El teatro por streaming y sus variantes ya son una modalidad instalada, y como dice Sebastián Villar Rojas “se encuentra en sus comienzos”. Son muchas las posibilidades –a partir de limitaciones precedentes, claro está– que trajo aparejadas. Y en este sentido, Villar Rojas profundiza una dramaturgia diferencial, que inició con Un problema de distancia –protagonizada por Julio Chianetta y Juan Biselli-, continúa con Yuta Padre –con Mario y Juan Vidoletti–, y proseguirá con Oveja negra dentro de pocos días. Antes bien, Yuta Padre –el diálogo entre un otrora famoso humorista y el hijo de su compañero de andanzas– tiene hoy una nueva función, a las 20, por Zoom y YouTube, y las entradas pueden adquirirse a través de las redes sociales de la obra (Instagram y Facebook).
El sábado próximo será el estreno de Oveja negra, nuevamente junto a Chianetta y Biselli. “Ahora trabajé una dramaturgia con la cual profundizar el trabajo actoral, y me largué con un drama todavía más nórdico que el anterior (risas)”, comenta Villar Rojas a Rosario/12. Pero también hay que decir que las virtudes tal vez impensadas del nuevo medio arrojaron luz sobre otras cuestiones, como la posibilidad de implementar propuestas que eviten un despliegue económico complejo: “El teatro es cada vez más caro. Las obras que hacia hace 10 años hoy no las podría hacer, y ésta es una manera de encontrar ciertas respuestas de producción, que simplifican bastante la problemática de los recursos. Desde luego, uno tiene que tener el ingenio para hacer algo que entusiasme a los públicos, obviamente con la misma calidad de siempre y con un mismo esfuerzo y rigurosidad”, agrega.
-Tres obras en este formato hablan de un interés creciente.
-Hay algo novedoso, que de alguna manera activó mi deseo. El encuadre de la pantalla obliga a los personajes a mirarse a la cara y a quedar quietos, con el fin de resolver un conflicto. Algo que parecía un límite sin embargo ofreció un arco de posibilidades, porque de alguna forma los personajes están forzados a decirse cosas, a accionar y reaccionar a partir de un llamado que está preestablecido, y quedan envueltos en esa lógica dialógica, en la obligación de tener que decirse cosas. De alguna manera, ahí encontré un lugar de inmersión en climas, en vínculos, en atmósferas y ritmos que tienen que ver con la conversación y con todas sus grietas; con las yuxtaposiciones, las idas y vueltas, los desvíos, los juegos de palabras y las pisadas. Eso para mí es una parte muy rica del habla, un residuo del lenguaje; toda una serie de infracciones, de las cuales el teatro se hace cargo. Todo ese humus, en el teatro por Zoom se transforma, te diría, en la acción. En lo que para el teatro presencial es la acción física, acá de alguna forma lo son todos esos ripios, esas grietas en las comunicaciones. Además de todo lo que se puede hacer en el encuadre, a través de un celular que permita otra circulación con la cámara, que uno de los personajes se vaya del plano, que la cámara se apague o se incorpore sonido a través de una música incidental. Pero todo tiene su centro en la actuación, en el cuerpo del actor y la voz. Eso es algo que desde el comienzo quise explotar. Poner a los personajes a conversar, a fondo, para sumergirlos en un conflicto en el que queden atrapados, y que tienen la obligación o necesidad de resolver.
En esa conversación, Yuta Padre indaga en el intento de un olvidado humorista de volver al ruedo, para lo cual recurre al hijo de su compañero de faena, con el objetivo de que sea él quien ahora reemplace a su padre, fallecido. Son muchas las facetas del diálogo, entre las aristas que asoman y los dardos disparados. Allí cuando la conversación amenace con romperse, sin embargo no lo hace, y reinicia en la búsqueda de algo más, que de alguna manera estaba cifrado y habrá que dilucidar. Para ello, es necesario dejar que la obra transcurra por momentos diversos, porque “la inmersión es también temporal, requiere de un tiempo y de un tempo. Descreo de fórmulas o duraciones preestablecidas. Cada universo requiere de un tiempo de instalación, de inmersión y de salida. Y eso depende del microcosmos que uno crea. Estas obras que hago piden su extensión, y la hipótesis de trabajo es que las y los espectadores se pierdan en ese mundo, que no se den cuenta del tiempo transcurrido. Gracias a los actores y a su compromiso lo venimos logrando”.
-Y desde una plataforma cuyos códigos son compartidos por los espectadores, algo que seguramente afecta el registro de la actuación.
-Acá hay algo nuevo para seguir profundizando. Se reformulan los ritmos, el registro de actuación y las interacciones escénicas. Pero todavía estamos en los albores, dentro de la lógica del teatro transpolada o llevada al encuadre de la pantalla. Y eso con mucho cuidado, con mucha consciencia. Sabiendo que se trata de un lenguaje que roza con lo cinematográfico, donde los registros de actuación tienen que ser naturalistas. Pero el contrato no es de cine, sino de Zoom, y si bien es una herramienta con la que se trabaja cotidianamente, se produce el salto ontológico, como dice (Mauricio) Kartun. Los espectadores saben que los actores están del otro lado, en tiempo real, y la sensación del teatro presencial revive en este formato, algo que para sorpresa nuestra se dio. Es una alegría que a través de esta herramienta se pueda recuperar algo de lo que en teatro se llama convivio, el ritual de copresencia entre actores, público y técnicos. Por suerte, esa situación sobrevive y resiste en este teatro del tecnovivio. Es el tecnovivio, de hecho, el que nos permitió hacer sobrevivir y resistir el acontecimiento vivo del teatro.