“Podría escribir con las plantas / un libro de preguntas”, se lee en El coloquio de las plantas (La Ballesta Magnífica), nuevo título de la poeta, profesora y crítica Luciana Mellado (Buenos Aires, 1975). “Podría”, sin duda, pero su libro es, además, el registro de una conversación, a veces insomne, con el pasado y los antepasados, con la naturaleza (“la tierra quiere conversar”) y con una misma como otra: “En el presente crece otro presente / alejado de tus planes, de sus significados / de pensarte como la medida de todas las cosas”. La voz ensaya incluso el movimiento contrario, que consiste en pensar las cosas (amapolas y abrojos, por ejemplo) como la medida de la propia existencia. Descriptiva, filosófica, fragante y aforística, la de Mellado es una escritura que prescribe: “Con las manos que escribo / hago ungüento para la herida”. El libro está dedicado a dos poetas sureñas: Macky Corbalán y Anahí Lazzaroni.

Las quince plantas invitadas al coloquio tienen su voz e idiosincrasia, un “modo de existencia” al que le falta un lenguaje y al que, sin embargo, el lenguaje poético se presta. Lavandas, ortigas, jazmines y abutilones aparecen como personajes, actrices que interpretan un drama en el territorio patagónico. “Estoy en el desierto / duplicada / mientras el sol aletea / sobre las madreselvas”, se lee en “Madreselvas y mala espina”, dos especies que aparecen juntas. “Hay proximidades que despistan”, sugiere la voz poética a la vez que ilumina un procedimiento que no es solo literario sino también vivencial. Las plantas, como las personas, siguen su rutina y un sistema de instrucciones: “Las nervaduras son señales / que ordenan el espacio / de tu cuerpo: / contramano / ceda el paso / pare”. Como en un pétalo o una hoja, cada línea del poema tiene al menos dos caras, dos sentidos, un recorrido doble de circulación que tiende siempre a elevarse. Es lo que la poesía facilita: “Digo cosas inverosímiles / que parecen verdaderas”.

Mellado, que reside en Comodoro Rivadavia hace años, cuenta que El coloquio de las plantas nació al inicio de la pandemia de covid-19. “En medio del miedo –dice-. Lo humano se ratificaba como centro del mundo a la vez que recordaba su extrema fragilidad. En ese marco de desconcierto profundamente antropocéntrico estaba el problema, así que opté por salir de esas coordenadas hacia el universo vegetal que, como otros mundos, está habitado por una infinita riqueza de existencias”. Empezó entonces a prestarle mayor atención al paisaje costero y mesetario de su entorno. “Con la escritura del libro creció un mayor contacto consciente con el paisaje que está afuera de la mirada, pero también entretejido con ella”. El verso de un poema (protagonizado por la ruda) así lo establece: “La percepción es participación”.

Al tratarse de un coloquio, la dimensión dialógica de los poemas es central y se evidencia en el uso constante y cortés de la segunda persona. “Hay conversaciones con plantas y también sobre ellas –agrega Mellado-. Hay conversaciones con otros textos y personas, y también conmigo misma. Por eso, la segunda persona del libro también es múltiple. A veces son destinaciones imaginadas y reales, en las que las referencias biográficas están desplazadas. La segunda persona me permitió duplicar y también desdoblar la identidad discursiva creada en el acto del decir poético y su devenir”. Luego de observar y estudiar las plantas, la autora halló información para cuatro cauces de la escritura: el temático, el alegórico, el histórico y el rítmico. “Algunas plantas convocaron tópicos precisos, por su origen o por su vinculación con algún relato mítico, literario o personal. Otras se sobrepusieron enseguida a mi curiosidad botánica y se volvieron resistentes a mi oportunismo referencial. En un momento me di cuenta de que lo que estaba pasando era que había ingresado en un ritmo que ya no estaba dominado tanto por alguna necesidad literaria como por una pauta rítmica vegetal. Me gusta pensar que, como decía Violeta Parra, las plantas son maestras que sanan”.

El coloquio de las plantas

Luciana Mellado

La Ballesta Magnífica

Con ilustraciones de Laura Gaglioni