En la zona bastante tórrida e islas del Atlántico Sud.

¡Que fuma, fuma y fuma sentado en el umbral!.. entona, roncamente, Mártov, mientras enciende el enésimo Gauloise sans filtre, y yo, para no ser menos, lanzo uno al aire para abarajarlo acrobáticamente con la trucha, pues ésa es una de mis habilidades. La brisa del lago se apresta a disipar la vaharada de alcaloides misceláneos que exhalamos, mientras nos zampamos una medida de marc, para proveer a la digestión de una suculenta bouillavaisse, y también para asentar los galones de bière, pues hemos hecho un alto en Yvoire después de haber visitado Évian-les-bains, y ya con destino al hippodrome de Divonne-les-Bains para coronar la jornada, para que terminen de africarnos...

Convengamos –procede Mártov a exponer su hipótesis– que sería ignominioso imaginarse tanto al professore Joyce, mientras está mascando-bronca-y-rompiendo-los-boletos en el hipódromo de Montebello (Trieste) y ordena al cameriere su ración diaria de latte di soia, en vez de proceder a extraer un pitillo (de los fabricados por Carreras Ltd., de Londres, bautizado… Turf!), mientras no para de maldecir al tungo que hocicó estando a un pescuezo del disco. Como asimismo a Marcel Proust –rebosante de charme snob–, sorbiendo une sirop de myrtille en lugar de estar anegándose sendos fuelles con la enésima fine cigarette –en flagrante desmedro de su asma, y por lo tanto celosamente racionadas por su mére!– mientras alterna con la crème parisienne en la pelouse de Longchamp, cuando, en su calidad de potrillo, lógicamente todavía no había salido de perdedor. Era todavía un aprendiz, lo que viene siendo un yearling en sus tempranos aprontes.

¡No, si le va a errar!, continúa. No, si qué ¿Quién podría imaginarse al ciego de Carriego tomando un licuado Carioca, una (naranjada) Nora extra light? ¡No puedo representármelo, no me entra en la cabeza algo que pudiese reemplazar el faso del chicato del tango de los Manzi bros.?! ¿Qué iba a estar haciendo esa descocada que espera –encarnada por la manchega Sara Montiel en ese tango-canción fundacional– al hombre que quiere sino fumando, eh? ¿Iba a estar entreteniéndose tras los cristales, etc. mientras cataba cuán pocas calorías contenía el zumo que iba libando? Lo mismo respecto a ese tata –que la zamba escracha– pitando un chala… O a esos peones en otra zamba, a quienes sólo se detecta por los tucu-tucus de sus cigarros, de noche, en los cañaverales.

Si llegáis ya tarde un día, y encontráis frío mi cuerpo/ hallad en la inanidad del humo mi último aliento:/una vida encendida, corta, y de colillas, dos o tres cientos/ y en las piedras lacerantes de este erial ceniciento/ un faso, como una estatua, king-size y humeante en el centro.

Ya a bordo del Citroën DS que conduce mi tovarich, y mientras inhalo el áspero aire preñado de aroma de picadura de Virginia, mezcla con turkish, como se encarga de aclarar la tradicional marquilla del atado al que he echado mano, pienso en todos los cigarettes que se habrá clavado Boogie, mientras relojeaba, a bordo de la coqueta coupé Plymouth, si el malandra Mars ganaba el mistongo bulín de Geiger, sito en Laverne Terrace 7244. A ver: ¿alguien podría representárselo con el cuello de la gabardina levantado, el Stetson ladeado, dando buena cuenta de un par latas de guaraná?! El hombre desenfundaba el atado (sin filtro, va de suyo: la papanatada ésa aún no había sido inventada para ignominia y escarnio de la grey murciélaga) con esa marquilla con el escracho del dromedario y dos de las pirámides de Gizeh (el bicho está de perfil como en los prontuarios!) con sangre fría que empleaba para extraer el bufoso (Smith & Wesson .38 special), y poner de cuatro chumbos al sujeto de avería. Walela (el colibrí), no fue a recuperar un guacamole extra forte de las pestíferas manos de los Dagul´ku (los gansos)!! Se comidió, recordemos, a ir hacerse con el to ba cco!! ¿Quién puede figurarse a dos caciques sioux, apache, lo que sea, enterrando el tomahawk y firmando la paz compartiendo una barra de cereales en vez de estar ahumando sin querellas el confortable teepee (toldo)?!

Érase un hombre al tabaco uncido, era, de su combustión, parasitario; esa epífita existencia era la mía; loámoste, oh, bendita seas solanácea, que nos propinas la parda nicotina!!

Continúo escuchando la inflamada cuan fumigante exposición de mi amigo, el veterano de mil y unas misceláneas batallas, el curtido Menche (su otro alias): ¡¿Quién puede concebir al sargento de apelativo, Laguna, o no sé, pongámosle, Sosa, Bustillos, en el fortín, llamando: ¡Atención, la tropa! Y en vez de repartir el naco para un armado a Fierro y a otros desdichados que la leva ha rejuntado a la fuerza, les reparten un jarro de zarzaparrilla energizante?! ¡¿O una escudilla rebosante de muësli?!

No me mueve, Señor, para quererte, el Cielo que me tienes prometido, sino que hayas, ¡aleluya!, incluido, el tabaco, en esta orbe, uy, dió, qué suerte!! Si (San) Francisco Javier hubiera descubierto a tiempo los deleites que proporciona el cohiba (cual es su nombre original), (es una) fija que le dedica unos versos, cantado que los incluye en ese soneto tan emocionante que los curas nos han hecho recitar! Porque (y eso quién no lo sabe?!): Fumar, vieja (del agua), no es pecado, para la tradición judeocristiana, tenga mano! No hay ni un solo mandamiento que prohíba al cohiba (jojojojo!), no pesa sobre él interdicción divina alguna! Incluso ni a Martin Luther King, ni a Ítalo Calvino se les dio por prohibirlo. Por muy estrictos que fueran –por eso se habían encaprichado con poner en caja a la cristiandad descarriada!!– no arremetieron contra el faso, no eran ningunos nanosias! No sé quién de los dos sentenció: Fiat voluptas lex. Que es lo que se detecta cuando tienen que elegir nuevo cacique, en el Vaticano, hermano: ¡¿de qué decís que es el humo de la fumata?!..

¡No me has dejado ni el pucho en la oreja!, rezonga el malevo. Cómo sería, sino: No me has dejado una pastilla Renomé de mentol en el lóbulo auricular, etcétera.

Fumo y obligo, mándese un faso... Veamos: ¡¿cuántos, pero cuántos de los habitantes de este bendito planeta Tierra, cuántos pero cuántos terrícolas estarían ausentes si no fuera porque un caballero se acercó a la futura madre de sus hijos para pedirle intencionada cuan picaronamente fuego? Reconozcamos que la nicotina habrá contribuido a enviar a un par de cientos de miles al otro mundo, pero reconozcamos, también pongamos en la balanza, a todos aquellos cuyo nacimiento propició. ¿Y todo lo que contribuyó a calmar a los ansiosos padres inminentes, esperando que arribara la cigüeña, como tantas veces han figurado en viñetas? Pero antes de eso avant-la-lettre: ¿cuánto había contribuido ya a la constitución de esa pareja, todavía en ciernes, dotando al galán (principalmente a éste, pues las ninfas son más de hacerse desear), de algo con lo que transcurrir esos largos cuan sosos minutos, aguardando a esa damisela que se demoraba en arribar?

¿Dónde iremos a parar si se apaga la… fumata? Es ir contra una tradición ancestral pero fundamentalmente americana para mayor entidad. ¿Quién podría imaginarse a Sir Winston Leonard Spencer Churchill alentando a las tropas aliadas mientras succionaba una barra de regaliz? ¿O a Fidel Castro compartiendo con el Che un ice-tea, acompañados con bombones Al-Kashbah? Y con esta la corto –promete–: si lo prohibió la Inquisición es que era, es y será joya.

 

Fume, compadre, fume y charlemos…, entona, ahora, y pasa a recitar, instándome: fume, fume y fume, no deje de fumar, mientras ya me hallo enfrascado estudiando los pronósticos del Dépêche du midi, y del France Turf y debería, pa’completar, no ir a misa e hincarme a rezar, pero sí estar –pluscuampertinemente– sosteniendo entre mis dedos un Colt, o un Derby…