El recorrido de Todo sobre el asado arrancó a fuego lento y terminó a velocidad “vuelta y vuelta”. Exhibido por primera vez en el Festival de San Sebastián del año pasado, la primera película de Mariano Cohn y Gastón Duprat posterior a la galardonada El ciudadano ilustre (premio para Oscar Martínez en Venecia, Goya a Mejor Película Iberoamericana) desembarcó en Argentina hace apenas diez días con tres funciones en el Bafici realizadas casi en simultáneo a un silencioso estreno comercial en un par de salas. Y sin solución de continuidad, mañana domingo a las 22 llegará a la señal de cable I-Sat. La TV es archiconocida para los responsables de los ciclos Televisión Abierta y Cupido, y también la plataforma que mejor les sienta. A fin de cuentas, hay poco y nada de cine –de su lenguaje, de su construcción, pero sobre todo de su ética– en este escarnio público disfrazado de aproximación a la llamada “argentinidad” a través de un recorrido por la historia y el presente del corte más famoso del país. Lo que sí hay es un humor pueril que confunde burla con ironía, un tono general que aspira al estilo pero se queda en el gesto canchero y una deriva que empuja la narración hasta el naufragio.

Con el “Negro” Álvarez oficiando de presentador, Todo sobre el asado se presenta como un viaje por distintos lugares del interior en el que los directores irán encontrando personajes relacionados con la cultura del vacío y las achuras, desde un matarife y una odontóloga especialista en halitosis hasta, entre otros, la familia a cargo de una fábrica de chacinados en Bahía Blanca, el dueño de una parrilla de Dolores y una filósofa y militante vegana cuya doctrina la ubica en la vereda opuesta de cualquier alimento que emane olor a sangre vacuna. En casi todos estos fragmentos, a Álvarez no se lo ve pero se lo escucha preguntando desde detrás de cámara con una voz en off evidentemente grabada, en línea con un film chato, deshilachado, visualmente feo, hecho a puro descuido. Que además algunos entrevistados luzcan particularmente histriónicos y exhibicionistas invita a pensar en el carácter artificial y deliberadamente manipulado de la propuesta, como si la exhibición de las costuras fuera una de sus principales cartas humorísticas.

Aunque quizá la falsedad sea parte de un acto de provocación aún mayor, algo para nada raro en una dupla que viene trabajando en esa línea desde sus inicios, tanto en cine como en TV. El problema es que esa provocación viene ahora en forma de golpes por debajo del cinturón. Cohn y Duprat eligen transitar el camino siempre ríspido de la falta de respeto al espectador, a quien subestiman mediante una voz en off entre paternalista y soberbia, y sobre todo a los entrevistados que, falsos o no, desfilan ante una cámara preocupada por dejarlos como auténticos idiotas antes que por extraerles información útil para el supuesto eje del film. Lo único importante para ellos parece ser el instante posterior al fin de la respuesta, el silencio incómodo o las palabras tímidas de quien no sabe muy bien cómo actuar ante un dispositivo de captura, la mirada perdida frente a la certeza de una exposición desmedida. Los aplausos para el asador quedarán para otra ocasión.