“Sí, he recibido violencia política, racista y de género. Y no soy la única, las compañeras que defienden el agua, las feministas, las defensoras de los territorios que están en esta Convención también la sufrieron”, dice Elisa Locon, académica y presidenta de la Convención Constituyente de Chile que tiene la tarea de redactar una carta magna que finalmente entierre la que todavía rige, la que fue escrita durante la dictadura y sin ninguna participación de la sociedad. “La que entregó todos los bienes naturales a las transnacionales”, sentencia Loncon con su hablar suave y determinado a poco más de un mes de funcionamiento de este órgano institucional que tuvo que hacerse a sí mismo a contrapelo de la voluntad del Poder Ejecutivo que apenas proveyó el espacio para las sesiones que se extenderán un año y un presupuesto magro que se exhibió en los medios como un despilfarro, solo por cubrir los almuerzos de los y las convencionales.
Violencia política, cada vez que se la acusa de “radical” por enunciar su mandato de consagrar constitucionalmente la plurinacionalidad para Chile. Cada vez que se la acusa de falta de ética por hablar como mapuche y exhibir en sus discursos la violencia estructural que sufre su pueblo.
Violencia racial, cada vez que desde las redes sociales se escupe sobre esta doctora en lingüística la duda sobre si “esta indígena sabe leer”.
Violencia de género, cada vez que se duda de su capacidad, se le exige dar pruebas de sus saberes.
Son ejemplos y no son estancos, estas violencias están entrecruzadas, son interseccionales, una se anuda a la otra y todas se hacen cuerpo en el cuerpo de Elisa Loncon, mujer y mapuche, académica y ejerciendo su primer cargo en la política institucional; habitante de “los dos mundos” como ella misma llama a la educación que recibió de su familia y su comunidad y la que recibió desde la escuela hasta doctorarse en Literatura en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Y aunque esta interseccionalidad que ella encarna la hace blanco de una violencia que se ejerce desde los medios de comunicación hegemónicos y también desde la usina de odio que pueden ser a veces las redes sociales, es la misma identidad que se puso en acto en el estallido social que tomó las calles de las ciudades de Chile a partir del 18 de octubre de 2019 y que ha desembocado en un proceso transformador que es un faro para toda la región.
Por eso Elisa Loncon no se lamenta, denuncia si es necesario. Teje alianzas, se acostumbra a tiempos que no le alcanzan. Y actúa. Ejerce el poder que le fue concedido como presidenta de la Convención Constitucional con más votos de los necesarios para estar en ese cargo. Para poner a funcionar la convención, tuvo que ocuparse -junto a su vicepresidente, el independiente Jaime Bassa, desde el protocolo para prevenir los contagios por Covid hasta de buscar los mecanismos para darse un reglamento democrático que permita comenzar el debate. Es como poner a funcionar una casa a la que hay que construir desde los cimientos.
¿Cómo evalúa este primer mes de labor en la Convención constituyente y cuáles cree que fueron los principales obstáculos?
-Ha sido un mes complejo, sin embargo, la evaluación que tenemos es favorable porque en este mes instalamos la Convención, que es un órgano nuevo, originario. No es el poder constituido, sino que hemos tenido que instalar la institucionalidad de la Convención Constitucional, darle garantías a los 155 convencionales. Para eso ha sido importante la colaboración de instituciones públicas, las universidades en general y también la Cámara de Diputados. Porque cuando nosotros iniciamos nuestro trabajo no existía una institucionalidad ni normas que regularan esa institucionalidad o que describieran el trabajo mismo de los y las constitucionales. Además, estamos en un contexto de Covid, con el riesgo de exponernos a la enfermedad y no estaban ni siquiera los protocolos. Pero se logró funcionar y dar garantías gracias a la colaboración de los servicios públicos.
¿Esas normas ahora existen?
La institucionalidad ha sido respaldada por una mesa directiva que permite la administración y el manejo de la convención y que se amplió con 8 vicepresidencias -antes era sólo una-. Además se instalaron 8 comisiones de trabajo. Se trabajó en resguardar la salud y los derechos de los convencionales: derecho a opinión, a votación, a tener una buena convivencia, a un trato ético. Las comisiones se instalaron también de una manera reglamentaria que hubo que establecer y ahora están trabajando para dar insumos para el reglamento: tenemos comisiones de ética, comunicación, participación y consulta indígena, participación de ciudadanía, descentralización, comisión de reglamento, de Derechos Humanos, de salud. Nos fijamos 30 días para que entreguen sus aportes y a fin de agosto estará la reglamentación que regulará todo el proceso.
¿Cuál es el rol en este proceso del Poder Ejecutivo?
-En realidad ha sido el principal obstáculo la falta de colaboración del gobierno en el proceso de instalación de la Convención Constitucional y en el proceso de creación de esta convención. El gobierno tiene una apuesta política de no favorecer ni estar tampoco en la posición de hacer los cambios constitucionales. Por lo tanto, no se involucra y más bien torpedea el proceso a través de sus respectivos representantes.
¿Esto es visible a través de la violencia política, racista y de género que usted ha denunciado públicamente?
--Sí, he sufrido violencia política y violencia racial y violencia de género que ha caído especialmente sobre mí porque yo soy la presidenta. En un país que tiene una estructura colonial, se asume que los pueblos indígenas tienen una condición subalterna. Y en este caso, siendo yo una mujer mapuche, se asume que no debería estar en este espacio. Sin embargo, son esas las trabas que tenemos que vencer para garantizar los derechos de todos y todas en la Constitución. Porque no habla bien de un país que se naturalice que estén instaladas formas para ejercer la violencia, el maltrato y el racismo. Es parte de lo que es Chile hoy día con la Constitución que tenemos que consagra el racismo al negar la existencia de los pueblos originarios. Pero ese racismo no detiene las demandas de los pueblos, los territorios, las mujeres.
Por eso su figura es tan molesta, porque encarna una propuesta de Constitución totalmente distinta. Y a la vez encarna el deseo de transformación que se puso en acto en las calles con el estallido social de 2019.
--Esta convención es fruto del estallido y ya se planta de otra manera. En principio tiene una composición paritaria: hay un 50 por ciento de mujeres. Y la vivencia de la violencia que he tenido yo también la tuvieron otras mujeres, las que defienden el agua, que tienen posturas más feministas. Pero sin embargo, no sólo no se detiene sino que esto aumenta por el control que tienen los poderes de elite de los medios de comunicación. Aunque no les guste, mi instalación como presidenta tiene el voto de la mayoría de los convencionales.
¿Cómo fue el proceso de su nombramiento como presidenta de la Convención?
--Nosotros como nación mapuche propusimos mi nombre -yo acepté que fuera mi nombre- y había en la sociedad chilena un ambiente social que proponía en la opinión pública que la convención debía ser dirigida por una mujer, por la situación de la paridad y ojalá una mujer indígena porque se asume que los más marginados en cuanto a derechos son las naciones originarias y que eso debería ser lo representativo. Esta visión surge con el proceso del estallido social donde todas las organizaciones sociales e independientes asumieron la bandera mapuche como la bandera de la resistencia y que buscaba un nuevo Chile. El estallido social hizo inteligible nuestra bandera. Luego, cuando se da el proceso constituyente, se abre la posibilidad de los escaños reservados para los pueblos originarios producto de la negociación de organizaciones indígenas. Cuando postulamos se generó el rumor social de una mujer indígena y nosotros teníamos el nombre ya y recibimos apoyos de organizaciones y constituyentes no indígenas. El punto es que yo llegué a aceptar el cargo y luego viene la votación y saqué la mayoría, aunque no lo dos tercios. Y en la segunda vuelta sí, obtuve la mayoría con los votos de todos y todas, porque incluso hubo votos de escaños reservados que no votaron por mí. Para nosotros, como pueblo mapuche, es una gran responsabilidad también frente al Chile plurinacional y pluridiverso que somos y que queremos.
También una responsabilidad frente a la región, que observa el proceso con mucha esperanza de transformación.
--¡Ay sí! Y esperamos no defraudarles. Hay mucho sentimiento y compromiso en la Convención. Sin embargo, tenemos que ver con bastante cautela la influencia de los medios de comunicación dominados o aliados con los partidos de derecha. Ellos son minoría en la convención, todos somos minoría, pero ellos tienen poder en los medios de comunicación e instalan fácilmente falsedades y operaciones
La derecha es minoría pero tiene poder de lobby y los medios a su favor, como en la mayor parte del mundo.
--Todos somos minoría, los independientes, la izquierda, los feminismos, los indígenas… y por eso estamos obligados a negociar, a llegar a acuerdos, a mantener los procesos de la mesa. El problema es que el ala derecha no vota por los grandes temas, solamente por sus intereses.
Detrás de los medios de comunicación y la derecha están las corporaciones, que ponen en jaque justamente el buen vivir, la necesidad de contrarrestar el extractivismo. ¿Qué capacidad tiene la convención de enfrentarse a las corporaciones?
--Los grandes temas que afectan al país tienen que ser transversales. Por eso necesitamos a la derecha sentada en la mesa de la convención. Porque, por ejemplo, no podemos decir que el tema de la plurinacionalidad es un asunto puramente indígena, a todos nos va a impactar y todos necesitamos abrazar esa gran demanda de que se instalen los derechos y el cuidado de la madre tierra. Todos tenemos que tener una postura frente al calentamiento global y al cuidado de la madre tierra, entonces estratégicamente nuestra invitación es ir más allá de las fronteras que establece una posición política o una posición ideológica porque los temas van más allá de lo que es la empresa misma. Sino se garantiza un ambiente sano para los chilenos, cualquiera sea, en cincuenta años no vamos a tener vida. Entonces implica un llamado grande a la conciencia, al actuar ético. Por eso estamos tratando de sumarles, de que estén en la mesa de organización, de que dialoguen.
¿Y cómo contrarrestan las operaciones de los medios?
A través de los propios convencionales. Ya instalamos una comisión de comunicación y un encargado de comunicación que al mismo tiempo articula con varias instituciones como la Universidad de Chile, la Biblioteca del Congreso, la Cámara de Diputados para instalar una línea de información que nos permita llegar a los distintos sectores públicos. El mes que pasó fue bastante caótico porque toda la comunicación estuvo a cargo de la presidencia y la vicepresidencia. Muchas veces no dimos abasto y no teníamos una política propia de comunicación, pero ahora ya la instalamos y vamos a defender el proceso de la convención a partir de los propios convencionales y a partir del trabajo territorial que puedan hacer las distintas organizaciones y convencionales constituyentes. La gente tendrá que entender que las opiniones y voces que torpedean el proceso tienen su propia agenda política, sus intenciones corporativas, son los que no quieren que el proceso avance.
¿La estrategia es que los medios hegemónicos no tengan el monopolio de la información sobre el trabajo de la Convención?
Lo que buscamos es generar una línea editorial como Convención. Es una gran pelea la que hay que dar contra los medios, porque también pasa por las visiones que se tiene de la sociedad. La visión que tienen los medios del ala derecha son sociedades monoculturales, sociedades al estilo de las ambiciones de la dictadura que plasmó en su constitución que Chile es una nación única e indivisible y entonces se supone que si afloran las identidades regionales para ellos es como que aflora la fragmentación. Pero es sólo falta de información que esperamos se corrija en la medida en que la gente vaya aprendiendo qué son los estados plurinacionales. Porque esto es muy antiguo, no es un invento nuevo.
Y no sólo en América Latina.
En España está muy claro: están los catalanes, los gallegos, andaluces, y tienen su autonomía y sus lenguas sin que se haya dividido el país. Acá hay muy poco valor los aportes de la diversidad.
Ese concepto de plurinacional es clave y es lo primero que le han criticado.
--La constitución actual fue escrita en la dictadura, sin participación social ciudadana y fue escrita para vulnerar derechos de las personas y de la madre tierra. Se instaló el modelo neoliberal que entregó las riquezas y los bienes naturales a las transnacionales, entonces esa constitución privatizó los sistemas educativos, de salud, las pensiones… el pueblo de chile ya no tiene nada en el fondo, a no ser que seas parte de la minoría rica. La plurinacionalidad es un concepto amplio que busca reconocer y proteger a los pueblos preexistentes al colonialismo, pero también a la diversidad.
Y es una demanda que se escuchó en las calles.
Tanto eso como que la educación no es pública, no es de calidad salvo que pagues valores exorbitantes. Y también son las pensiones, la pobreza en la que queda una persona que ha trabajado toda su vida es impresionante y a eso se suma el acceso a la salud, que es carísimo. Enfermarse es carísimo, inabordable, no hay un Estado social que garantice derechos y bienestar por eso la gente crea el grito del 18 de octubre y se da el plesbicito y la nueva constitución. Toda esta agenda es impuesta desde los pueblos de Chile que dijeron basta a este sistema de vulneración de derechos, pero también basta a la complicidad y el sistema de acuerdos que se instaló después de la dictadura con la llegada de la democracia.
Es muy impresionante cómo todo se puso en discusión a partir de las movilizaciones, vecinos y vecinas discutían política, economía, medio ambiente en cada esquina. ¿Cree que continúa esa efervescencia?
--Sigue efervescente porque los problemas siguen sin ser resueltos. Creo que lo más significativo es el sistema de pensiones, el sistema de AFP, la gente que estaba exigida a poner sus aportes en ese sistema. Ahora por la pandemia mucha gente ha tenido que retirar sus fondos de pensiones porque no tenía cómo vivir y se genera un empobrecimiento aun mayor. Y la nueva constitución tampoco va a resolver los problemas, la nueva constitución va a instalar la garantía de esos derechos, pero cuando la nueva constitución empiece a regir el sistema político, social y económico van a pasar años para que esto mejore. Pero la gente tiene fe, apuntó para que la base para los grandes cambios sean constitucionales
¿Y tiene paciencia para esperar esos cambios?
Y no, la paciencia no va de la mano de la decisión política siempre. La situación del covid es una emergencia, cuando hay hambre cuando hay necesidades no hay paciencia. Igual hay organizaciones sociales, ollas comunes, gente que necesita casa, acá lo llaman las tomas de los lugares para sus casas, el país está empobrecido, es una situación delicada.
Elisa, podría hacer una breve historia de su vida política.
Vengo de una familia mapuche, una comunidad bilingüe con una educación propia basada en la cultura, nací en el wallmapu y recibí la formación mapuche por el lado paterno, familiar y organizativo. Y la formación no indígena por parte de la escuela, yo fui escolarizada con alta valoración de estudios, yo soy académica trabajo mucho en el ámbito de la investigación bilingüe, de la lengua y lo que más ha contribuido es esta valoración de los dos mundos. Y lo otro que también he accedido. Entonces esta politización de un sujeto que se asume como mapuche ya viene con la crianza, no es que es de un día para el otro ni de ahora, desde pequeña una sabe y te crían como persona de un pueblo que tiene que defenderse y eso pasó conmigo. Defenderse en términos de llamarse mapuche, porque nosotros no aceptamos que nos digan indios, indio es un concepto peyorativo y desde muy pequeña entendí qué significaba. Esos fueron saberes de un sistema de educación propia.
¿Hay antecedentes universitarios en su familia?
No hay historia universitaria en mi familia, somos mapuches, recién en mi generación es la primera de universitarios.
¿Se considera feminista?
Yo valoro el feminismo, dialogo con el feminismo y me considero así porque defiendo los derechos de las mujeres. Pero soy una mujer mapuche y nosotras distinguimos fuerzas femeninas en el aire, el agua, la montaña, somos gentes de la tierra y tenemos esa espiritualidad y desde ahí dialogo con los feminismos, sabiendo que además de estar entre nosotras tenemos las fuerzas femeninas de la tierra.