“Importar, deber. ¿Es así como se mide la gratitud? En realidad, ¿fui suficientemente agradecida? ¿Le mostré mi agradecimiento como se merecía? ¿Estuve a su lado cuando me necesitó, le hice compañía, fui constante?

Me pongo a pensar en los últimos meses, en las últimas horas. En las conversaciones que tuvimos, en las sonrisas, en los silencios. Me vienen a la memoria los momentos compartidos. Otros los he olvidado. E invento los que me perdí”. Se lee en Las gratitudes (Anagrama), la última novela de la escritora francesa Delphine De Vigan.

Qué se hace cuando se empiezan a perder las palabras, cuando se intenta decir algo que se piensa pero el lenguaje traiciona y los sonidos no salen como se quiere. Cómo comunicarse cuando se desdibujan las letras o se ubican en los lugares equivocados. Cómo se transita la vejez. De qué manera se la acompaña. De todos estos temas se ocupa Las gratitudes, a través de la relación de Marie y Jéròme (los jóvenes narradores) con Michka, una anciana que sobrevivió al genocidio judío gracias a que su madre pudo esconderla en la casa de unos campesinos.

Desde un geriátrico y acompañada por Marie, a quien Michka maternó cuando era adolescente y su madre no podía hacerlo, y por Jéròme, un joven logopeda que la ayuda a recuperar las palabras, la anciana pasa sus últimos días intentando encontrar a la familia que la salvó de los campos de concentración.

Las gratitudes es un libro de agradecimiento, no sólo a la solidaridad de aquellos que arriesgaron su vida para salvar otras sino también de los momentos compartidos en la vida cotidiana, en las pequeñas cosas como poder comunicarse y entenderse, mirarse y conectar con los deseos, los miedos, las frustraciones y las necesidades. “Soy logopeda. Trabajo con las palabras y con el silencio, con los remordimientos. Trabajo con la ausencia, con los recuerdos que ya no están y con los que resurgen tras un nombre, una imagen, un perfume. Trabajo con el dolor de ayer y con el de hoy. Con las confidencias. Y con el miedo a morir. Forma parte de mi oficio”, se presenta Jéròme, el joven que acompaña a Michka en el geriátrico. Pero también, tanto él, como Marie, son acompañados por Michka que con su empatía, aun cuando las palabras empiezan a abandonarla, logra contenerlos en sus temores y en sus decepciones.

Nada puede ser peor que la afasia para alguien que lo que más quiere en la vida es expresar su gratitud. Por eso, los dos narradores de esta historia, Marie y Jéròme, harán lo que esté a su alcance por cumplir el último deseo de Michka: encontrar a quienes la ocultaron en su casa durante los años de la ocupación alemana y la salvaron de la muerte. Jéròme la ayuda intentando que pueda encontrar las palabras para escribirles una carta y Marie, tratando de localizarlos.

La novela transcurre a través de las visitas de Marie y Jèróme al geriátrico a donde fue llevada Michka cuando su cuerpo y su cabeza no la dejaron seguir viviendo sola. Habla de las dificultades de envejecer, de perder la autonomía, de ser asistida. Pero también del amor, del compañerismo, de la empatía y de la gratitud. Es una invitación a decir gracias no sólo con palabras sino con gestos, miradas y abrazos; es un llamado a expresar la gratitud antes de que sea demasiado tarde.

Vida y obra

Delphine De Vigan nació en Boulogne-Billancourt, una ciudad de 110 mil habitantes al suroeste de París, el 1 de marzo de 1966. Estudió en el Centro de Estudios Literarios y Científicos Aplicados (CELSA), y luego comenzó a trabajar en el análisis de encuestas en un instituto de opinión.

En entrevistas a la prensa, De Vigan, que ha sido traducida a más de 20 idiomas en el mundo, dice que escribió sus primeras cuatro novelas durante las noches porque de día trabajaba en una empresa de opinión pública. Su primer escrito publicado, Días sin hambre (2001), salió a la venta bajo el seudónimo de Loy Delvig y cuenta su experiencia con la anorexia. “Cuando lo recuerdo pienso que no comer era como una droga, una anestesia que evitaba que sintiera otras cosas. Es una falsa armadura que se convierte en un círculo vicioso porque una se destruye cuando cree estar protegiéndose. Cuando comprendí eso pude romper el círculo”, dijo en una entrevista con El País. Tenía 19 años cuando empezó a padecer la enfermedad y 34 cuando escribió sobre ella. Si bien Delphine ha expresado que la terapia no se reemplaza con la escritura, es en ella donde ha podido decir lo indecible como en Nada se opone a la noche, la novela que la lanzó a la fama y en la que cuenta el suicidio de su madre y la locura que atravesó a su familia materna.

En 2007 escribió No y yo (novela que edita Anagrama ahora en Argentina). Fue con ella que ganó el Premio Rotary International en 2009, así como el prestigioso galardón francés Prix des libraires. La novela fue traducida a veinte idiomas y en 2010 se realizó una adaptación cinematográfica dirigida por Zabou Breitman. Fue el éxito de este libro, que cuenta la historia de Lou, una adolescente con un altísimo coeficiente intelectual, y su relación con No, una chica que sobrevive en las calles o en los centros de acogida, el que permitió que Delphine renunciara a su trabajo y se dedicara a escribir profesionalmente. “Toda mi vida me he sentido fuera, no importa dónde me encontrara, fuera de la imagen, fuera de la conversación, desfasada, como si fuese la única que oyera ruidos o mensajes que los demás no perciben, y sorda a las palabras que parecen entender, como si estuviese fuera de encuadre, al otro lado de un cristal inmenso e invisible. Y sin embargo ayer estaba ahí, con ella, habría podido dibujarse un círculo en torno a nosotras, un círculo del que yo no estaba excluida, un círculo que nos envolvía y que, durante unos minutos, nos protegió del mundo”, dice Lou, la adolescente narradora de No y yo. Quién no se sintió así alguna vez en la vida, sobre todo en la entrada a la adolescencia, ese tiempo entendido como un no tiempo para los adultos. Quién no tuvo un amigue con el que se sintió protegida por la incomprensión del mundo. Quién no quiso escapar de su familia a vivir una vida más libre. Otra vez Delphine poniendo en palabras sentimientos universales.

Cuatro años después, en 2011, llegó Nada se opone a la noche, con la que se hizo conocida mundialmente. Sólo en Francia vendió más de 800 mil ejemplares. “La palabra es terapéutica en sí misma, pero publicar un libro sobre algo personal tiene sentido cuando esa historia puede tener un carácter universal y entrar en consonancia con las de otras personas. Para mí eso es lo que podría explicar el éxito de esas, mis novelas más personales: son como un espejo”, dijo De Vigan en entrevista con El País. Y es que en Nada se opone a la noche, si bien cuenta la historia de su familia materna en pleno esplendor del Mayo Francés, la intimidad de una familia en la que no están ausentes la locura, el alcoholismo, los abusos y los silencios, podría ser la historia de cualquier otra familia en cualquier lugar del mundo.

Con esa novela ganó, entre otros, el Prix du Roman Fnac, el Prix Roman France Télévisions y el Prix Renaudot des Lycéens. Pero, según De Vigan ha expresado en diferentes entrevistas, no son los premios ni el reconocimiento internacional lo que la pone contenta, sino la gratitud de poder vivir de lo que le apasiona y conseguir encontrar las palabras justas para poder contar.