Cae el manto de la noche repujada y empapa los hilos de muselina que resguardan al visir en su descanso. Entre la brisa y la arena se escurre un llamado o un lamento, una insistencia en dilación, una desvanecencia. Son acordes, ¿es un arpa? Con el ocre púrpura del alba, el aroma de un beso imposible se presenta en el recuerdo ensoñado de aquella figura que, como sombra, dio sus pasos flotando hasta el lecho del visir, ahora aquejado por no saber si alguna vez fue, o más bien, si alguna vez será nuevamente digno destinatario de una visita semejante. La vanidad es el placer basal.

Este besar hechizante de una súcuba cyborg transcurre en el jardín protagónico del enclave musical más reciente de Fatima Al Qadiri, artista multimedial y compositora nacida en Senegal en 1982 e instalada desde pequeña y hasta su juventud en Kuwait. Al Qadiri se ocupa de reimaginar universos informativos preexistentes, entramados culturales orientales y mediorientales representados desde Occidente; las rutas del exotismo, hiperpobladas de sentidos adjudicados a lo largo de los siglos con el fin de sostener justamente esa idea de lo que es y lo que no llega a ser exótico, son en sus manos objetos infinitos de los que extraer contornos y paisajes, penas y arquitecturas, imágenes presentes en espejos blandidos desde su estudio de grabación doméstico.

El recorrido musical de Fatima Al Qadiri comienza en 2011, con la edición de WARN-U, un EP compuesto por piezas de música religiosa islámica desintegradas y vueltas ecos de ecos. No hay instrumentos más que su voz, tensionada o comprimida hasta sonar como una doncella o un djinn. Un año más tarde, con “Desert Strike”, constelaría sus años de pubertad transcurridos durante la ocupación iraquí en Kuwait al ensamblar melodías mediorientales con descargas de arma y reverberaciones calcadas del videojuego homónimo al EP, no casualmente ambientado en la guerra posterior a dicha ocupación.

Para 2014, el panorama conceptual de bombardeos y avernos petroleros se aplacaba de manera contundente. Al filo del jian, la espada tradicional china, las piezas de “Asiatisch” posaban las garras de la mirada en las ideas y las construcciones que Occidente viene formando sobre China y, por indecorosa extensión, sobre “lo asiático” (“asiatisch” denomina a lo asiático en alemán). Son milenios de data monumental vertida desde un horizonte lejano con cimientos de Europa y Estados Unidos, digitalizado todo al nanómetro para máxima satisfacción. 

La primera vez que escuché “Asiatisch” estaba de viaje en Dubai con unas amigas y una de ellas puso el disco, que se convirtió en una especie de banda sonora de esos días y de los días que siguieron, en Japón. ¿Hay algún disco que en algún momento de tu vida te haya ayudado a que la realidad tuviera más sentido?

-De hecho hay un disco que fue una gran influencia en mi nuevo álbum. Es un disco de Dariush Dolat-Shahi, de 1985, y se llama Electronic music for tar and sehtar, que son dos instrumentos tradicionales iraníes, y creo que la primera vez que lo escuché debe haber sido en 2007 ó 2008, en un viaje en auto desde Italia a Francia, viajando entre las montañas verdes, por esos caminos alpinos angostos. Me acuerdo mucho de esa música y a partir de aquella vez, cada vez que hago un viaje como ese, es la música que escucho porque para mí, definitivamente, es la más hermosa unión entre instrumentos tradicionales e instrumentos electrónicos, no creo que haya nada que suene así. Para mí es uno de de los desafíos más grandes como compositora y como música lograr bien ese balance, hacer que suene realmente contemporáneo y no como dos cosas encimadas una con la otra, ¿entendés?, porque pueden ser como aceite y agua si no sabés cómo mezclarlas. Yo quería ponerle mucha atención a Medieval Femme, es decir, hacer un disco de música medieval... ¿Qué sentido tenía? No soy una estudiosa de instrumentos medievales, no es lo mío, y tampoco quería hacer un álbum ruidoso porque fundamentalmente soy una gran aficionada a las melodías. Lo ruidoso nunca ha estado en el espectro de mis intereses.

Tu madre, Thuraya Al-Baqsami, es una artista plástica reconocida y para la portada de Medieval Femme usaste un grabado de su autoría. Además de funcionar como homenaje a ella, ¿qué hizo que te decidas por esa imagen?

-En la obra de mi mamá, en sus pinturas y linograbados, el 99,9% involucra a la figura femenina. Yo quería algo que se viese como una pieza de arte contemporáneo y este es uno de sus grabados que más me gustan. Cuando empecé a componer el disco pensé que sin dudas tenía que ser la portada. El rostro de esa mujer es muy enigmático… ¿Está feliz o está triste, con sus ojos abiertos y vacíos y esa sonrisa leve? Sentí que en esa figura había algo inalcanzable, algo inaccesible. Quise que esa escena fuese la portada.

Entonces, para vos, ¿esa mujer de la portada es una posible “medieval femme”?

-Es que en realidad “Medieval femme” no es una mujer. Es un estado de ánimo, no es una persona ni es un género, y es por eso que usé la palabra “femme”, porque para mí es una idea más abstracta que “femeninx” o “mujer”. Es más bien un temperamento, un gesto, una atmósfera. Es la sensación de un anhelo melancólico.

No se trata, como vemos, de la primera incursión de Al Qadiri en el mareo de las identidades habitantes del ocaso. En Brute, de 2016, exploraba el entorno sonoro del centro de las protestas por crímenes racistas en manos de las fuerzas estatales, transmitidas satelitalmente desde Estados Unidos hasta nuestros dígitos, los drones rasantes, las órdenes en megáfono. Más adelante, con Shaneera, Al Qadiri trasladaba el agite a las fiestas ocultas de la comunidad queer del mundo árabe, recortando los chats de Grindr de sus amigues en letras rapeadas con seudónimos y con invocaciones a la figura del título, una suerte de drag todopoderosa que obtiene su energía vía las divas de la canción medioriental, superlativamente drag queens en sí mismas.

Los devenires fantásticos de Atlantics, el film de 2019 dirigido por la francesa Mati Diop y cuya banda sonora Al Qadiri compuso, representaron el impulso espectral que abrió el paso a esta femme medieval de hoy, esta musulwoman, obstinada en sus anhelos. “Cuando empecé a componer para el film, Mati Diop me empujaba más y más para hacer algo vulnerable, frágil, y de nuevo, más vulnerable, más frágil todavía”, dice sobre la experiencia. En este momento está completando la música para otro film, drásticamente distinto: una historia de terror dirigida por Paco Plaza, mitad del dúo ibérico creador de la insuperable pesadilla zombie “REC”.

La concubina se alista, la tarde en receso, los pasos apurados. El chasquido tridimensional de las aves en sus guaridas es alternado por los acordes del sintetizador en formato de laúd árabe, de tanbur y de dulcimer, fantasías desanimadas de reproducción desconcertante. Fatima insiste: “Quería hacer algo que sonara como el futuro y el pasado al mismo tiempo, sin haber presente. El presente desapareció. No existe más.”