Desde Roma

La familia del profesor de secundario Antonio Silvio Caló de Treviso, integrada por su esposa y maestra de primaria Nicoletta Ferrara y sus cuatro hijos, a principios de 2015 fue acosada con amenazas e insultos de parte de muchos de sus conciudadanos por haber acogido en su casa a seis inmigrantes africanos. Treviso, muy cerca de Venecia y perteneciente a la región del Veneto controlada políticamente desde hace años por la racista Liga de Matteo Salvini, fue el escenario de numerosos y pesados actos intimidatorios contra la familia Caló, también de parte de los neofascistas de Forza Nuova, un movimiento ultraderechista que empapeló las paredes de la escuela donde trabaja el profesor con amenazas para él y su familia.

Pero todo esto no logró impedir que los Caló siguieran adelante tratando a los africanos como sus propios hijos. Y a seis años de esa experiencia, los seis inmigrantes tienen un trabajo fijo, son autónomos y se están construyendo la vida que querían en Italia. Este ejemplo fue distinguido tanto por las autoridades italianas como europeas e inspiró un proyecto de integración de la Unión Europea (UE). Como presidente de la República, Sergio Mattarella a fines de 2015 le concedió a Caló, que representaba a la familia, el título honorario de Oficial del Orden del Mérito de la República Italiana y en 2018 logró la distinción de Ciudadano Europeo del Año, de parte de la Comisión Europea, una de las principales instituciones de la UE. Es más, su experiencia fue la base del proyecto de la UE llamado Embracin, referido precisamente a la recepción e integración de los migrantes.

En una entrevista concedida a PáginaI12 el profesor Caló explicó paso a paso su experiencia pero sobre todo subrayó algunos conceptos fundamentales: “Antes de criticar hay que reflexionar” y “El modo de destruir los muros de la indiferencia es encontrando las personas directamente”.

-¿Por qué usted y su familia decidieron hospedar a estos seis inmigrantes?

-Desde hacía años mi familia y yo veíamos las cosas tremendas que sucedían en el mar Mediterráneo. Y esto nos había afectado. Nos preguntábamos: ¿por qué estas personas deben morir de esa manera? ¿Por qué Europa no puede pensar en formas de recepción? Recordaré siempre un día tremendo, el 18 de abril de 2015. Las radios y televisiones hablaron al principio de 700 muertos en el Mediterráneo. Luego se habló de 1.000 muertos. Volviendo a casa de la escuela le dije a mi mujer: “No podemos hacer nada por ellos. La única cosa que podemos hacer es abrir las puertas de nuestra casa”. Y decidimos hablar con nuestros hijos. Si uno solo de ellos nos hubiera dicho que no, no lo habríamos hecho. En cambio los cuatro respondieron con gran entusiasmo.

-¿Cuál fue el paso siguiente?

-A ese punto yo fui a la Prefectura de Treviso (órgano que depende del ministerio del Interior) que había hecho un llamado a la población para que recibiera a inmigrantes porque el estado no daba abasto. Hablé con una empleada y le dí todos los particulares de mi familia. Le dije que nuestra idea era acoger a chicas, no a muchachos, porque las mujeres a menudo sufren violencias y llegan embarazadas. Le pedí además que me diera los datos de otras familias que hubieran recibido inmigrantes así yo me ponían en contacto con ellos. Y ella me respondió: “No hay nadie. No hay ninguna familia que se haya ofrecido en provincia de Treviso o en la región del Veneto. Usted es el primero y probablemente sea el primero en Italia”, dijo. A Treviso no llegaban chicas, solo muchachos. Y la prefectura me seguía llamando pidiéndome que recibiera a los muchachos. Finalmente, el 8 de junio de 2015 recibimos a seis chicos, Ibrahim y Tidjane de Guinea Bissau, Sahiou y Mohamed de Gambia, y los dos más jóvenes, Saeed, de Ghana y Siaka de Costa de Marfil. Dos de 18 años, dos de 24, uno de 28 y otro de 30.

-¿Y cómo se arreglaron?

-Tuvimos que adherir a una cooperativa que se ocupaba de migrantes. Y ellos nos dieron camas, colchones y otras cosas. La cooperativa se ha comportado muy bien. Mientras llegaban las camas, contemporáneamente llegaban los prófugos. Nosotros vivíamos en una casita en medio a la campaña de Treviso. No le digo lo que sucedió en ese momento cuando vieron llegar un bus con los africanos que desembarcaban en nuestra casa. Los vecinos se empezaron a reunir cerca de nuestra casa. Sus miradas y sus palabras se hicieron muy pesadas. Mientras los chicos africanos bajaban del bus con una cara de alegría y una bolsita de plástico donde llevaban ropa para cambiarse que les habían dado. Mi hijo menor me miró preguntándose porqué los italianos nos miraban tan mal. Se asustó. Fue el único momento en el que vivimos un poco de pánico. Al día siguiente y por más de 20 días, recibimos amenazas, insultos, en las redes sociales, en el teléfono, y hasta en la escuela donde yo trabajo. Una pared externa fue llena de afiches con leyendas contra nosotros. Después de unos días empezamos a salir a caminar con ellos por la ciudad. Y más de una vez escuché decir “Ahí va el profesor Caló con sus seis monos”. La cultura del Veneto, después de 20 años de Liga, es una cultura muy cercana al racismo. Después del período de gobierno de Berlusconi y La Liga, Italia es un país mucho más ignorante. Han sembrado el miedo al distinto, al extranjero.

-¿Qué hicieron para adaptar a los chicos africanos a este “nuevo” mundo?

- Apenas entraron les dijimos que esa era su casa y que podían usar todo. Compartíamos los espacios porque para crear los dormitorios tuvimos que desalojar otras habitaciones que habíamos destinado al estudio o al trabajo. Fijamos turnos par todo: para lavar la ropa, para el jardín, para la cocina. Así fue que al medio día comíamos italiano y a la noche africano. En poco tiempo empezaron a llamarnos “papá” y mamá”. El otro tema era el idioma. Al principio estábamos media hora para entender dos frases. Porque algunos hablaban francés, otros portugués o inglés. Pero nosotros, los padres, no hablábamos ninguno de esos idiomas. Nuestro hijos, que conocían un poco de francés y de inglés, empezaron a hacer de traductores. Recibimos ayuda de la cooperativa. Así pudimos pagar una psicóloga que venía una vez por semana para ayudarlos a digerir las violencias que habían sufrido en Libia o en el desierto de Sahara cuando estaban viajando. También venía otra persona que controlaba los papeles legales y la parte médica. Un periodista jubilado venía a ayudarnos para enseñarles italiano. Pero después de tres meses me di cuenta que debían ir a la escuela. Porque hay escuelas para migrantes.

De lunes a jueves iban a escuela de las 9 a las 13. Jueves por la tarde iban a hacer deporte. A jugar al fútbol con mis hijos. Los muchachos son todos musulmanes. Rezaban cinco veces al día aun cuando nosotros somos cristianos. El viernes por la mañana iban a la mezquita pero por la tarde hacían voluntariado con la familias que necesitaban ayuda para mudanzas, cambios de muebles etc. El sábado estaba dedicado a la limpieza de la casa. Cuando terminaron la escuela, los anotamos en unas pasantías para que aprendieran distintas profesiones, para que se dieran cuenta de lo que significaba trabajar en Italia. Al final, las empresas los tomaron. La cosa más bella es que el mes pasado, uno de los más jóvenes, vino a decirnos: “Papá y mamá les presento a mi novia. No casaremos dentro de poco. Haremos un matrimonio italiano y africano. Mamá no te preocupes porque te haremos un vestido africano. Y dijeron que si tienen hijos, a uno lo llamarán Antonio y a la niña Nicoletta.

-¿Y cómo financiaron todo esto?

-Mi familia nunca recibió dinero directamente. Todo se hizo a través de la cooperativa que recibía fondos de Italia o de la Unión Europea. Nosotros llevábamos la contabilidad y presentábamos un balance de los gastos periódicamente.

- ¿Qué es lo más importante que puede enseñar al resto del mundo después de esta impresionante experiencia?

-Le respondo con las palabras de un compatriota suyo que se llama Francisco: “Hermanos todos” ( la última enclítica del Papa, de octubre del año pasado). En este mundo ninguno gana solo, solamente juntos podemos afrontar las cuestiones económicas, climáticas, políticas. Solo juntos. Somos todos hermanos. Ninguno es más hermano que otro.

Caló nunca fue recibido por el papa Francisco en el Vaticano y dice que estaría muy honrado si lo hiciera. Pero está seguro de que él los conoce, porque hasta el diario vaticano L’Osservatore Romano publicó un articulo sobre ellos. “Tengo la sensación de que antes o después nos vendrá a visitar a Treviso. No porque somos especiales sino para dar a entender que se puede”, es decir que se pueden hacer muchas cosas aunque mucha gente no lo crea. Titulado precisamente Si puo’ fare (Se puede hacer) es el libro sobre la experiencia de la familia Caló que aparecerá en los próximos meses, escrito a cuatro manos, por el profesor y una periodista holandesa. Ya su esposa Nicoletta había publicado hace algunos años otro libro sobre esta experiencia titulado A casa nostra (En nuestra casa).