Una mujer, o parte de ella.

En el laboratorio del Dr. Jakob, permanecen frascos que conservan cosas adentro: así como mi abuela solía tener en conserva algunos pikles o duraznos, el doctor tiene una mujer que sonríe, otra que duerme y parece que sueña un sueño lindo.

Mujer dentro de un frasco parecido al de las aceitunas. La foto está en blanco y negro, se puede ver la parte del torso, el cuello, su rostro. El pelo rapado, sobre la parte superior de la cabeza falta un cuarto del cráneo y a través de ese corte, se puede ver parte del cerebro. No es eso lo que más me inquieta de la foto, lo que hace que la mire una y otra vez, es que ella sonríe, su boca se abre apenas, se pueden ver la hilera superior de dientes, una muequita tímida en los costados de los labios, como un gesto que recién empieza, sus ojos achinados pero sin llegar a cerrarse, como si hubiera fumado algo, o no se hubiera puesto los lentes. Entreabiertos o entrecerrados, sus ojos están ahí como mirando, más para adentro que para afuera. Parecen de color marrón.

Foto en blanco y negro, se puede reconocer una especie de vitrina, en primer plano un frasco grande, cuadrado, de vidrio grueso, detrás y fuera de foco, otros frascos con cosas adentro. Dentro del frasco cuadrado una mujer partida en dos. El corte va desde la cabeza hasta el cuello dejando de un lado un ojo y la comisura de la boca. Del otro lado el otro ojo, la nariz y la boca; de este lado parece sonreír, como un leve gesto de placer o alivio. De un lado parece sonreír o soñar un sueño lindo, del otro lado se puede ver muy poco, un punto antes de volverse una línea, el corte donde terminan por juntarse piel, carne y huesos; algo parece ser un diente como un maíz solitario en medio del locro.

“Seres amados que se me escaparon de los dedos, camino a los cielos

estamos vivos pero desdoblados:

sigo allí en ese misterio doloroso.” (1)

Foto en color sepia, una jovencita sentada en un sillón de madera, tiene puesto una especie de camisón blanco con rayas finas. Le cortaron el pelo debajo de las orejas, está despeinada o se lo cortaron a tijeretazos, quizás se lo cortó ella en un intento por recuperar algo de libertad, su rostro está levemente inclinado hacia abajo, pero su mirada se sostiene al frente, sonríe. Se ven sus dientes grandes, su mirada punzante de ojos claros. Es muy joven parece tener entre 12 y 15 años. Detrás de la foto, una anotación, podría ser la letra del doctor: Hilda Von y no entiendo el apellido, luego dice 9 de mayo de 1925.

Así me miraba Claudia, también Esteban. Claudia estaba en el segundo piso, Esteban en el primero.

Ella creía tanto en Dios, demasiado. Me esperaba al lado de la puerta del ascensor pidiéndome por favor que la llevara a rezar el Padrenuestro que estás en los cielos, bien cortito, bien rápido, mirá que rápido que lo hago Mariana. Me decía Mariana, no había caso.

Una vez las cuidadoras la llevaron a la misa del domingo, y qué hiciste, contale a la doctora, no te llevamos nunca más ¿me oíste? Claudia se acercó frenética a recibir la eucaristía, caminó rápido por el pasillo del centro, con la cabeza apoyada sobre su hombro derecho y su pelo casi rojizo cayendo y cubriendo todo su rostro, con la mirada para arriba aunque la cabeza fuera para abajo igual que la chiquita de la foto.

Caminó frenética por ese pasillo, la veo tomando velocidad con ese andar tan de ella, de Claudia, rapidito sin despegar los pies del piso, como si el piso estuviera recién encerado y hay que andar en patines. Quizás se movió como un pacman y llegó al frente del cura comiendo o tumbando viejas. Am am am. Pero cuando llegó al frente, su cuerpo se desplomó, comenzó a sacudirse, y entre movimiento y movimiento lo trató al cura de falso, que el demonio estaba en él, que se lo había querido meter a ella adentro, que no, que no, soy virgen, le gritó a toda la gente, también los acusó de llevar el demonio adentro y que Dios, Dios… no estaba ahí. Y que qué se creía éste que podía andar faltando justo el día que a ella le daban el permiso.

El color blanco entre los árboles, ventanas redondas y muchas rejas, gente mirando por las ventanas. Gritos como un sonido de fondo que se escucha desde la vereda, las puertas sin picaporte, las rejas, el color blanco otra vez, las guirnaldas de papel que hicieron en la hora de terapia ocupacional.

Una mujer mirando para abajo, con un camisón blanco con flores en las mangas. Tiene el pelo negro y una trenza muy larga, tan larga que escapa a los márgenes de la foto. María Martínez de Galvez, 1925, escrito a mano con la misma letra de la otra foto.

Magdalena Fariña, 1925. El mismo sillón, el mismo ángulo, el mismo claro, el mismo oscuro. Esta es la única foto que está fuera de foco, Magdalena parece moverse agarrando su cabeza con una de sus manos.

Dora Bergman de Trasbamky o Trasbamberg, escrito a mano en el dorso, las últimas letras fueron cayendo por el margen derecho de la hoja. Enero 1925. Sentada mirando al frente, mirando todo, mirando nada. Triste. Dos manos le sujetan la cabeza desde atrás. Una mujer o parte de ella.

Damaris Rosales. En blanco y negro, foto sin fechar, sin escrituras al dorso, no lo necesita. De frente mirando como una actriz en el escenario, hacia el final del salón, estoica, por comenzar el monólogo final, todos van a aplaudir, y van a llorar. Vestida con una especie de malla ajustada y negra, están cubiertos y al mismo tiempo marcados sus brazos y piernas. Una pierna, la derecha, la otra no está. Solo queda un pedazo que va desde su cadera y apenas ahí termina, Está sosteniéndose de dos muletas. La foto se la sacaron en el IRAR. Estuvo meses ahí después del accidente.

¿Quién guarda una foto así? Ella, o la mayoría de sus partes. Ese día salió hecha una loca con la moto después de discutir con el marido, su hija dijo que el camión no la vio, su hijo dijo estar seguro que ella se tiró y que tuvo suerte. Un pasaje al acto, un acto sacrificial en donde entregó una parte de sí al cemento y al cosmos.

1) Lihn, Enrique. Musiquilla de las pobres esferas. Editorial Universitaria. Santiago de Chile, 1969.