Jorge Donn se había picado. Esa noche bailaba en el Luna Park, su vuelta triunfal a la Argentina mientras brillaba por todo Europa como bailarín principal de Maurice Bèjart. Cuentan que en el Colón no se lo perdonaron y, por eso, Donn tuvo que autoproducirse. Además quería que el evento fuera transmitido por Canal 7, aunque finalmente no hubo arreglo. Entonces aprovechó su visita al programa Cordialmente, de Juan Carlos Mareco, para reprochárselo en vivo a los directivos, quienes tuvieron que contestarle al aire. Arriba de la camisa blanca se había anudado una chalina marrón. Tenía el pelo batido, los anillos le brillaban como a un gitano y fumaba sin parar. El país estaba mirando esa pantalla. Los rostros quedaron pregnados de tensión.

A lo 59 años, Roberto Goyeneche parecía de 70. Y, lejos del traje negro que usaba para cantar en la orquesta de Pichuco Troilo, el Polaco fue al living de Mareco en joggineta. Pero todavía le quedaba cuerda para hacer sentir su presencia en los escenarios más impensados. “Voy a hacer un tema”, dice. Y mirándo al bailarín con bonhomía, casi que proponiendo un pacto de complicidad, le dice con convicción: “Te va a gustar”. “Sin micrófono, así, nomá”, compadrea el Polaco. Aunque el maestro Mario Marzán comienza a acompañar con el piano. Y arranca “Naranjo en flor”. Donn no conocía ni la canción ni a los hermanos Homero y Virgilio Expósito, sus creadores.

“Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir… y, al fin, andar… sin pensamiento”, recita Goyeneche, cinchando cada palabra. Por primera vez, Jorge Donn parece relajarse: cierra los ojos con placidez. Descubre un universo nuevo dentro suyo. Y se va. Viaja. Deja de estar ahí.

Pero luego vuelve. Y vuelve al Polaco, cabeceándole el hombro con dulzura. Sonríe y la mirada le brilla. “¿Qué le habrán hecho mis manos? ¿Qué le habrán hecho?”, se repregunta Goyeneche. Y abre sus dos palmas hacia arriba. Jorge le toma la izquierda con su derecha y la cámara va hacia esos diez dedos entrelazados en uno de los mejores planos de la historia de la televisión argentina en vivo.

En adelante, todo será amor y admiración para ellos. E incomodidad y sorpresa para otros. Pero los de afuera son de palo: las dos manos se aferran cada vez más, Donn hace caricias con su pulgar y los párpados del Polaco caen a tempo con el cierre de Marzán. “¡Qué barbaridad! Me voy…”, intenta despedirse Mareco, lacónico. No quedaba claro si el conductor estaba emocionado por la performance o estupefacto por tanto roce de cuero y carne.

“Shhh”, lo interrumpe Jorge Donn, tocándole el brazo. “El silencio es la palabra más linda que existe. El silencio…”, susurra el bailarín. “Él nos dijo todo. Así que hagamos silencio. Esa energía que van a poner aplaudiendo, vayan… y planten un árbol”. Y luego, lo que sería historia: Donn deja el cigarrillo en el cenicero, toma a Goyeneche de una mejilla y le estampa un ruidoso beso en la otra, rozando la comisura. Para rematar, pasa sus dedos por los labios del cantante. “Sos un fenómeno”, aprueba el Polaco, subyarando las eses en tono bien porteño, bien tanguero. “Bueh”, suspira Mareco, quien quedó atónito. La imagen, en cambio, quedó para siempre. Jorge estaba estremecido. Roberto reía.

Para algunos —y, especialmente, en aquel momento— ese beso en vivo por tevé del 27 de julio de 1985 supuso un escándalo. “Una explícita demostración de homosexualidad”. “Cosas de putos”. “¿Cómo se atreven a pasar eso en la televisión?” “¡Hay chicos mirando, che!”.

Alberto Olmedo podía hacer de trolo ridiculizando estereotipos y todos reían, no solo la claque. Ese humor era un éxito en la televisión, en el cine y en el teatro. Algunos gags, incluso, todavía arrancan carcajadas hasta en los más deconstruídes. Pero el beso de Donn a Goyeneche tuvo el adicional que faltaba en esos guiones de ficción: fue real. Fue cierto. Fue sincero y espontáneo. En el reparto, a Mareco le quedó el rol del incómodo. El que mira y después relojea para los costados, como buscando algún gesto que le indique qué hacer. Que lo saque de esa incertidumbre sobre cómo reaccionar. Era el conductor del programa, quien llevaba la rienda de la narrativa televisiva. Pero la situación lo excedió.

Después de trabajar de tachero, chofer de bondi y mecánico, Roberto Goyeneche comenzó su carrera como cantante en 1944, cuando lo “descubrió” Raúl Kaplún. Y doce años después comenzó su escalada sin retorno en la escudería de Aníbal Troilo. Al momento de cantar “Naranjo en flor” de jogging y a capella en uno de los programas más vistos de Argentina, ya llevaba cuatro décadas en el barro. Jorge Raúl Itovich Donn nació en 1947, comenzó a bailar a los cuatro años y estudió en el Colón. En 1963 se fue a Bruselas a trabajar en la compañía de Maurice Béjart y fue su bailarín principal. Luego armó su propia compañía: L’Europa Ballet. En 1979 recibió el Dance Magazine Award, el premio más prestigioso de danza. Pero su resonancia llegó en 1981, cuando protagonizó el baile del Bolero de Ravel en la escena angular de “Los unos y los otros”, película del director francés Claude Lelouch.

Casi en simultáneo a aquel programa histórico de Cordialmente, Virus grababa “Locura”, su disco más exitoso. El de “Sin disfraz”: un himno de batalla en tiempos donde la OMS aún consideraba a la homosexualidad como una enfermedad mental y la compañía discográfica le pedía a Federico Moura “no ser tan gay porque le gustas a las chicas”. Y en “Tomo lo que encuentro” (segunda canción de ese disco inoxidable) uno tranquilamente podría suponer que Federico le estaba cantando al tanguero o al bailarín casi en tiempo real: “No me imaginaba que eras tan Lelouch; tu beso en el vidrio dejó marcado el rouge”, inicia la letra escrita por Roberto Jacoby. Todo ese vértigo ocurría en julio de 1985. Moura, Donn y Goyeneche. Imágenes paganas: los besos y la ausencia.