Marianne tenía 20 años. Sus padres se acababan de divorciar, su abuelo había fallecido y ella se refugió en la casa que él dejó en un barrio parisino con la idea de que respirar un poco. En esa mudanza transitoria, no olvidó los mazos de tarot que venía coleccionando; entre ellos, una antigua baraja del Marsella Grimaud-Marteau, con un diablo impactante. Sin tenerlo del todo claro, llevaba en sus bolsillos la chispa de un fuego oscuro. Porque esa imagen, asegura, se despertó y la asedió durante toda la noche. “Yo creo que existen reinos sutiles descriptos en el taoísmo como la sexta dimensión, la de los fantasmas. Una puede llegar a percibirlos, sobre todo si está en un estado psicológico frágil. Creo que fue lo que me pasó: tenía pesadillas sin estar dormida, veía formas diabólicas acechantes en todos los rincones de la casa. Al fin tiré todos los mazos de tarot. Y pensé que sería para siempre”, cuenta una mañana limpia desde Alicante, en España. Esa chica joven y espigada, de una curiosidad insaciable, se había equivocado. Porque Marianne Costa se convertiría en una de tarotistas más reconocidas a nivel mundial.

La editorial Grijalbo acaba de publicar en Argentina El Tarot paso a paso, una guía de casi 500 páginas que aborda cuestiones tan diversas como el origen de histórico de este juego de 78 cartas pobladas de imágenes y signos enigmáticos, sus infinitas combinaciones o estrategias posibles de lectura. Y sobre todo, se trata de una mirada singular y afinadísima sobre la riqueza del Tarot como lenguaje visual, simbólico y numerológico capaz de brindarse y preservar su misterio en un mismo gesto. Costa vino trabajando en esta suerte de manual mágico y filosófico durante los últimos quince años. Exactamente, desde que finalizó un libro iniciático, La vía del Tarot, junto a Alejandro Jodorowsky. Su nombre como coautora de ese libro considerado una “catedral de bolsillo” por su popularidad divulgadora, fue apareciendo con letra cada vez más pequeña en algunas ediciones. De modo que El Tarot paso a paso es la restitución de un conocimiento que ella fue destilando con su propia prosa, habitada por la literatura, la poesía y una mirada más desafiante y mestiza que la del mago old school (quien fuera su maestro y su pareja). Este manual dialoga más fluidamente con nuestra época actual, menos prejuiciosa con ciertos saberes esotéricos, y representa el retorno a la escritura de “la maestra de los maestros de Tarot”, como se indica en la portada. Así, Marianne Costa transitó un fecundo camino de reconciliación con su baraja tras aquella mala experiencia con diablos nocturnos.

FOTO MONA BOITIERE

TAROT Y TANGO

“Yo nunca quise ser tarotista”, confiesa a lo largo de una serie de conversaciones mantenidas con esta cronista. “Soy como Vittorio Gassman que no quería ser actor: el Tarot es casi un accidente en mi vida”, continúa. Pero aclara: “Por supuesto, lo agradezco y lo honro. Este libro es una novela explicativa sobre lo que es el Tarot para mí porque las narraciones me resultan más amables que las teorías. No obstante, también brindo un marco teórico amplio, entre la lógica matemática y la poesía. Y es que aquí conviven la numerología, ya que las cartas tienen números y posibilidades combinatorias que constituyen su ‘esqueleto’, y la metáfora, con esas imágenes inefables y desvergonzadas que probablemente nos lleguen desde el siglo XV”.

Para transitar ese camino, Marianne –que pasaba los veranos de su niñez en Córcega observando los cambios de la naturaleza y deseando ser un hada que también supiera de alquimias sanadoras–, se fue reinventando a sí misma. Nació a mediados de los sesenta en el seno de una familia burguesa en París. Su padre, especialista en derecho y amante de la literatura, terminó siendo director de la Bibliothèque de l'Assemblée nationale en París; es decir, la Biblioteca del Parlamento francés. Su madre, nacida también en una familia de intelectuales, era actriz y cantante. Marianne tiene una maestría en literatura comparada y estudió literatura francesa en la Ecole Normale Supérieure entre los 19 y 22 años. “Cuando logras entrar en una de esas ‘Grandes Escuelas’ totémicas, después te dejan tranquila. Así que pronto empecé a hacer lo que se me ocurría y a aceptar que los trabajos estables en la academia no serían lo mío. Fui actriz como mi madre, cantante de rock y poeta, por ejemplo”, dice esta mujer trashumante que vive en París pero que aún con la sombra de la pandemia, volvió a recorrer el mundo para dar cursos y conferencias. A la vez tiene enorme interés por varios idiomas (su página web está escrita en inglés, francés, italiano y español como reflejo de su naturaleza políglota) a los que considera una puerta de entrada a una diversificación cultural en constante expansión. El Tarot se inscribe en esa genealogía siempre cambiante; también, el castellano rioplatense que habla con fluidez y la pasión por el tango que aprendió a bailar en Buenos Aires en 2014.

“Encuentro muchas simetrías entre el Tarot y el tango. Creo que el Tarot es un lenguaje popular, a veces travieso, que habla del recorrido esencial del ser humano. También, una forma de lunfardo espiritual denigrado durante casi dos siglos y que, sin embargo, es portadora de un influjo sagrado”, afirma sobre este juego. El Tarot de Marsella –es decir, el que ella utiliza– se remonta al siglo XVI, “originario de Italia y desarrollado por maestros carteros franceses, devenido en instrumento de cartomancia y libro de la sabiduría”, según explica en su nuevo volumen. “Los 22 arcanos mayores describen lo que el Renacimiento consideraba el recorrido espiritual del ser humano, las etapas a través de las cuales la formación total es posible y que incluye pruebas, duelos, caída en los infiernos y momentos de iluminación desde El Mago, con El Loco como arcano sin número, hasta el Mundo, al que considero un resumen de la estructura del Tarot”, continúa.

“Mucha gente considera que es un universo sólo para iniciados pero no. El Tarot es tan amigable que, incluso, es una narración irreverente cuya actualidad se renueva todo el tiempo. Si te fijás, la figura que danza en El Mundo es una representación tradicional del Cristo desde el medioevo llamada ‘tetramorfo’. Pero tiene tetas, cintura estrecha, caderas con forma femenina. Tampoco podemos afirmar que sea mujer porque lleva su sexo tapado. ¿No es maravillosa esta esencia queer? El rock y el tango tienen ese desenfado y yo vengo de esos lugares”, declara esta fan de Aerosmith (“en los setenta eran buenos y Steve Tyler supo ser un frontman inspirador”), que durante su infancia escuchaba a una vecina cantar en francés unos versos poco decorosos sobre su deseo de emborracharse: mucho tiempo después descubriría que se trataba de “Tomo y obligo”, de Gardel.

De sus múltiples viajes, señala la importancia iniciática que tuvo su estadía en Eslovenia a mediados de los noventa, en los últimos meses de la guerra tras la disolución de la ex Yugoslavia. “Ahí, una amiga eslovena me convenció de ir a ver a una bruja que hablaba italiano y que me hizo una gran lectura con cartas de póker. Nunca vayas a Bosnia’, me advirtió. Y justamente, yo estaba estudiando serbocroata y estaba interesada en viajar allí en medio de una guerra que me producía una sensación de injusticia insoportable”, dice. La intuición de esta mujer la impactó mucho y si bien no siguió su consejo, aquel modo de atisbar los pliegues de su deseo volvió a encender la mecha del interés. Así es como se instaló en Sarajevo, la capital de Bosnia, durante un año: “Di clases en diversas facultades, con muchos chicos jóvenes que volvían del frente. Dirigí una serie de workshops de escritura que finalmente se transformó en libro y se publicó en Francia en 1998”. Ella también escribió una novela a partir de esa experiencia. Se trata de El infierno prometido, editada por Siruela en 2005.

TAROT Y PAREJA

Al volver a París en 1997, conoció a Jodorowsky durante una lectura de Tarot que él le hizo. Se enamoraron y a pesar de tener 37 años de diferencia, profundizaron un vínculo de cooperación creativa, no exenta de chispazos y diferencias generacionales, que se prolongó hasta 2006. “Era esperable que eso sucediera porque yo era una chica de cuna feminista en París y él, un señor venido del patriarcado chileno. Había mucho que limpiar en mi carácter en esa época. Alejandro, que es un gran educador, era duro a veces pero las cosas que decía sobre mí eran reales. Así que más allá de nuestras intensidades, me quedo con buenos recuerdos de la pareja y de la colaboración que siguió hasta 2011, cuando se publicó nuestro libro Metagenealogía y su exploración del árbol genealógico como forma de entendimiento y sanación”.

Su pasión por Buenos Aires se mantiene intacta a pesar de que no pudo volver desde 2019. Acaba de lanzar un mazo de naipes llamado “El Tarot del Tango” ilustrado por artistas argentinos como Nicola Constantino, Andy Cherniavsky y Alejandro Ros. “Se trata de una fusión en la que El Mago está inspirado en Gardel y el Ermitaño nos recuerda al director de orquesta Osvaldo Pugliese, entre otras simbologías”, se entusiasma; incluso los 56 arcanos menores (es decir, las cuatro series conformadas por bastos, oros, espadas y copas) están reinterpretados en clave tanguera y decorados con la técnica del filete rioplatense. Esa devoción empezó, cuenta, en La Catedral del Tango, cuando vio bailar a Pedro Benavente, conocido en el universo tanguero como “El indio”. Después aprendió a bailar con él y su pareja Marisol Blanco en las milongas de Plaza Dorrego, en San Telmo. Actualmente, Marianne Costa está haciendo un espectáculo llamado “Tarotango” como cantante junto al guitarrista argentino Claudio César, radicado en Barcelona. Adora el estilo de Nelly Omar, la poesía de Homero Manzi y las melodías de Aníbal Troilo. Envía un video reciente filmado en Alicante donde canta tangos en francés y como bonus, una versión dignísima de “Malena”. Se la ve alta, enfundada en un vestido brillante, su pelo claro nimbado por luces bajo el verano europeo.

Ahora que tiene 55 años, observa su propia belleza desde otra perspectiva, una que acepta la finitud. “Hemos olvidado que la primera parte de la vida consiste en aprender a vivir y la segunda, en aprender a morir. La muerte no es reconocida como esa impermanencia que, paradójicamente, nos alienta a seguir vivos”, dice. Es entonces cuando la pregunta sobre el pavor que despierta el Arcano XIII, la Muerte, al aparecer en una lectura, se hace inevitable. Es que se trata de una figura impactante que lleva una guadaña y va segando la tierra a su paso. “Todos los tarot tradicionales del siglo XVII al XIX están ilustrados con un esqueleto color carne; es decir, un esqueleto vivo. Porque el Arcano XIII nos pregunta si hemos desarrollado o no la estructura interna que nos permite dejar de escondernos detrás de una cara falsa para ir en busca de nuestra esencia. Claro que es una pena cuando alguien muere, cuando tenemos que vender una casa, cuando una pareja decide separarse o cuando atravesamos duelos que son parte del existir. Porque lo que subyace en esas vivencias es la fugacidad y la incertidumbre como fondo real de la vida. Ese esqueleto se opone a toda la basura romántica que niega su propia finitud; es decir, esa idea de que seremos eternamente jóvenes, enamorados, hipersexuales. ¡Qué horror! Nada que ver con la intensidad del dolor y la intensidad del éxtasis, dos caras fugaces, y magníficas, de la misma moneda”.

Se ríe a menudo. En una misma oración puede enhebrar menciones al sufismo, defender la poesía como un estado insurgente de la lengua o mencionar la relación ambigua que tiene con Instagram y su gramática dictatorial sobre la belleza y la felicidad: “Toda mi vida he sido de la misma manera: estoy en la fina punta del entender, de lo sagrado, de buscar lo sublime pero también tengo una parte recontra traviesa, callejera, arrabalera. Lo que me encanta del tango es eso, su parte sucia y carnal”, asegura.

Siguiendo el razonamiento, del Tarot le interesa esa simbiosis entre lo sublime y lo profano, su apelación a diversas cosmogonías no exenta de irreverencia, su capacidad de dialogar con cualquiera que decida asomarse a sus misterios e incluso, el sentido del humor y sorpresa que se renueva en cada lectura: “Para mí el Tarot es eso, un discurso picaresco enunciando desde un fondo sagrado. Lo clandestino es su maravilla. Y allí radica su dimensión sublime, en que expande el conocimiento hasta que se encuentra con los mundos sutiles, mágicos, esos que existen aunque la ciencia aún no lo advirtió”.