Lo mismo, según sea su cantidad, puede imprimir un cambio radical a una situación. Lo cual hace que tantas dimensiones o aspectos de la vida se debatan según su medida, quantum o porción, entre ser un remedio o un veneno según su dosis, un alivio o un agravamiento, un bien o un mal. Una lógica similar opera en las enfermedades mentales, en ellas el punto de máxima virulencia del fenómeno patológico contiene su cura, siempre y cuando el fenómeno no se presente en una carga tan alta que ya no pueda contener la posibilidad misma de la cura. Entonces ¿se trataría de lograr un buen manejo respecto de mantener en el tiempo del proceso la intensidad lo más baja posible o en su justo quantum, mientras se van descifrando las coordenadas sobre las que habría que intervenir? El factor cuantitativo es el más enigmático de las enfermedades, tanto mentales como biológicas. Siempre es el factor que resta aclarar o entender y queda incomprensible por qué es tan importante o si finalmente no era ése la clave de un proceso.

Suele ocurrir que los psicoanalistas creamos que son nuestras intervenciones las que lograron revertir un fenómeno loco; por ejemplo, un delirio o el cese de una desesperación. Tampoco alcanza con dar o pedir tips para la ansiedad. Así como médicos o políticos también suelen creer que son sus acciones las decisivas respecto de un fenómeno digamos en sentido amplio patológico o desregulado, cuando en realidad se trata de algo acerca de lo que no se sabe cuál es la medida a tomar ¿Por qué no partir desde ese punto? Pero al narcisismo humano se le impone la convicción de que ha sido él, quien logró el dominio, promoviendo su estrategia desfasada respecto de un proceso desconocido como si fuera la verdad.

La dosis hace al veneno, una vasta e inigualable metáfora para tantas situaciones, es la antigua idea hipocrática que se desprende de artículos periodísticos y notas acerca de la pandemia Covid, incluso recuerdo una del New York Times que era especialmente enfática y clara en este punto: hay personas transmisoras de poca cantidad de virus, o sea en bajas dosis, que no enfermaran gravemente a quienes contagien. De todos modos, los especialistas aclaraban no saber por qué algunos son transmisores de bajas y otros de altas cargas del virus. El hallazgo del título, justamente La dosis hace al veneno, transmitía la inquietud de que no está claro, no se sabe, si la diferencia de cantidad o carga es por una razón biológica o por el comportamiento de las personas. Golpe al narcisismo. La prescripción de no agruparnos masivamente se sostiene en la convicción preventiva de no recibir demasiada cantidad de carga viral, lo que se supone podría explicar en parte por qué hay casos que desarrollan síntomas graves. Lo más que podremos lograr, declaraba una experta viróloga, es tener un "huésped educado"; o sea, de dosis bajas de agresividad, violencia o malos modales. Entonces, lo que nos envenenaría es si contagiamos, o nos contagian, poco o mucho. La dosis justa es lo que se desconoce y alrededor de lo que deberían entonces girar las intervenciones, maniobrando la zona donde el conocimiento aún no ha llegado. Parece no importar "qué" sino "cuánto". El nudo del problema no se trataría si se estuvo expuesto al virus sino a cuánta cantidad. Y mientras el "qué" se llena de entrada con ideas paranoides de creer que sabemos, el "cuánto" es nuestro estrecho borde de maniobra sobre el filo de lo que ignoramos.

 

Freud también giró en ese margen disímil entre lo biológico y el comportamiento humano al plantear la existencia de pulsiones de muerte cuya meta sería conducir la inquietud de la vida a la estabilidad de lo inorgánico. El registro del aumento y la disminución de estas tensiones, bajar la adrenalina de nuestras experiencias o subirla para no aletargarnos en la quietud llegan a convertirse en los sentimientos de tensión que nos asaltan diariamente. Para Freud, el ser vivo ha llegado a modificar el Nirvana de la pulsión de muerte en un principio del placer, gracias al poder de la pulsión de vida, libido. Lo que por cierto permanece sin comprenderse es cómo se calibran estas cargas de las diversas pulsiones, cómo manejar sus quantum, ni qué lo lograría, y, aún más, qué dosis de sus mezclas serían las eficaces para no consumirnos ni en la tendencia a la muerte en vida, ni en el placer.