El aumento de los precios de los activos financieros es impactante en el mundo desarrollado. Las acciones de las bolsas norteamericanas como el S&P 500 volvieron a cerrar la semana pasada en un pico de cotización y acumulan subas del 20 por ciento en el año. Desde 2016, este índice duplicó su valor medido en dólares, al subir más del 100 por ciento.

En el mundo de las criptomonedas parece replicarse esta tendencia pero con niveles exacerbados. Activos criptográficos como el bitcoin consiguieron aumentar casi 10 veces su valor en menos de un año y medio. Y luego de algunos meses de volatilidad y caída, parecen estar registrando un nuevo boom de precios. La segunda criptomoneda del mundo, llamada Ethereum, subió la semana pasada casi 25 por ciento para acercarse a los 3000 dólares.

A pesar de la euforia del mercado, los inversores más cautos advierten que el margen para que se mantengan estas subas parece cada vez más limitado. La experiencia muestra que más temprano que tarde los activos financieros pueden tener correcciones fuertes en una economía global en la que existen problemas básicos para coordinar la recuperación de la pandemia.

Desde economistas identificados con el establishment financiero estadounidense como Nouriel Roubini hasta académicos referentes del progresismo global como Yanis Varoufakis advierten que el furor de las acciones, de las criptomonedas y otras inversiones financieras esconde un problema estructural que amenaza con explotar repentinamente en forma de burbuja.

Para los grandes gestores de inversión, la situación implica una encrucijada: si comienzan a retirar sus inversiones tienen un costo de oportunidad enorme en el caso que la tendencia de los precios se mantenga y continúe la racha financiera. Pero si se quedan por demás aumenta el riesgo de sufrir el estallido de los precios desde adentro. Las secuelas que dejó la crisis de 2008 son difíciles de borrar.

Por este motivo uno de los principales interrogantes de los gestores comienza a ser cómo lograr diversificar las carteras de inversión sin perder retorno. Las combinaciones de activos por regiones, nuevas industrias y empresas adaptadas a los cambios bruscos en los patrones de consumo son analizados en todas las formas posibles para intentar encontrar una combo que se adapte a la palabra de moda: resiliencia.

El principal objetivo es que la crisis, en caso de que llegue, golpee menos y que la ganancia a mediano plazo pueda mantenerse inalterada. Se piensa en sectores como el de la salud, que luego de la pandemia parece que tendrá un importante dinamismo, y en las empresas vinculadas a temas de medioambiente. Aunque posiblemente el rubro más buscado sea el de las compañías relacionadas con inteligencia artificial.

Para algunos ingenieros, economistas e inversores, la inteligencia artificial es la tecnología más importante de este siglo y, a pesar de tener detractores, consideran que encabezará la transformación de las sociedades para los próximos años. Las potencias globales realizan inversiones multimillonarias para desarrollar esta tecnología. China lidera el sector con más de 150 mil millones de dólares destinados a investigación y desarrollo.

A través de empresas como Google, IBM, Amazon, Facebook y Apple, se estima que Estados Unidos acumula indirectamente inversiones por más de 55 mil millones desde 2015. Solamente Microsoft cuenta con un plantel de 8000 investigadores de inteligencia artificial. Canadá e Israel son otros países de vanguardia.

Los grandes fondos de inversión siguen de cerca esta tendencia y los índices de acciones que se componen de empresas vinculadas con esta tecnología comienzan a ser estrellas del mercado. Por ejemplo, el ETF llamado ARK Autonomous Technology & Robotics lleva acumulada una ganancia de más del 66 por ciento en el último año. Se compone por compañías como Tesla, JD.COM, Kratos Defense, Trimble, Alphabet, Baidu, Irdium, 3D Systems, Unity y Unipath.