El momento histórico que atraviesa el mundo, y en particular Colombia, en materia de crisis climática, resurgimiento de los regímenes e ideologías ultraconservadoras, agudización de la guerra, deshumanización de las economías y desesperanza generalizada en la institucionalidad oficial demanda de la política proyectos colectivos que tengan la capacidad de conducir a la nación a un estado de mediana certidumbre sobre su futuro, de bienestar y garantía de derechos que materialicen su dignidad.

En el actual escenario preelectoral presidencial y parlamentario del país lo que predomina son propuestas mesiánicas de individuos sin representación colectiva, que sustentan la legitimidad de sus candidaturas en el hecho de haber ostentado un cargo estatal, de autodenominarse “salvadores” o “defensores” de lo público, o simplemente en el oportunismo de extrapolar la popularidad obtenida en ámbitos privados a la contienda electoral, donde la disputa no es por egos o formas sino por proyectos colectivos de gobernanza de la nación.

Esas propuestas, revestidas por la falsa apertura democrática del derecho a ser elegido y legalizadas en candidaturas por partidos convertidos ahora en colectividades amorfas, carentes de posturas ideológicas y políticas coherentes de cara a la historia y realidad del país, hacen daño a la esperanza de millones en la política como transformadora del curso violento e inequitativo que ha transitado Colombia desde su surgimiento como república.

Es igual de dañina para la democracia la organización de listas cerradas para Congreso en reuniones casi clandestinas, donde se privilegiaron amigotes y ungidos de siempre irrespetando liderazgos históricos, que la apertura ilimitada en la participación que convierte las postulaciones en actos que dependen exclusivamente de una decisión personal y no de una designación colectiva. Por ambos caminos viene transitando la izquierda, reproduciendo desilusiones de lo que debería ser el verdadero proyecto de país gestado por décadas en el fragor de la lucha de los sectores progresistas que siempre se soñaron una Colombia distinta.

Lo que será un hecho, porque no es difícil predecir, es que como abundan los candidatos, así mismo abundarán los fracasos electorales. Donde no hay proyecto colectivo no hay votos. Donde impera el personalismo, lo masivo se extingue. La multiplicación de los candidatos y la incapacidad colectiva de definir figuras representativas que recojan y materialicen discursivamente y en la acción las propuestas colectivas abonarán el camino a frustraciones y, en el caso del progresismo, ralentizarán y harán inviable el avance de las transformaciones sociales.

Un claro ejemplo de esto son los candidatos que emergen del Movimiento Social Afrocolombiano (MSA). Pululan: unos inconexos a las organizaciones de base, otros intentando avanzar con precarias estructuras populares y apelando exclusivamente a la idea del acumulado de un liderazgo individual. Esas pretensiones distan de la necesidad del fortalecimiento de un proyecto colectivo étnico que no se encontró en las prácticas racistas del progresismo que gobierna hoy. No hubo interlocución en el MSA para articular electoralmente lo construido en la lucha social. Lo que se avizora en esa innecesaria atomización es un fracaso que, como el paso desafortunado de tantos líderes por la institucionalidad de este gobierno, dejará golpeada a la organización étnica en los territorios.

*Abogado y Magíster en Educación. Coordinador del Equipo de Trabajo de Medellín en el Proceso de Comunidades Negras (PCN). Colombia.

Publicado originalmente en www.diaspora.com.co