Aye llegó al mundo de la costura cuando comenzó a estudiar escenografía teatral en la Escuela de Arte Dramático donde el diseño de vestuario era una de las asignaturas de la carrera. Tuvo que pasar del boceto a la realidad, materializar sus modelos de cero sin conocimientos previos de moldería o el acceso a una máquina de coser. Afortunadamente una de sus amigas tenía una máquina y le enseñó a dar las primeras enhebradas a pedal. Recuerda que de chica le había pedido a su abuela que la instruya a coser a mano, años más tarde, volvió a recurrir a ella con esta nueva necesidad de convertir en realidad sus diseños.

Lo más interesante sucedió cuando descubrió que Rosa, su abuela tenía una máquina que no usaba y le dijo “si queres llévatela”. Indagando un poco en su historia supo que Rosa cosía desde los 13 años, cuando comenzó a trabajar de costurera con sus tías en un taller donde hacían muñecos, algo que no le traía buenos recuerdos: su mamá falleció muy joven, le siguió su abuela y quedó al cuidado de sus tías. “A ella lo que más le gustaba era vestirse, que sus tías le hagan los disfraces de carnaval, las polleras, los trajecitos, pero no le gustaba coser. Solo me dio la máquina, no me enseñó ni a enhebrar ni nada, pero creo que lo fundamental que me enseñó mi abuela entre muchas cosas, fue saber que podía hacer lo que quisiera, me dio la opción de ver si realmente quería hacer eso porque ella no tuvo opción de elegir y también fue la primera que me dijo no te cases y no te dejes maltratar por nadie”, recuerda Aye y da unas carcajadas.

Hoy atesora los consejos de su abuela Rosa y esa máquina que aprendió a usar de forma autodidacta a sus 20 años. Cuando se dio cuenta de que realmente coser le interesaba tomó cursos de moldería, corte y confección, comenzó a crecer su vínculo con la costura y durante varios años se dedicó a producir vestuario. En 2015 comenzaron a llegarle varias ofertas de trabajos para confeccionar ropa de manera freelance y decidió abandonar su trabajo de niñera de tiempo completo para dedicarse a la costura: “Cuando ganó Macri, muchos de esos laburos se cancelaron, los presupuestos y las cosas que tenía por hacer se volvieron para atrás y me quedé sin trabajo. En ese momento una profe de clown me dijo que en la oficina donde ella trabajaba iba una señora que les hacía arreglos de ropa pero que ya no estaba yendo por problemas de salud. Me preguntó si me interesaba hacer ese trabajo y acepté. Me iba de Mataderos hasta Puerto Madero con una valijita. Entraba al baño de la oficina de un edificio y venían todas las personas a traerme sus ropas para que yo les tome la medida y vea que arreglo podía hacer. A la semana siguiente volvía con la valijita, dejaba todos los arreglos. Eso lo mantuve durante un año y creo que algo tan básico y que está muy subestimado, a mí en ese momento, me dio una herramienta para salir adelante porque no tenía laburo.”

A Aye la salvaron la máquina, los hilos, las agujas y la costura, reparar prendas enriqueció su oficio, desde arreglar un agujero, hacer un ruedo, sacar hombreras, modificar una prenda, coser un cierre hasta confeccionar una prenda de cero, con telas de las más diversas. La casa de dos ambientes donde vivía con su pareja de ese momento, un varón heterosexual, se convirtió en su taller, la mesa donde comía era la misma donde cosía. Cuenta que la costura también la salvó de esa relación conflictiva que tenía con quien convivía:Me la pasaba cosiendo, cuando no lo tenía que hacer por trabajo lo hacía igual porque encontraba un refugio, me encontraba haciendo algo que me hacía bien, tocar las telas, agarrar la máquina. Ese contacto físico con algo que me gustaba era mi refugio.”

Comenzaron a llegarle más pedidos y Aye decidió salir de ese departamento de dos ambientes, mudó el taller a la casa de su mamá para tener más espacio y salió también de esa relación que le hacía mal. Comenzó a estudiar profesorado de teatro mientras continuaba con su valijita atravesando la ciudad para llevar y traer arreglos de ropa.

Sus compañerxs de profesorado le preguntaron porque llevaba a todos lados una valija, así se fueron enterando que era costurera. “Cuando estábamos en segundo año, Virginia, una compa del profesorado me dijo: ‘me gustaría aprender a coser, a mi hermano y una amiga también le copa. ¿Nos darías clases a les tres?’ me gustó la idea. En ese momento ya me había mudado totalmente, estaba sola alquilando un PH, en una habitación estaba yo y en la otra el taller. Ese fue mi primer grupito de alumnes.” Sucedió en 2016 cuando, en simultáneo Aye, trabajada de camarera en el turno noche de un bar, estaba agotada pero nunca abandonó su vínculo con la costura, además de las clases que comenzó a dictar. “Siempre que podía hacia algún laburo de vestuario, llegaba a las 4 o 5 de la mañana a mi casa, dormía un rato y a las nueve ya me levantaba y estaba cosiendo o a veces llegaba a las tres de la mañana y me ponía a coser.”

Puntadas libres de prejuicios

En febrero de 2019 Aye dejó las noches agotadoras en el bar y se animó a dedicarse a eso que movía su deseo, así nació Revuelta Textil, creó el espacio que soñó para ella y para transmitirle a otrxs su saber/deseo, la costura como un disparador y un punto de partida, “no se da nada por supuesto, es un espacio de experimentación donde el oficio y la técnica toman sentido, donde la ropa no nos diga cuál cuerpo tenemos que tener para vestirla, donde los géneros sean posibilidades y no casilleros. La palabra revuelta tiene muchos significados: ‘punto en el cual una cosa cambia de dirección de forma pronunciada’ es una. Eso fue comenzar con Revuelta textil para mí, soy Aye, me identifico como lesbiana no binaria y me es importante decirlo”, así invita desde su cuenta de Instagram a quienes quieran sumarse.

Comenzó a dictar los primeros talleres de costura, lo publicó en el grupo de Facebook Transfeministas trabajando y le llovieron mensajes de personas que querían inscribirse: “Lo generé por necesidad, pero a la vez pensé en que tenía ganas de construir un espacio en el que a mí me gustaría estar. Lo textil vinculado a la moda es un terreno de estereotipos muy fuertes. Estereotipos corporales, de géneros y de identidades con los que yo no me siento para nada identificada, quería que lo principal de ese espacio sea lo diverso, que cada cual se pueda acercar y encarar lo que quiere hacer vinculado desde el deseo, desde la propia imagen que quiere comunicar. Para a mí la ropa comunica cómo somos, cómo nos cabe estar en el mundo y que queremos mostrar. Las molderías están pensadas desde la lógica de que el cuerpo es un reloj de arena para cualquier talle, eso no es real, por más que sean a medida. Intento no generalizar, hay muchas corporalidades que quizás todavía no están tan planteadas. Todos los cuerpos tienen derecho a ser vestidos pero no con cualquier cosa, derecho a vestirnos desde el deseo de poder transmitir lo que queremos con la ropa.”

Aye habla de la necesidad de revalorizar el oficio de costurera, lo dice con orgullo: “soy consciente de que también tengo la capacidad de diseñar pero no me gusta decir ‘diseñadora’, me gusta decir que soy costurera, reivindico el trabajo de las costureras. Es muy importante empezar a ser conscientes que coser no es una boludez, no es pasar abajo de la máquina una tela. Además, es un trabajo muy feminizado y que tiene un alto nivel de precarización y genera una desigualdad muy grande, tenemos que hablar de los derechos laborales de las personas que confeccionan ropa. Las grandes marcas venden prendas a un precio super elevado pero al costurero le pagan muy poco y siempre son la variable de ajuste. Me paso a mí, aun teniendo algunos privilegios, en el sentido de que muchas veces pude elegir y decir este trabajo no lo hago porque no me podes pagar 15 pesos por una riñonera.”

El mundo de la industria textil y de las grandes marcas de ropa se encuentra dominado por empresarixs millonarixs que reproducen a mansalva el modelo de explotación laboral con trabajo no registrado, terciarización laboral, trabajo esclavo, jornadas interminables y bajos salarios. En la actualidad, según la fundación La Alameda, en nuestro país son ciento doce las marcas de ropa denunciadas por utilizar mano de obra esclava en talleres clandestinos, la lista se puede consultar en su web. Esta forma de explotación mata. En 2015 en el barrio de Flores fallecieron dos niños de 7 y diez años tras incendiarse la casa, convertida en taller textil, donde vivían con sus padres migrantes de Bolivia en condiciones inhumanas. En 2006 en el taller clandestino de Luis Viale al 1269, del barrio de Caballito, perdieron la vida una mujer embarazada y cuatro niñxs, de la misma nacionalidad. Hoy lxs familiarxs de las víctimas, y las personas que sobrevivieron al incendio, continúan exigiendo justicia, sin embargo, los responsables gozan de impunidad. El 16 de mayo del año pasado, el juez Alberto Baños, titular del Juzgado Criminal y Correccional Nº 27 de la Ciudad de Buenos Aires, sobreseyó a los empresarios Daniel Fischberg y Jaime Geiler, dueños de las marcas de ropa JD, Wol y Loderville para las que trabajaba el taller textil.

Coser encuentros

Las clases de Aye forjan un espacio de encuentro con unx mismx y con otrxs, no solo para aprender un oficio, sino también, para empoderarse, salirse de las lógicas del mercado. Un lugar donde ocurre la transmisión de un saber que permite a lxs alumnxs autogestionarse sus propias prendas, repararlas, reciclarlas o crearlas desde cero, libre de prejuicios sobre gustos, estéticas y cuerpos, a tu propio ritmo, sin necesidad de tener conocimientos previos, se aprende a coser a mano y también a usar las máquinas que brinda el taller, ubicado en el barrio porteño de Abasto.

“En los talleres se genera muy rápidamente la sensación de grupalidad, se cruza gente muy distinta pero hay mucho flash y se sorprenden al ver que con sus propias manos pueden hacer una prenda que querían o le dan vida a ropa que ya no usaban generando otra cosa. La comodidad de saber que podés hacer lo que querés a la medida que querés y todo ese trayecto de exploración, está muy bueno. Siento que tiene mucho de experimentación, jugar con las telas y pensar, le quiero poner un cuellito de tal color, lo pruebo y veo si me gusta. Todo ese tránsito es divertido y poder hacerlo desde lo artesanal y compartirlo con otres, también se comparten los materiales, telas, cierres, charlas, mates -ahora cada uno con el suyo, je-. Entender el proceso en sí de lo que es confeccionar le da valor a ese trabajo, saben lo que vale realmente, porque cuando se ponen a hacerlo entienden que no es una gilada. Eso hacemos en los talleres y desde el amor, hacer algo para une mismo”, cuenta Aye.

La pandemia vino a revalorizar la costura a mano, en el momento en el que no pudo sostenerse la presencialidad de los talleres, Aye continuó brindando clases de manera virtual y quienes no tenían máquinas en sus casas confeccionaban sus prendas con costura a mano “podés hacer de todo sin necesidad de una máquina, coser a mano va a otro ritmo, es súper artesanal.”

En noviembre del año pasado, Aye llegó al Hotel Gondolin ubicado en el barrio de Villa Crespo y se unió a un grupo de docentes para brindar clases ad honoren a un grupo de travestis y trans que querían armar una cooperativa textil. Al inicio de la pandemia muchas que ejercían el trabajo sexual no pudieron sostenerlo y se quedaron sin ingresos. Afortunadamente les llegó una donación de máquinas de coser y decidieron crear una cooperativa textil, comenzaron confeccionando barbijos, la costura una vez más como salida, como salvataje. “Justamente era eso lo que quería transmitir cuando llegué a la cooperativa Empoderamiento TravestiTrans, la costura a mí me dio una posibilidad de laburo y compartir con otres todas las puertas que pueden abrirse a través de este oficio mirándolo desde el valor del trabajo real, de sacarlo de un lugar precarizado y subestimado, de sacarlo de un lugar como destino de un género -porque antes todas las mujeres estaban obligadas a saber coser- y que sea una elección dentro de otras posibilidades, que no tiene que ver con el género ni con ser una esclava y estar 15 horas cosiendo en una máquina.”

Aye destaca el valor de la construcción colectiva que se genera a partir de una cooperativa de trabajo: “Ellas están diseñando y confeccionando sus propios productos. No están siendo las costureras de una empresa. Y eso para mí era fundamental. Que no se formaran en un oficio para después ser las esclavas de quien las viene a precarizar, sino que realmente sea un empoderamiento y una posibilidad de un trabajo digno. Eso está sucediendo. Hay que apoyar estas iniciativas, las compañeras la están remando. Ellas vieron que la única posibilidad que les ofrecía la sociedad era el trabajo sexual pero crearon otra opción, muchas no sabían coser absolutamente nada y tenían miedo de sentarse en una máquina, sin embargo, hoy están haciendo de todo y construyendo eso que falta tanto, que es laburo para las personas trans y travestis.”

Las clases de Aye contagian la pasión por la costura, el orgullo por el oficio y las ganas de crear la ropa que te dé la gana, desde la autogestión, aptas para todo público.