Con una amiga decimos que no somos de la revista “Hola”, sino de la revista “Chau”. “Hoy salí en la tapa de la revista Chau”, “Me gané todas las páginas de la revista Chau”. Eso significa que no andan bien las cosas.

Mi club ideal, del que formo parte, es el de la revista “Chau” y si Frances Halladay fuera mi amiga vendría conmigo. No tiene plata, no tiene casa, no tiene talento, no tiene novio. Es “undateable” (lo vi traducido como “ilevantable” o “espantachicos”). Tiene una mejor amiga, Sophie, de la que al parecer está enamorada, pero que se va con otro, -con un marido que grita en cualquier lado “me voy a echar un meo”-, a Japón. Tiene dos amigos artistas, Ben y Lev, que tampoco tienen nada, aunque sí el dinero de sus padres. Frances es una bailarina de medio pelo que trabaja como suplente en una compañía; el grupo se achica y le dicen que se vaya de vacaciones. Tiene 27 años y vuelve a la universidad en la que estudió para aportar como voluntaria durante el verano porque allí no pagará alquiler. Se endeudó con un pasaje a París adonde se fue por tres días por la única razón de que le ofrecieran un departamento gratis.

No sólo porque nada le salga bien Frances pertenece a los “chaus”, sino porque no tiene dónde vivir, siempre se está yendo de casas en las que no puede quedarse y por eso la película subtitula sus segmentos con sucesivos domicilios. De Nueva York al college, a Sacramento (la ciudad de sus padres) y así. Frances Ha es su final feliz; eso dice el papelito doblado en un nuevo timbre que parece, al fin, un hogar.

Me gusta Frances Ha porque es en blanco y negro, por el modo en que está montada la música, porque tiene muy buenas actuaciones, pero sobre todo por el humor. Greta Gerwig, la actriz y guionista, es torpe, grandota, indiscreta. Una de las novias de Lev, al verla una noche en el departamento le dice: “Vos parecés mayor que Sophie. Más vieja, pero más inmadura”. Frances no sabe expresarse con elegancia en una reunión social de gente de su edad, ya casados y con hijos. “No entiendo a la gente que dice que un hijo te cambia para toda la vida porque ya no podés pensar más en vos y pensás en tu hijo”, dice. “¡Si es igual a vos! Es como un ‘mini-vos’”. Quiere intentar ser amiga de otra chica y le grita un chiste: “¡Ahoy, sexy!” Las desubicaciones siguen. Sin embargo no hay resentimiento, sólo un estado de inocencia con una pizca de desolación y conciencia: el preámbulo perfecto para el humor. Debe haber pocas clowns más encantadoras que Gerwig en la historia del cine, -acaso, aunque ya sí con un tono dramático, el personaje de Giuletta Massina en La Strada. Frances camina por la ciudad con cierta desproporción, entre la torpeza y la gracia, la sencillez y la pirueta, el ridículo, la rapidez. La película entera puede verse como una danza: el ensayo abierto de Frances Halladay por la vida, lleno de repeticiones, desaciertos, abrazos. Muy poco de “excelencia académica”. El amor también es para ella un hilo en movimiento. Amar, observa, es como ver a alguien en una fiesta a distancia y que no importe cuántos objetos o personas se crucen en el camino si sabés que está presente con su mirada y su energía.

Como todos los payasos, Frances habla de lo más sencillo, lo más pobre, desde el suelo del sentido. Y por eso puede darte vuelta con un par de maniobras. Como ese poema de Roberta Iannamico:

Siempre fui payasa

Convertía la torpeza en humor

si me caía de culo

si se me caía el helado

si con la bici me chocaba una pared

ahora por ejemplo

ando como una linyera

por un arroyo sin agua

y no me importa nada

y quiero

ser feliz.


Irina Garbatzky es docente en la Universidad Nacional de Rosario, investigadora de CONICET y lentísima escritora. Es autora de Los ochenta recienvivos. Poesía y performance en el Río de la Plata (2013), de los libros de poesía Movimientos imposibles (2004), Huesitos (2012), Casa en el agua (2016), El entrenamiento de la mente (2020) y del diario de viaje Medio metro cuadrado de coexistencia (2013). Compiló Expansiones. Literatura en el campo del arte (2013). Recientemente, junto a María Fernanda Pinta, publicó Mínimo teatral por la editorial Libretto.