Ningún texto nace solo, ningún texto surge de la nada. Incluso esta nota estará atravesada por otras notas, otras narrativas. En 1982, el teórico literario francés Gerard Genette escribió un libro que pasó a ser de lectura obligatoria para los primeros cursos de cualquier carrera de artes y comunicación: Palimpsestos: la literatura en segundo grado. En este escrito, explica cómo las obras interactúan entre sí a través a través de distintos procedimientos, entendiendo esta dinámica como algo característico de la modernidad. Para él, pareciera que su movimiento es atravesarse, citarse, parodiarse, retomarse, reinscribirse: esta superposición de voces horada la noción de autoría y del genio creador y apunta a pensarlas como un collage, un mosaico. En la era de internet esta noción se eleva en su máxima expresión: los memes, por ejemplo, son de todos y no son de nadie. ¿Acaso importa quién hizo el meme del perrito ansioso? ¿Quién inventó el TikTok de la música dramática de telenovela?

Esta práctica de reapropiaciones, transgresiones y remixes es ampliamente conocida, aceptada, debatida y teorizada y es una fuerza constitutiva irrefrenable de la que ningún discurso puede zafar. Pero esta noción fundamental sí escapó, o más bien, fue conscientemente ignorada por los periodistas sin marco teórico y los nuevos críticos de arte de Twitter, que efectuaron un virulento ataque en tono machista y violento hacia una artista plástica argentina. Esta vez, fue Fátima Pecci Carou la señalada y la expuesta, que tuvo que hacerle frente a las acusaciones misóginas y elitistas de un cardumen de trolls que la acosaron en las redes sociales alegando que ella había plagiado en su obra a personajes de animé de otras dibujantes japonesas. En este escenario expresaron su rabia hacia ella deseándole “lo peor” de lo peor. No solo por haber tenido el atrevimiento de haber “copiado”, sino también por haber copiado mal, porque su trazo no respetaría las lineas clásicas del animé tradicional, lo cual fue leído como un sacrilegio y una transgresión que merece ser castigado con el escarnio público.

Evita en Christian DiorÓleo sobre tela

En “Banderas y banderines”, su primera muestra en el Museo Evita, propone un cruce otaku-peronista en el que retrata a esta figura icónica como una justiciera que remite a Sailor Moon. Esto no pasó inadvertido e irritó a los comentaristas de Instagram militantes de la propiedad privada.

Sobre todo, porque es feminista, peronista y le va bien; sobre todo, porque su obra es reconocida y elogiada por coleccionistas. Este barullo virtual agresivo, misógino y disciplinante, alineado con ideas reaccionarias y conservadoras propias de un libertario de Youtube escaló hasta los medios masivos, que no tardaron en replicar este discurso y construirla como construyen a todas las mujeres que quieren ver caer.

Sobre este tema, varixs artistas que prefieren resguardar su identidad para evitar posibles ataques que desemboquen en cierres de cuentas, señalan que esta práctica “es una tradición argentina” sistemática: “Todos los años le hacen esto a una pintora y cada vez escala más y más. Cuando una gana algo o vende una obra dos pesos ya están atacándola y la señalan como ‘polémica’, ‘controversial’”. En ese sentido, “ese odio disfrazado de denuncia no es más que la voz de una derecha misógina”; en definitiva: “hoy es Fátima, mañana es otra”. Otrxs artistas, a su vez, reconocieron que este tipo de miradas responden a “la parte más rancia de las artes visuales argentinas: gente que no reconoce a Duchamp siquiera, de la academia perdida en el tiempo, de los hiperrealistas que piensan que hacer arte es que te salga ‘igualito’, que reducen arte a un virtuosismo artesanal y no a un proceso de cuestionamiento e investigación”.

Por otro lado, Nosotras Proponemos, la Asamblea Permanente de Trabajadoras del Arte, expresó su repudio contundente y su preocupación frente a la ola de violencia que sufrió la pintora. “Un ataque de esta índole, basado en fuentes de dudosa procedencia, impregnado por categorizaciones ingenuas, desinformadas y anacrónicas que no tienen cabida en el campo intelectual artístico e impulsadas por personas totalmente ajenas a los procedimientos del arte contemporáneo, nos lleva a sostener que esta operación no sólo no tiene como objetivo iniciar ningún debate cultural, sino que es un ataque a nuestra compañera por su posición política”, sostuvo el colectivo. “En reiteradas entrevistas, la artista explica cómo se desarrolla su proceso de creación artística, en la que suele tomar imágenes y personajes de manga y animé para sus obras, aclarando que se trata de una reinterpretación, transposición y apropiación, operaciones frecuentemente usadas no solo en el arte contemporáneo, sino en gran parte de los movimientos artísticos de la Historia del Arte”, aclaran en su último comunicado en el que, además, aportan “datos precisos y verídicos con la intención de desarticular un discurso basado en información falsa e inexacta”.

La reina del tra(v)bajoAcrílico sobre tela

Sumado a esto, la escritora, artista y gestora cultural Fernanda Laguna resalta la doble vara que encontró en gran cantidad de artículos que levantaron este tema: “Las notas todo el tiempo hacen referencia a que las obras (de Fátima) se venden, dando a entender que la apropiación no sería un problema si no se vendieran, lo cual es contradictorio porque, según ellos, debería ser siempre malo hacer apropiaciones”. Para ella, “la apropiación en el arte es más común que el queso rallado en los fideos”; por eso, también apoya la idea de que estos discursos buscan el “hacer una jugada política”.

¿Qué moviliza a estos ataques? ¿Qué buscan, además de desprestigiar a la artista?

--A Fátima le viene yendo bien, le compran cuadros, ganó el premio ArteBA que es como, por ejemplo, La Rural: lo más conservador del mundo. Yo creo que la agredieron a ella porque está en el Museo Evita, porque es peronista y porque es como conectar ‘Cristina chorra’ con ‘Fátima chorra’. Las notas están absolutamente ligadas a un contenido político, a hacer una crítica al museo, a decir ‘¡cómo lo permite!’, ‘¡con nuestros impuestos!’, etc. Tienen un sesgo político y antiperonista, es una persecución para golpear al gobierno.

¿Qué pueden hacer lxs artistas para disputar estas nociones con respecto a las apropiaciones?

--Lo que podemos hacer es unirnos y mostrar todas las apropiaciones que todxs hicimos, porque son una forma de homenajear a otro artista. Igualmente, hay gente que se opone a esto, pero en ese caso se podría armar un debate, no un ataque directo contra Fátima. Por eso estar unidas es fundamental, que exista Nosotras Proponemos, Asamblea Permantente de Trabajadoras del Arte, es lo más. Que ya haya una estructura armada es importante.

Kekena Corvalán es curadora, investigadora y docente de arte contemporáneo y le “molesta mucho que la gente piense que los artistas se ganan la plata fácil”. “Que usan los impuestos, que le roban a alguien, que no se ganan la plata limpiamente”: “es algo muy típico que pasa con pibas como Fátima”, reflexiona.

¿Qué es lo que más te preocupa de este tema?

--A mí lo que más me asusta es que se condene en esta dinámica del arte contemporáneo la unión entre participación política y mística artística. Fátima tiene una ideología muy clara y ella es una militante política, ¿por qué una pintora no puede ser militante política, no puede ser feminista, no puede irle bien, no puede ser joven y ganar plata y trabajar para el estado? Hay un mensaje antiestatista detrás de esto: la idea de que, si una artista joven tiene un compromiso político expreso y es reconocida, es un curro del populismo.

¿Cuál es tu lectura sobre este ataque troll orquestado alrededor del supuesto “robo”?

--En el arte contemporáneo está lleno de plagios a otros artistas, acá les jode porque ella está problematizando la historia, su obra está diciendo algo muy fuerte. Ella es peronista, es abortista, reivindica la figura de Evita y lo vive de forma muy apasionada y se la está jugando. Y si le “robó” a una artista japonesa, ¿qué? Los japoneses seguro le “robaron” a otros, ¡todos le “robamos” a todo el mundo! Ahora se rasgan las vestiduras y prefieren defender los derechos de una artista japonesa que no saben ni quién es, solo porque dicen que “le copiaron algo”. Ese es un discurso de gente que no tiene nada que ver con el arte, que no discuten ni un campo ni un territorio. A mí (en mi posteo sobre este tema) me han maltratado: ya tres me dijeron que tengo problemas neurológicos o que me estoy haciendo la idiota y no saben que soy docente de arte contemporáneo. Y esto lo aprovecha toda la línea Bullrich, que está haciendo campaña, para decir lo mismo de siempre.

¿Sigue existiendo tal cosa como la noción de autoría en el arte contemporáneo?

--Que eso no exista más es justamente una de sus reglas. No existe en la medida de que yo entro a internet y me llevo cualquier imagen y la uso como se me canta. Vos sabés que si posteás algo en Instagram, otro se lo lleva. Las imágenes están tan cruzadas…ya hay cero aura, no hay aura en la obra de arte porque todas las imágenes están circulado de forma digital totalmente deformadas, pixeladas, rota. Si esas imágenes no estuvieran para que yo las use, tendrían una marca de agua inmensa con mi nombre. Pero ni la Kodama pudo hacer algo así con los textos de Borges. Así es la cultura de masas. Y así es la cultura de internet: la copia de la copia.