La pandemia de Covid-19 desnudó la importancia de los cuidados y las desigualdades de género en torno a ellos. Puso en evidencia además su valor para el funcionamiento de la sociedad y la economía. En Miradas latinoamericanas a los cuidados (Clacso-Siglo XXI México), Karina Batthyány coordina una serie de aportes fundamentales sobre la temática en América Latina y el Caribe. El texto, una reflexión colectiva sobre el concepto, compila estudios relacionados al cuidado, la división sexual del trabajo, las políticas públicas y las iniciativas nacionales en países como Argentina, Uruguay, Brasil o Colombia en torno al cuidado de niños, adultos mayores y personas con discapacidad.

Destacada socióloga uruguaya, de las más reconocidas especialistas latinoamericanas en cuestiones vinculadas al cuidado, en Miradas... Batthyány subraya que “las características relacionales y afectivas de la tarea de cuidado están, producto de la división sexual del trabajo y de los mandatos de género, asociadas a la identidad femenina, lo que posiciona al cuidado como uno de los temas sustantivos directamente relacionados al real ejercicio de la ciudadanía social de las mujeres y de sus derechos”.

Batthyány es doctora en Sociología por la Université de Versailles Saint Quentin en Yvelines, Francia; secretaria ejecutiva del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso); y profesora titular del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias de Sociales de la Universidad de la República (UDeLaR), de Uruguay. Es autora, entre otros, de Los tiempos del bienestar social. Género, trabajo no remunerado y cuidados en Uruguay; Las políticas y el cuidado en América Latina. Una mirada a las experiencias regionales; y Políticas del cuidado (CLACSO-UAM-Cuajimalpa).

--Miradas latinoamericanas a los cuidados plantea una reflexión colectiva sobre los cuidados y una investigación regional en torno a ellos. ¿Qué se entiende por cuidados?

--Efectivamente es importante siempre comenzar definiendo qué entendemos por cuidados porque por suerte en los últimos veinte años ha habido mucha investigación y mucho desarrollo teórico en torno a este tema, particularmente en América Latina esa vitalidad se observa de manera muy fuerte. En Miradas latinoamericanas a los cuidados hay un recorrido sobre la evolución teórica de este concepto. Si tuviera que dar una definición breve, entiendo el cuidado como todas las acciones necesarias que se desarrollan para el bienestar diario, el bienestar en la vida cotidiana de una persona, de una persona dependiente, sea dependencia por ciclo vital --los niños obviamente-- o dependencia por distintas circunstancias de la vida: personas mayores dependientes, personas discapacitadas con dependencia. Entonces, entiendo el cuidado como todas aquellas actividades necesarias para el bienestar en la vida diaria y que se realizan para aquellas personas que no pueden realizarlas por sí mismas.

--¿Qué dimensiones involucra esta conceptualización?

--El cuidado involucra por lo menos tres grandes dimensiones. Una primera dimensión material que tiene que ver específicamente con el trabajo de cuidados. Todos y todas quienes hemos cuidado a alguien sabemos de qué hablamos. Si pensamos en los niños: higienizarlos, alimentarlos, apoyarlos, más ahora en plena pandemia, todas actividades necesarias de esa población. Pero no solamente nos referimos a la dimensión material sino que reconocemos también una dimensión económica con el costo que implica cuidar a alguien. El costo en dos sentidos: el costo directo, cuidar a alguien implica una serie de gastos, de insumos necesarios que implican un gasto pero también hay una cuestión económica más asociada a lo que dejamos de hacer por cuidar a alguien. Finalmente, una dimensión más del orden de lo afectivo, que involucra el cuidado más subjetivo, psicológico, que también es importante tener en cuenta. Estas tres dimensiones además pueden ser realizadas de dos maneras: de manera remunerada o no remunerada. Y a su vez en dos ámbitos distintos: dentro o fuera de la familia, dentro o fuera de los hogares. Y la naturaleza de la actividad del cuidado va a variar según todas estas características, es decir, según primen en algunos momentos las dimensiones materiales, económicas, psicológicas; según se haga dentro o fuera de las familias o se haga de manera remunerada o no remunerada. Pero hay una especificidad en la cuestión del cuidado y es que casi por definición involucra una relación que se establece entre quien cuida y quien es cuidado. Por supuesto esa relación también va a tener características distintas en función de si es una relación paga o no paga, familiar o no familiar.

--¿Cuánto se han profundizado las desigualdades en este sentido a partir de la pandemia?

--Hay dos cosas que me gustaría resaltar cuando hablamos de qué pasó con las desigualdades y con los cuidados en el marco de la pandemia. Primero es el contexto. Un contexto en el que a todos y a todas la vida cotidiana nos cambió de un día para el otro. Nos cambió casi hasta retrotraernos a épocas pasadas donde volvió a coexistir en el mismo espacio geográfico lo productivo y lo reproductivo durante las 24 horas, bajo las consignas del confinamiento. De repente nos vimos en una situación en la que, además, las tareas de cuidado se volvieron necesarias. Se pudo haber parado todo, pero el cuidado no paró. Contrariamente, aumentó. Porque si teníamos en nuestros arreglos domésticos alguna forma de externalización de los cuidados, por ejemplo, los centros de cuidado infantil o algunos lugares de apoyo para quienes cuidan a personas mayores dependientes en los domicilios, todo eso se detuvo. Y esa carga de cuidado volvió a los hogares. Volvió a los hogares además en condiciones de confinamiento, en muchos casos de teletrabajo, que implica un montón de desafíos en esta relación entre lo productivo y lo reproductivo.

--¿Qué arrojan los estudios a este respecto?

--Los estudios que hay nos muestran que la carga de cuidados aumentó, pero que no se distribuyó al interior de los hogares. Básicamente, se mantuvo la división sexual del trabajo que conocíamos antes de la pandemia: que somos las mujeres las que asumimos el porcentaje mayor de la carga de cuidados. El 80% de los cuidados los realizan las mujeres en nuestros países y lo mismo ocurrió durante la pandemia. Esta brecha de desigualdad de género, este “nudo crítico” --como me gusta llamarlo a mí-- se amplificó evidentemente durante la pandemia. Aumentó cuantitativamente la carga de cuidados en los hogares porque todo lo que estaba externalizado retornó a los hogares, quedó a cargo exclusivamente de los integrantes de esos hogares y no se modificó la división sexual del trabajo. Son las mujeres las que siguen cumpliendo esa tarea. Además se sumó algo --que depende de cada país-- para el cuidado del bienestar, que es el apoyo en todo lo que es la escolarización, la teleeducación. Esto no hace más que tensionar y es incompatible con el teletrabajo. No le puedo pedir a una mujer que trabaje, cuide y además cumpla tareas escolares en la casa. Todo esto llevó a niveles de tensiones muy importantes. El segundo punto que me gustaría destacar es que si alguien tenía dudas sobre la importancia del cuidado para el bienestar de todos los que integramos las distintas sociedades, para el bienestar individual y social, no le pueden haber quedado dudas. Con la pandemia, el cuidado estalló en la cara de quienes aún no lo querían ver o de quienes no tenían este tema como un tema importante a nivel de la agenda de políticas públicas. La pandemia aceleró la visualización de la temática del cuidado; ojalá no sólo la haya visualizado sino que lleve a preguntarse por soluciones al respecto.

--¿Cuáles debieran ser los ejes centrales de una agenda de políticas públicas de cuidados?

--Lo primero son los principios. Para mí una agenda de políticas públicas de cuidados tiene que tener tres principios de base. El primero es entender el cuidado como un derecho; y todo lo que ello implica, entre otras cosas, la responsabilidad estatal. Y eso tiene que ver no solo con declarar un principio o un derecho, sino de permitir que ese derecho se ejercite. El Estado tiene que ser garante de ese derecho. El segundo elemento es que tiene que ser de carácter universal, es decir, con acceso para toda la población. Dependerá la forma de acceso, no estoy diciendo aquí gratuito, libre e irrestricto para todos y todas en las mismas condiciones --aunque podría ser-- pero sí universal. El tercer elemento es que tiene que ser desde una perspectiva de género. Entender que en este tema está el origen de una profunda desigualdad entre varones y mujeres por la división sexual del trabajo vigente en todos nuestros países por los contratos o las relaciones de género. Esos tres principios son la base. Hay que empezar a pensar el cuidado como un derecho, una cuestión universal y desde una perspectiva de género. Una vez realizado eso, la experiencia internacional nos muestra que hay una serie de políticas a desarrollar.

--¿Cuáles, por ejemplo?

--Diría que hay al menos tres tipos de políticas; a esas tres me gustaría agregar dos que considero necesarias para cumplir con esos tres principios. La primera de las políticas son las que se llaman “políticas de tiempo”, como las licencias para padres y madres para el cuidado, la flexibilización horaria en los lugares de trabajo, entre otras. La segunda, las “políticas de servicios”. Es decir, brindar servicios que pueden ser públicos o privados pero que deben ser regulados sobre determinados estándares de calidad, como centros de cuidado para los niños y hogares para las personas mayores dependientes. En tercer lugar lo que se llaman las “políticas de prestaciones”, quizás menos implementadas en América Latina, que son beneficios monetarios que se otorgan a las familias para que con ese monto puedan solucionar sus problemas o necesidades de cuidado vía mercado o como sea. Y digo que hay que agregar dos más: el primero de ellos tiene que ver con políticas culturales que apunten a modificar la división sexual del trabajo. Las políticas culturales son imprescindibles para lograr ese objetivo. Por último, y en relación con la revalorización económica, siempre que se desarrollan políticas de cuidado en un país surgen nuevas ocupaciones, profesiones, asociadas a esta cuestión del cuidado. Prestemos atención desde el minuto cero a que estas profesiones u ocupaciones que surgen ligadas a la expansión de las políticas de cuidado sean ocupaciones valoradas socialmente, económicamente, con cobertura, con seguridad social, con protección.

--Subraya la importancia de las políticas culturales orientadas a modificar la división sexual del trabajo. ¿Cuál considera que es el aporte de la Educación Sexual (ESI) Integral en ello?

--El aporte tiene que ver con empezar a transmitir en los espacios de educación, en los procesos de escolarización, elementos que permitan una construcción alternativa de lo que son hoy las relaciones sociales de género. Poner en cuestión los modelos predominantes de feminidad, masculinidad, relaciones entre varones y mujeres y estereotipos, sexismos de distinto tipo que observamos en nuestra sociedad. Permitir el ejercicio de construir y reconstruir algunas categorías como la categoría de género, como la división sexual del trabajo, a veces tan internalizadas que las tomamos como naturales. El valor de la ESI es permitir poner en cuestión estos elementos. Hay que empezar a cuestionar y a reconstruir los mandatos sociales asociados al género que se transmiten de manera constante y a veces imperceptible. Allí es importante este tipo de políticas para permitir, desde los procesos educativos, poner en cuestión estos mandatos y contribuir a la modificación de esa división sexual del trabajo y del sistema de géneros que sigue siendo sin excepción en todos los países de América Latina profundamente sexista, profundamente machista, profundamente patriarcal.

--Hace un instante decía que es imprescindible entender el cuidado como un derecho. En Uruguay, el Sistema de Cuidados es un derecho. Argentina, como otros países de América Latina, está dando esa discusión y trabajando fuertemente en esa dirección. ¿Cuánto puede servirse la región de la experiencia uruguaya?

--El modelo de Uruguay es interesante para analizarlo en clave latinoamericana y en clave de países como Argentina, Colombia y México, que están dando fuertemente esta discusión. Pero tiene muchas particularidades que no hay que olvidarlas. Como por ejemplo, la primera bien importante y que quizás sea aplicable al caso de Argentina, es que el sistema de cuidados o la política nacional de cuidados en Uruguay se instala como un proceso de reforma social más amplia. Es decir, en un momento en que Uruguay hace una profunda reforma social que modificó la educación, la salud, la seguridad social, la cuestión fiscal asociado a la llegada al gobierno del Frente Amplio, de un gobierno ideológicamente ubicado a la izquierda que se propone deliberadamente esta reforma social, y esta es una pieza más dentro de esta reforma social. La segunda particularidad del caso uruguayo es que se trabajó desde el minuto uno con una articulación de actores diversos que provenían del sector académico, del sector de la sociedad civil y por supuesto del sector perteneciente a la política pública. Se avanzó con un diagnóstico nacional producto de un diálogo nacional por el cuidado, por una consulta en los distintos territorios para ver cuáles eran las demandas y necesidades de la población en torno a este tema. Luego se da una serie de políticas y hay una serie de enseñanzas en los términos de cómo avanzar en los tres principios que nombré en cuanto al derecho, la universalización y el género para evitar embates cuando llegan al gobierno nacional coaliciones ideológicas que quizás no tienen dentro de sus prioridades ese tema. Y esa es la realidad que estamos viviendo hoy en el Uruguay. Es muy positivo que países como Argentina se planteen este desafío de avanzar hacia una política nacional de cuidados.

--Más allá de los avances, ¿cuáles son las urgencias de la época en la agenda de mujeres?

--En términos de la agenda pendiente, me gusta mucho el marco de las autonomías. En el terreno de las tres autonomías, la autonomía física claramente involucra dos temas importantísimos en nuestros países: los derechos sexuales y reproductivos, aborto incluido por supuesto y violencia de género. En términos de autonomía económica, lo más importante nuevamente son dos elementos: uno vinculado a los cuidados que condiciona fuertemente la autonomía económica de las mujeres y otro en términos de la participación en el mercado de trabajo. En tercer lugar, la autonomía en la toma de decisiones donde América Latina tiene una deuda muy fuerte. A pesar de la ley de cuotas, estamos muy lejos de la paridad en los ámbitos de las tomas de decisión de nuestras sociedades.