallecimiento. La funeraria retira el cuerpo, lo embalsama y pacta con los familiares el día y el horario de la ceremonia de despedida. Organizan un evento similar a un cumpleaños o bautismo, una reunión social”, describe Añón.

Este cambio vino para quedarse. La gente ya no quiere sentarse al lado del ataúd 24 horas llorando. Estamos pensando en hacer estas ceremonias en el futuro con cuerpo presente”, dice. Y reflexiona: “El proceso de elaboración del duelo empieza en el velatorio, por eso nunca quisimos suspender esta prestación de servicio. Si la gente no ve al fallecido le cuesta muchísimo, por más que sea grande y lo entienda. En su interior se queda esperando. Le queda un desapego, una sensación de abandono”.

Añón sabe que quienes eligen su empresa lo hacen “por la calidad, no por el precio”. Su principal servicio es la afiliación. Un servicio estándar en su empresa, para no afiliados, vale 83.200 pesos. Las ceremonias sin cuerpo presente vienen siendo muy bien recibidas por los clientes; y se ofrecen también a los familiares de fallecidos por causas que no sean Covid. Es más difícil que acepten. La empresa ofrece también una unidad de duelo, esto es, un equipo de psicólogos y psiquiatras para contener a las familias. 

La virtualidad también se está integrando a los cambios en el modo de vivir la muerte. Jorge y Mauro Guzzo cuentan que, ya antes de la pandemia, tenían un servicio de obituarios online. En estos tiempos se volvió fundamental. "Es la forma de dejar un saludo, una condolencia, un mensaje para la familia del fallecido y se pueden subir fotos. Como en el diario, pero online", explican.

"Está muerto, pero acá lo tengo"

Quienes trabajan en el sector funerario están presenciando "cosas que no pasaban nunca". Por ejemplo, "que mueran cuatro personas de la misma familia en diez días", en palabras de Robles. "Tampoco son normales las inhumaciones sin personas. No se vio nunca que esté sólo la persona que va a firmar."

El tiene a su cargo cementerios y habilitó despedidas para fallecidos por Covid. Acceden cuatro, cinco personas, siempre al aire libre. “Ponemos una persona nuestra con un atril, hace una pequeña ceremonia antes de la inhumación. Es todo muy cuidado, para proteger a la familia y la gente nuestra”, cuenta. En algunos lugares este ritual en los cementerios se replica.

Es común en los testimonios la preocupación por una sociedad que ha visto quebrada su posibilidad de iniciar el duelo como en épocas normales. "Los familiares insisten para ver de qué manera se pueden despedir y es entendible. Tenemos que trabajar muy delicadamente para contenerlos, acompañarlos y escucharlos, y poder mostrar por qué no en caso de que no se pueda”, expresa Robles. “Vamos a ver a fin de este año, comienzo del año que viene, todos los duelos no resueltos por toda esta gente que desde marzo del año pasado no pudo asistir a ese momento de instalar el fallecimiento de un ser querido claramente, en la memoria física y emotiva”, analiza Malvé.

Péculo hace una comparación con el drama vivido por las Madres de Plaza de Mayo, una mirada que también había esbozado un integrante del CELS para una nota publicada por este diario sobre “la muerte y el duelo en la era covid”. “El velatorio no es un acto social, es donde uno comienza a elaborar el duelo. El problema de las Madres de Plaza de Mayo no es sólo que les mataron a sus hijos, sino también que no los pudieron despedir”, sentencia. Para él, la importancia del velatorio se resume en una frase: "Está muerto, pero acá lo tengo".