El amor es una mierda           8 puntos

Dramaturgia y dirección: Cecilia Meijide.

Intérprete: Vanesa Maja.

Iluminación: Ricardo Sica.

Vestuario y escenografía: Laura Poletti.

Coreografía y entrenamiento: Diego Rosental.

Funciones: viernes a las 20 en El Extranjero (Valentín Gómez 3378).

El Teatro El Extranjero, del barrio del Abasto, está ofreciendo nuevamente una programación muy variada, protocolo mediante. Es uno de los espacios más dinámicos del circuito independiente y, desde hace unas semanas, en el hall y en la vereda, se vuelve a respirar ese clima de expectación y entusiasmo antes de entrar a la sala, después de meses de abstinencia teatral. Una de las propuestas en cartel es El amor es una mierda, unipersonal escrito y dirigido por Cecilia Meijide. Ella es la creadora de Aletta Jabobs. Pionera y la adorable Cactus Orquídea, pieza que le valió los premios Trinidad Guevara y María Guerrero en el rubro revelación. Esta nueva obra la interpreta Vanesa Maja, actriz de gran intensidad y presencia escénica que se lució en otro unipersonal, Rosa brillando, con dirección de Juan Parodi, y en perlas de la escena como Imprenteros, de Lorena Vega; El hipervínculo, de Matías Feldman; Quiero decir te amo, de Mariano Tenconi y Estado de ira, de Ciro Zorzoli.

Mientras el público se acomoda en la sala con las sillas separadas a distancia prudencial (salvo para quienes vienen juntos), la protagonista, apoyada contra una pared, acomoda su cuerpo, su pelo, altera una y otra vez sus expresiones faciales, como buscando una forma perfecta y una comodidad que se le escapan irremediablemente. Luego avanza en la escena, donde sólo hay una alfombra, una silla y una lámpara. Nada más. Está ensayando el encuentro con quien es aún marido, para el momento crucial de la firma del divorcio “por mutuo consentimiento”. Prepara cómo mostrarse y qué decir, queriendo aparentar una fortaleza y un bienestar a prueba de balas, como si la ruptura no la afectara en lo más mínimo. Es más, como si hasta estuviera incluso mejor que antes. La intérprete sostiene durante toda la obra una energía y una emoción a flor de piel que estallan de distintas maneras. Sus ojos están siempre húmedos, brillando dolorosamente. Y enfocan hacia adelante y hacia arriba, como si el ex estuviera ubicado en la cabina de luces. Hacía allí habla, le pregunta cosas, le comenta cómo lo ve,
suelta -a pesar de sí misma- varias confesiones y dispara dardos. Y cuando se da cuenta de que mete la pata, de que tal cosa no debiera decir -“al pasado mejor no referirse”-, las luces se atenúan y habla para abajo, de costado, reprochándose lo que acaba de pronunciar.

Maja compone una criatura que es puro fuego: un cuerpo con curvas que baila como poseída, camisa roja y botas al tono, pantalón azul ajustado, una cabellera de rulos en cascada, rasgos imponentes como de actriz italiana, una voz muy poderosa. Pero enseguida, mientras intenta demostrar que está bien, que la separación no dejó huellas, la contracara emerge con intensidad. El texto de Meijide recorre esa paleta de estados que vive esta mujer dejada por el hombre que amó: convertirse en una compradora compulsiva acaso para consolarse, el despecho que la lleva a querer “cogerme a otro con el vestido que me regalaste”, la bronca, el grito, las puteadas. 

El lenguaje es tan directo como la expresividad de esta intérprete magnética que toca zonas de humor tragicómicas, como cuando cuenta que se frotó por el cuerpo fotos de la vida juntos hasta lastimarse con los recuerdos. O cuando escucha voces en la casa: lo que le susurran los objetos que compraron en algún viaje. Y cuando deja salir su vulnerabilidad y entra en un registro emocional más apaciguado pero que resuena tan verdadero y nada impostado, conmueve tal vez más que cuando se muestra falsamente bien y “arriba”. Sus ojos siguen húmedos y repite, suave, como en trance: “No puedo y no quiero salir. No puedo y no quiero salir. No puedo y no quiero salir. No me presenten a nadie”. Ese es su verdadero estado, el desconsuelo, la apatía, la falta de ganas para emprender cualquier cosa. Nunca se sabe por qué él la dejó, pero sí que fue “el amor de su vida” y que no tiene la menor idea de cómo seguir adelante. Este simulacro de encuentro impacta, el dolor impacta, y la variedad de estados por los que cabalga la protagonista tocan al espectador con la misma potencia.