Santiago era uno de los últimos vecinos que sacaba su silla a la vereda y se quedaba mucho tiempo viendo pasar la vida; hiciera calor o mucho frío, el tipo no se perdía ese ritual. Uno pasaba a la hora que la gente ya está metida adentro por miedo a los robos o viendo a Tinelli, y el tipo estaba ahí en la puerta de su casa, fumando y escuchando una radio chiquita muy antigua. Varios de la cuadra ya lo tenían harto con la famosa pregunta que siempre le hacían, y pasó mucho tiempo en que se la hice yo, hasta que un día de marzo me animé.

--Buenas noches, Santiago --el hombre me respondió el saludo con un gesto indiferente y ahí nomás le disparé

--¿Fue verdad? --No hizo falta que se la repitiera, muchos ya se la habían hecho y parecería que él no se molestaba en contarla de nuevo porque sus ojos cobraron brillo como la brasa del cigarrillo.

--¡Claro que es verdad... la pura verdad! --me dice casi gritando--. En febrero del 73 lo conocí a Nino Bravo... el mejor... el más grande.

No hizo falta que le hablara más, y me empezó a relatar la anécdota.

--Ese año estuve en España, trabajando un tiempo de taxista... no ganaba mal y me hubiese quedado, pero la verdad que extrañaba mucho la Argentina y me volví unos años después, cuando ya se habían ido los milicos, te puedo decir muchas calles de Madrid porque que me las conozco de memoria. Una tarde que no tenía mucho laburo, entro a una estación de servicio a cargar nafta, y mientras me atendían... en el surtidor de al lado estaciona para cargar un Mercedes Benz W110... y ahí bajó él... Nino, de traje color crema y camisa negra, con lentes oscuros. Cuando lo vi se me puso la piel de gallina... --dudó unos instantes-- ya sé lo que me vas a preguntar, si ese fue el coche con el que tuvo el accidente... no, ese no fue, Nino perdió la vida con un BMW 2800--. La verdad es que ni se me había ocurrido preguntarle eso.

--Cuando te cruzás con un ídolo que siempre admiraste es raro lo que te pasa... no querés ser cholulo pero a la vez te dan ganas de expresarle todo el cariño que le tenés -- me decía Santiago bastante emocionado.

--Y en ese momento, lo primero que me salió del alma, fue tararear una parte del tema “Libre” mirándolo a él, y ocurrió algo maravilloso... se sacó los lentes, me miró sonriente y continuó mi tarareo con su voz única y mágica: “Y tendido en el suelo se quedó sonriendo y sin hablar... sobre su pecho flores carmesí, brotaban sin cesaaaar” --Santiago se puso a cantar la estrofa y siguió con la historia--. Acto seguido, Nino me guiñó un ojo y sin perder la sonrisa se metió de nuevo en el auto.

--Te juro, hermano... me quedé sin habla, me temblaban las manos dándole la plata al empleado... fue el recital más corto y más emotivo que tuve en mi vida.

Santiago, emocionado, apagó la radio y se prendió otro Particulares.

--Después, Nino arrancó el auto, y se fue --prosiguió--. ¿Usted vio lo que acaba de pasar?, le dije al empleado de la estación ¡Era el más grande... era Nino Bravo! El tipo me miró con cara de pocos amigos y me dice “pues claro, tío... viene siempre a cargar acá... pero mira, yo prefiero a Raphael”. Ni le contesté.

Empezaba a hacer un poco de frío nocturno, pero él seguía con el relato.

--Al tiempo me enteré del accidente en el que perdió la vida y me largué a llorar, nunca pude ir a verlo en vivo, pero ese momento único siempre me acompañó... Nino cantó exclusivamente para mí, y uno de los temas de él que más me gusta.

Es curioso porque nadie en el barrio le creía esta anécdota, yo si le creí, me acuerdo que un tío abuelo siempre me contaba que un día se cruzó con Perón y sus caniches por la calle y lo saludó con una sonrisa de oreja a oreja. Y eso era totalmente cierto.

El clima ya pasó de fresco a frío y Santiago se preparaba para meterse adentro, apagó la Spika y tiró la colilla del cigarrillo.

--Hay cosas que en la vida te pasan una sola vez, flaco --me dijo--. Acá en la cuadra sé que nadie me cree esto que pasó y la verdad que ni me interesa, incluso algunos ni deben saber quién fue Nino Bravo.

Se metió adentro y me quedé pensando con qué poco a veces uno puede ser feliz, sólo hay que estar en el momento justo y en el lugar indicado.

Con el tiempo me enteré, de muy buena fuente, que la anécdota era toda una gran mentira, absolutamente todo... lo de España, lo del taxi y por supuesto el encuentro con el cantante español. Santiago Valeri en el 73 vivía en Villa Luro y en esa época laburaba en un comité radical, vaya a saber por qué inventó esa historia y la contaba cómo alguien que muestra una medalla de honor.

 

La única conexión que tuvo con Nino Bravo fue que su hija se llamaba Noelia. Y, también en el barrio, muchos dudaban de que fuera su hija.