Apurar la velocidad de un mensaje de audio es una nueva modalidad que cambia nuestros hábitos cotidianos. Lo inexorable de una nueva función de una aplicación que sostiene la comunicación sincrónica en gran parte del planeta despierta polémica. Como ya lo estudió Umberto Eco en un libro “Apocalípticos e integrados” (1964), estos adelantos, si se pudieran llamar así, despiertan opiniones encontradas.

La última actualización de whatsapp permite la posibilidad de acelerar un audio en 1,5 o multiplicarlo por dos. Una posición sostendría con alegría que simplemente se trata de una función más que mejora el tiempo del poder escuchar; del otro lado, sostienen que no es un cambio cuantitativo sino una diferencia no menor que lleva a nueva forma de percibir la realidad, que se trata de una función performativa y que, al menos, esas supercorporaciones deberían llevar adelante una deliberación, una reflexión y no tratarnos como un público cautivo, como sus trabajadores “ad honorem” polinizando sus emojis, esparciendo sus ganancias.

El debate está en la mesa, lo que muchos y muchas sostienen es la necesidad de comités de éticas como las que existen en otras áreas sensibles como las tecnologías de reproducción humana. Esto no ocurre con las empresas fintech y las cybercorporaciones, que parecen sólo tener jurisprudencia en la nube, mientras que en la tierra el ser humano lleva un celular en sus manos que le pide preguntas y le da respuestas: desde qué día es hoy, quién cumple años, cómo llegar a destino, y ahora escuchando ese audio con la velocidad duplicada, y que ahora se nos plantean nuevos problemas como es el de la reconocibilidad de la voz del otro y de las modalidades. Muchas series nos proponen esas preguntas lacerantes de dejar librado el destino humano muchas veces en programadores jóvenes y empresas rapaces de mayores ganancias.

El integrado es el que habla primero: ¿se puede hacer algo con esos adelantos? Y alzando la voz, grita que si no quieren no lo usen, que para él es genial, cuenta que cuando la descubrió se frotó las manos y tuvo una instantánea alegría que inundó su caras como lágrimas indetenibles. Enormes posibilidades: un audio de voz de más de seis inacabables minutos, lo podemos acortar fácilmente, un mensaje motivador, lo podemos escuchar más veloz y eso nos podría motivar más rápido, y así enorme cantidad de posibilidades. Y como suele ser tan boca suelta, también con franqueza sostiene que el “te amo” en la intimidad, lo podríamos escuchar más rápido, decirlo al doble de velocidad y eso nos llevaría a amar más rápido y por consiguiente a amar más.

El apocalíptico, con su rara manera de ser, le responde con una pregunta acerca de ese “te amo” dicho a mayor velocidad: ¿amaríamos más o amaríamos más rápido? No es lo mismo y que algo inconmensurable se esconde tras esa aparente función práctica de la aceleración de la voz. Le propone un juego, que haga la prueba de mandarse un mensaje a usted mismo y después debe escucharlo a la velocidad 2.0. “Seguramente te ahorrarás el disgusto de escuchar tu propia voz pero más que eso, te ahorrarás la posibilidad de comprender lo que hay entrelíneas, esa demanda de amor escondida entre las vergüenzas y las palabras pundonorosas”. Y el apocalíptico sigue medio confrontativa: “Hacé la prueba, animate, no lo volverás a hacer, ese mensaje es el espantapájaros que ahuyentará toda posibilidad de que te vuelvas a escuchar; esa novedosa función, gadget tecnológico, es una canallada”.

Más allá de estas disputas, si permite escuchar más, por lo rápido o por el tiempo que nos sobra para seguir escuchando otras cosas, si permite aprovechar el tiempo para seguir trabajando o con más tiempo de ocio , si como escriben muchos autores estamos en una época acelerada, de lo que se trata es de la evidencia de una sociedad que no reflexiona sobre lo que hacen de ella, y en este caso de dos puntos: de cómo se meten con la modalidad de la voz y con una de las categorías fundamentales de la que hablaba Kant, el fenómeno trascendental del tiempo.

No se trata de la cantidad de mensajes y de su velocidad, no se trata de las múltiples disputas sino de otra cosa, de la voz, de nuestra voz y de la consideración del tiempo. Hay temas donde las consecuencias sociales tienen impacto directo en la subjetividad. El concepto bisagra entre lo social y lo subjetivo lo planteó Marx con la cuestión de la alienación, se trata de la explotación entre clases sociales pero también de la explotación del sí mismo. Hoy el concepto que se viralizó es: “tenemos poco tiempo para vivir”. Este modelo “aprovechar del tiempo” (disfrutar), estas épocas además de destrozar las incumbencias profesionales de sociólogos, psicólogos, historiadores, semiólogos, demuestran que su territorio son los agujeros del cuerpo y en este caso la invocación, o como lo llama Catherine Kerbrat-Orecchioni, la “modalidad” que se escucha en la voz. Un término proveniente de la lógica que establece una forma de relación entre el dictus (contenido representado o mundo) y el modus (lenguaje representante). Para decirlo más sencillo, la modalidad es la marca dada por el sujeto a su enunciado, la adhesión del hablante a su propio discurso, se trata de la actitud en relación a lo enunciado. El “cómo dice lo que dice” queda ridiculizado por esta nueva función whatsappiana.

Y acontece algo raro con esta función, en las cuestiones importantes no te volverás a escuchar cambiando la velocidad pero casi todos los mensajes que escucharás de los otros los pondrás en el doble de velocidad. Ese volver al otro, el límite de la reconocibilidad, ridiculizarlo, no merece sólo un improperio contra las corporaciones cibertecnológicas y la fortuna sideral y virtual que han construido sino que esas funciones nos convierten a nosotros en “pequeñes” canallas. Convirtiendo al otro en una maqueta ironizada y deshumanizada, nos abren un montón de posibilidades. La problemática del canalla no es la del acto sino las consecuencias “ilimitadas” que se advierten una vez pasado ese límite. Y muchos ya padecen, que finalmente un resultado posible es que se deja de escuchar, y por consiguiente a renglón seguido, a hablar con palabras verdaderas.

El espacio y el tiempo son las condiciones de posibilidad de la orientación temporo-espacial. Y estas funciones se meten con el tiempo. Como dice la canción de Jorge Drexler: “No hacemos pie ante tanto tic toc, ante tanto bigbang” se trata del tiempo. Como en la película “El día de la marmota”, donde el día es un bucle sin consecuencias, se trata del tiempo. Estas nuevas funciones arrasan con el tiempo construido en una historia compartida de siglos, y ahora agregan el meterse con tu voz, que no es tu mensaje ni tus palabras, van más allá de lo lingüístico, producen sus “adelantos” en el plano simbólico. Meterse con la voz (y el tiempo) no es dato para minimizar sino para debatir las condiciones posibles para devolverles una reflexión que seguramente no escucharán a estas corporaciones y sus aplicaciones para quienes los límites y la ética parecieran lejanas a su campo de incumbencia. Y para nosotres, les decimos con una pancarta: ¡Si se meten con mi voz se meten conmigo! Y mientras tanto, disfruten los nuevos adelantos de nuestra mensajería instantánea.

Martín Smud es psicoanalista y escritor.