Elegir una película preferida me resulta difícil: son tantas. Cuando era más joven tenía más memoria, podía hasta acordarme diálogos enteros. Es que todas las películas que vi están en mi cabeza de una forma desordenada, y eso me gusta. Era el año 2002, de esto tampoco estoy sumamente segura, quizá un año más o un año menos. Sí estoy segura de que era la sala Leopoldo Lugones, en donde vi casi todas las películas que más me marcaron en la vida. Yo no conocía al director, nunca había visto una película suya; en realidad es un documental, una especie de diario íntimo repleto de imágenes hermosas. Mientras avanzaba ocasionalmente vi pequeños destellos de belleza, ese es su nombre, y es de Jonas Mekas.

Era la tarde de un día cualquiera, ya sabíamos con mi novio de aquel entonces que la película duraba más o menos cuatro horas, y no nos importaba; es más, nos parecía un plan espectacular, compramos chocolates y caramelos en el kiosko y antes de entrar fuimos al baño. Fue mi novio de aquel entonces quien dijo de ir a verla: él ya era fan de Jonas Mekas y yo recién estaba dando mis primeros pasos. No podría contarles de qué se trata, el mismo Mekas  dice: “Perdonadme: nada, nada extraordinario hasta ahora ha sucedido en esta película, son simples actividades cotidianas, la vida”. Es cierto, era la vida de una persona lo que estaba viendo, ni más ni menos. Cincuenta años de vida que el propio Mekas filmó, en un documental en el que están sus amigos, su familia, su hija: a esa niña es a quien más recuerdo, pequeña, rubia, en viaje en un bote, con su padre. Fui testigo, y esto lo recuerdo muy bien, de sus primeros pasos, y creo que también de sus primeras palabras. 

Así iba avanzando la película, al igual que esos primeros pasos de la pequeña hija. Estaba viendo algo único, pensaba yo; me sentía parte de esa familia, aunque estaba filmada en lugares que ni conocía, lugares extraños para mí. Pero yo me sentía parte de todo eso que estaba viendo. Me hacía pensar mucho en mi vida, me hacía preguntas todo el tiempo, me identificaba. También me viene ahora a la cabeza la voz en off del propio Mekas, con ese acento tan hipnótico, completando las imágenes con sus pensamientos, sus dificultades para armar la película. Decía que primero unió las imágenes cronológicamente, para luego rendirse y empezar a unirlas al azar, de manera desordenada. A mí también ahora me vienen a la cabeza imágenes de la película de manera desordenada, quizá mas parecido a la lógica que tienen los sueños, en donde uno pierde un poco la noción del tiempo. Puede pasar cualquier cosa en los sueños, al igual que en esta película. Mekas tuvo una vida terrible, fue tomado como prisionero por los nazis y pasó por varios campos de trabajos forzados, y así y todo la película de su propia vida está repleta de belleza. Creo que a partir de ver esta película-diario íntimo documental, me empezaron a interesar mucho los documentales. Una sensación parecida tuve cuando descubrí a Mario Levrero y su Novela luminosa: sentirme adentro del libro, extrañarlo, angustiarme por sus problemas y dificultades, quererlo al igual que a un amigo.

Recuerdo muy bien la sensación de no querer perderme nada, nada. Pero la película era larga, yo me estaba haciendo pis y era imposible aguantar, tenía que ir al baño. Me levanté y salí de la sala mirando para atrás todo el tiempo, para tratar de perderme lo menos posible; ya en el baño pensaba que ojalá no pasara nada extraordinario en mi ausencia. También pensaba que yo haciendo pis podría ser parte de la película, que no me desconecté nunca de lo que estaba viendo. Yo también podía tener mi propia película. Volví a la sala y todo seguía igual, mi novio seguía comiendo caramelos y las imágenes se sucedían tranquilas e hipnóticas. Mientras escribo esto, en mi mesa de luz tengo un libro de Jonas Mekas, Ningún lugar adonde ir. Ya lo leí pero lo tengo ahí todavía, a la espera de releer alguna frase, de volverme a encontrar con su vida: también este libro es una especie de diario íntimo. Eso me hace pensar ahora, mientras escribo, qué es lo que me atrae tanto de lo biográfico, de lo real. Justo en este momento de mi vida estoy haciendo un unipersonal en donde interpreto a Frida Kahlo. También estoy escribiendo una novela que tiene mucho de autobiográfico, así que me quedo tranquila: entiendo que eso es lo que me gusta, que todo está en uno. Todo. Me gustaría terminar esto con un texto de Jonas Mekas que está  en la película, y que encontré cuando me puse a googlear porque, como dije al principio del texto, ya no tengo tanta memoria. La frase es simple pero contundente, repleta de verdad. “Mundo, nunca te he abandonado, pero me hiciste cosas terribles.”


Jimena Anganuzzi nació en Buenos Aires en 1977. Realizó cursos de teatro desde su infancia y se formó con Norman Briski entre 1990 y 1995. En 1997 estrenó en el Centro Cultural Recoleta Cachetazo de campo, dirigida por Federico León, trabajo considerado por la crítica como una renovación del teatro argentino. Actuó también en Mujeres soñaron caballos, de Daniel Veronese; en el biodrama Squash, con Edgardo Cozarinsky; y en Largo encuentro, de Tato Pavlosky, con dirección de Elvira Onetto. Su primera incursión en la dramaturgia fue Yo en el futuro (Federico Leon, 2009). En 2012 estrenó la obra Japón, en la que actuó y también dirigió y escribió junto a Alejandro Lingenti. Sus últimos trabajos en teatro fueron junto a Ana Katz, en el Centro Cultural San Martín y en Timbre 4, protagonizando la obra Pangea; y en el Festival de Dramaturgia Europa + América, estrenando en Latinoamérica la obra española Humo, de Josep María Miró. En el ámbito cinematográfico actuó en Fuga de Cerebros (Fernando Musa, 1997), Todo Juntos (Federico León, 2002), Agua (Verónica Chen, 2005) y Tatuado (Eduardo Raspo, 2004). En la actualidad protagoniza el unipersonal Frida Kahlo, de Patricio Abadi, en el Centro Cultural de la Cooperación.