Eva Duarte falleció el 26 de julio de 1952 a los 33 años de edad. El año que viene se cumplen 70 años. Nueve meses antes de morir publicó un libro del que todavía se discute el alcance de su autoría: La Razón de mi vida. Apareció el 15 de octubre de 1951 y dos días después, el 17 de octubre, Eva apareció en el balcón de la Casa Rosada frente a una multitud dando un discurso que se convirtió en el primer evento televisado de la historia argentina. Lo avanzado de su enfermedad queda patente en la presentación del propio Juan Domingo Perón que pidió silencio por el delicado estado de salud de Eva.

Esa primera edición fue publicada por Ediciones Peuser, con una tirada de 300 mil ejemplares; fue reeditado muchas veces, al llegar el golpe de Estado de 1955 ya había superado el millón de ejemplares en una Argentina que tenía 16 millones de habitantes. Lo organizó en tres grandes módulos: 1) La causa de mi misión; 2) Los obreros y mi misión; 3) Las mujeres y mi misión.

Luego de su edición se intentó publicar el libro internacionalmente, pero numerosas editoriales extranjeras se negaron a imprimirlo por influencia de los sectores de derecha.​ En 1952, poco antes de su muerte, el Congreso de Argentina ordenó que la autobiografía fuera de lectura obligatoria en las escuelas de todo el país, luego de que lo hubieran decretado las legislaturas provinciales de Buenos Aires y Mendoza.​ La Fundación Eva Perón distribuyó cientos de miles de ejemplares en forma gratuita. El 9 de marzo de 1956, por el decreto ley 4161 del dictador Pedro Eugenio Aramburu, se prohibió (bajo pena de prisión de 6 años o más) nombrar a Perón y Evita, cantar las marchas partidarias, usar escudo peronista, leer La Razón de mi vida y los discursos o escritos de Perón o utilizar las expresiones “Tercera Posición”, “Justicialista” o “Peronismo”. Por lo cual, leer, publicar o poseer una copia del libro se convirtió en delito. Esa era la república que decía que venía a combatir una dictadura por medio de un golpe de Estado.

El contenido de ese libro es mucho más complejo de lo que una primera lectura puede hacer creer. Es una gran declaración de amor. A Perón y al pueblo argentino. Eva aparece en un aparente rol secundario entregada a las ideas de su compañero de vida y a las necesidades populares. No es aquí donde narra las peripecias de su vida, cosa que hará en “Mi mensaje”, último escrito de Eva Perón. Fue leído por el locutor oficial desde los balcones de la Casa de Gobierno en presencia del general Perón el 17 de octubre de 1952, 82 días después de su muerte. La complejidad del texto está en su contexto. La enorme potencia de la rebelión de Evita está en sus acciones, en los desafíos que asume y en la peligrosidad que implica su figura como símbolo. 

La gestión de Eva Perón constituye un factor decisivo en el proceso de ampliación de derechos y de participación política de las mujeres, por ende, llega allí donde los grupos feministas no habían podido hacerlo. En principio, digamos que Eva, o mejor, su trayectoria vital anticipa el proceso de movilidad social que posibilitará el conjunto de políticas realizadas por el primer peronismo: una chica humilde de un pueblo, que migra a la Capital a probar suerte como actriz y que termina ocupando un lugar en el corazón del poder político junto al general Perón, luego de conocerlo en la campaña por el terremoto en la provincia de San Juan, en 1944. Como sabemos, esta muchacha llegó al poder con el estigma de ser hija bastarda, no reconocida, de extracción social humilde y con un pasado como actriz de profesión. Su primera aparición política fue en el marco de la campaña prosufragio femenino que realizó --de modo novedoso-- a través de la radio. Rápidamente, Eva tomó un camino propio en el ámbito político, dejando de lado el papel históricamente asignado a la “primera dama” al convertirse en interlocutora privilegiada entre Perón y el “pueblo”. Eva constituye un nuevo modo de intervención.

Como señala el artista Daniel Santoro: apela a la democratización del goce “que los ricos coman lo que quieran, lo importante es que los pobres coman como corresponde sin la necesidad de la caridad de los ricos”. En definitiva, el peronismo es la democratización del goce. Cuando un trabajador se va de vacaciones debe ir al mismo lugar que los ricos, por ejemplo al centro de Mar del Plata, por el sindicato. Es una posición que genera subjetividades populares profundamente disruptivas.

“Mis hijos son mis obras”, dijo Eva y trastocó el mundo. El historiador Mariano Plotkin escribió: “El otorgamiento del voto femenino fue introducido como objetivo del Primer Plan Quinquenal y finalmente hecho ley en 1947 (…) Esta alternativa despertó la ira de las líderes feministas de extracción socialista como Alicia Moreau de Justo, para quienes resultaba humillante recibir los derechos políticos por los que tan largamente habían luchado en manos del régimen autoritario al que se oponían”. Esto condujo a la situación paradójica en que las reconocidas dirigentes feministas rechazaban la razón de ser de sus agrupaciones.

En una de las líneas del texto podemos leer: “Yo no pude acostumbrarme al veneno y nunca, desde los once años, me pareció natural y lógica la injusticia social”. No es una buena noticia que estos pensamientos sigan teniendo tamaña vigencia.