En febrero de 1987, Los Violadores tocaron para 8500 personas en Perú. Promediando el show, el cantante Pil Trafa, en una de sus acrobacias escénicas, se colgó del equipo de luces al costado del escenario. Pasó allí mucho rato, temblando y con la piel azulada, hasta que su entonces manager Mundy Epifanio lo arrancó de un empujón. Intentó seguir cantando, pero tuvo que ser asistido. Stuka, el guitarrista, le anunció a la multitud: “Pil se electrocutó”. Una vez recuperado del choque eléctrico, Pil volvió al escenario para cantar “Fuera de Sektor”, casi como si nada.

Dieciséis años después, Perú le deparó a Pil Trafa un impacto igualmente fuerte: su esposa, la productora peruana Claudia Huerta, acaba de anunciarle que será papá. “Jamás me imaginé que iba a tener un hijo. Me casé a los cuarenta años, el bebé ni siquiera estaba planeado, apareció y bienvenido. Me estoy preparando, leyendo psicología infantil, porque no sé qué hacer, jamás me planteé ser padre. Freud me está sacando de quicio.” 

El 2003 es un año especial para Pil Trafa y Los Violadores. Además de la paternidad, se cumplen veinte del lanzamiento del primer disco del grupo, y a mediados de mayo se viene una reedición de los cuatro lanzamientos originales del sello Umbral (el mismo que editó en los ‘80 los discos de V8), esta vez por Imperdible Discos: Los Violadores (1983), Y ahora qué pasa, eh? (1985), Uno, dos, ultravioladores (1986) y Fuera de Sektor (1986). Los cuatro se editan en formato CD-rom digipack con booklets de dieciséis páginas con fotos inéditas y comentarios especiales de Pil, Stuka, el Polaco y Hari B (mítico primer guitarrista que tocó sólo en el debut y el primer punk argentino en usar cresta). Además, se incluyen bonus tracks inéditos, material en vivo, out-takes de estudio y todos los videos. La banda, entretanto, sigue tocando, y tienen planeada gira y disco para el 2004, si pueden combinar bien los tiempos con Stuka, que reside en Miami.

Es un reconocimiento merecido para discos que estuvieron descatalogados desde mediados de los ‘90 (salvo por la edición de este año de En vivo y ruidoso 2 de Tocka Discos), pero tardío. ¿Por qué tuvieron que cumplirse veinte años para que el revival de los ‘80 por fin alcanzara a Los Violadores, cuando fueron una de las bandas fundamentales de la década, pionera del punk local? Pil no está resentido. “Nosotros fuimos responsables de esta falta de reconocimiento. Con esas peleas mediáticas que tuvimos en los ‘90 perdimos el prestigio. Entramos en un juego: es fácil echarle la culpa al periodismo que nos venía a buscar, pero no supimos ubicarnos. Fue culpa nuestra. Por eso cuesta tanto remontar al grupo, porque nos bastardeamos solos. Desde el 2000 estamos más coherentes y relajados. Con Stuka trabajamos en revertir la imagen que dejó Otra Patada en los Huevos, ese disco que grabamos en el ‘95, muy malo, que fue una avivada comercial. No estuvo bien hecho. No tendría que haber estado: es una especie de Cut The Crap de The Clash”.

Represión

Pil Trafa nació en Villa Urquiza como Enrique Chalar. Cuando era adolescente le gustaba Spinetta y Deep Purple, hasta que en diciembre de 1977 se compró los discos de Clash y los Sex Pistols. “Me acuerdo que El Expreso Imaginario decía que eran una basura, lo peor, que eran para dárselo al árbitro. Yo no nací músico, nadie en mi familia toca, y vi una oportunidad en el punk para los que no estudiamos música. Porque en aquella época era todo jazz rock y sinfónico, todo virtuoso, todo prolijo. Yo necesitaba otra cosa.”

Ingresó en Los Violadores en 1981, y debutó en el restaurant Le Chevalette, frente al Hospital Alemán, un local que por la noche estimulaba la movida under que apenas florecía bajo la dictadura. Se lo conocía como Pil Trafa porque acostumbraba usar una remera de P.I.L. (la banda de Johnny Rotten después de los Sex Pistols) y porque invariablemente aparecía borracho y ensangrentado por golpes ocasionados bien por la inestabilidad alcohólica, bien por las botas policiales. 

Los Violadores se perfilaban como la banda que venía a romper con el silencio impuesto por el Proceso, como el grupo que no apelaba a la metáfora ni al pedido pacifista para pronunciarse contra la dictadura. Mientras Seru Giran o Spinetta apelaban a la metáfora (“Encuentro con el diablo”, “Canción de Alicia en el país”, “Maribel”) y otros al ruego (“Sólo le pido a Dios” de León Gieco), Los Abuelos de la Nada proclamaban la fiesta y Virus la ambigüedad sexual y el hedonismo, Los Violadores iban al choque; “Represión”, el clásico del grupo, decía: “Hermosas tierras de amor y paz/ Hermosa gente, cordialidad/ Fútbol, asado y vino: así es el pueblo argentino/ Censura vieja y obsoleta/ Represión a la vuelta de tu casa/ Represión en el kiosco de la esquina/ Represión en la panadería/ Represión una forma de vida/ Represión en la Argentina/ Represión veinticuatro horas al día”.
La confrontación no pasaba inadvertida. Los Violadores (entonces Stuka en bajo, Hari B en guitarra y Sergio Gramática en batería) tuvieron su primer enfrentamiento con la policía el 17 de julio de 1981 en el Auditorio de la Universidad de Belgrano, fecha de presentación de la estética punk en Buenos Aires. El ambiente venía caldeado y el desastre se desató cuando el grupo tocó “Represión”: volaron sillas, se abrieron matafuegos, hubo gresca generalizada y alguien llamó a la policía. Los Violadores fueron llevados a la entonces comisaría 33, y Pil Trafa terminó con el rostro irreconocible gracias a trompadas propinadas con guantes de cuero. Milagrosamente, sólo les imputaron disturbios y salieron esa misma noche. 

Sin embargo, el arresto no contó con la solidaridad inmediata del ambiente rockero, y menos de la prensa: es famosa la columna que Gloria Guerrero escribió para Humor, donde la periodista se indignaba: “El rock nacional cuenta con un teatro menos. Se trata de un conocido auditorio de la zona de Belgrano que ha servido a una incalculable cantidad de grupos y solistas, desde Jade a Coral, desde MIA a Porchetto... Lo único que el rock les pide (a Los Violadores) es que vayan a gritar a Inglaterra si les dan bola. Acá no. No se metan con nosotros... no molestaron demasiado hasta ahora pero una sala cerrada por su culpa, un teatro prohibido por centenares de músicos con mayúscula preocupados por crecer y ayudar al crecimiento ha colmado la medida. Estamos demasiado podridos de ponernos de acuerdo con la ley en que no rompemos nada, como para que vengan ustedes detrás a arruinar lo que logramos: hacer la nuestra con tranquilidad. Cualquier consulta, evacúenla en la Seccional 33. No acá. En lo posible, no en este país”. Al año siguiente, Pil le decía a Cerdos y Peces: “Nos acusan de violentos. Todos saben quiénes son los verdaderos violentos en este país. Nosotros no matamos ni encarcelamos ni torturamos a nadie”.

Veinte años después, el texto de Guerrero es estremecedor y da cuenta de lo solos y expuestos que estaban Los Violadores. Hoy, Pil sabe que tendrá más de una anécdota para contarle a su hijo. “La prensa nos mataba porque entendía al punk como un trasplante de algo que no tenía que ver con lo de acá. Pero nosotros no hablábamos de la Reina, hablábamos de la represión, del rock de acá que estaba muerto, del no future propio con la visión localista. Importamos el sonido. Tenía mucho más que ver con nuestra realidad: equipos baratos y nacionales para lograr un sonido que no era bueno. Si no, era Seru Giran”.

¿Nunca tuvieron miedo?

–No. La punkitud de esos años era no ver consecuencias de lo que nos podía pasar. No nos dabamos cuenta de nada. Nos arrestaban, nos pegaban, era un bardo, y seguíamos adelante. Nunca tuvimos miedo. Cuando pienso en el ‘76, pienso en una abadía, era el Medioevo, con todo ese silencio. Fue la peor época de Argentina. Siempre dicen: tenemos el gobierno que nos merecemos, pero yo no sé si me merecía a Videla. Tenía diecisiete años.

¿Y se puede mantener la actitud punk ahora?

–No sé lo que es eso. El enfrentamiento con la dictadura era claro, ahora es todo más difuso. La Argentina es otra cosa. Está bien, tenemos chantas a los que les soportamos chantadas y cosas espantosas, pero la democracia mal que bien trajo un renacimiento. El romanticismo primero de los ‘80 ya no lo tengo. Entonces no había nada, había que hacerlo todo. Después vino el éxito, las giras, los fans. Uno trata de mantenerse artísticamente íntegro y coherente. Tengo 44 años. El punk era eternamente joven y uno sigue y sigue y se da cuenta de que no es así. Han seguido todos. A Johnny Rotten hace años que no se lo ve en fotos. Esa fue la mentira, la estafa del punk: que se moría rápido. Y no se murió rápido. Al contrario.

Yo combatí la ley

Con la democracia, Los Violadores se acomodaron rápidamente al destape. Y ahora qué pasa, eh? tenía el clásico “Uno, dos, ultraviolento” que era un guiño, una canción inspirada en una película, La naranja mecánica de Stanley Kubrick, que había estado prohibida catorce años. Era 1985, y Gustavo Cerati votaba a “Represión” como la mejor canción del rock nacional en una encuesta del diario Clarín. Y a Los Violadores les llegaban las giras. 

En Chile, tocaron en Fantasilandia, un parque de diversiones de Santiago, y el público coreó “Represión” en plena dictadura de Pinochet. Al manager lo increparon agentes de Inteligencia chilena amenazando con que si el grupo era “subversivo” no podría tocar, y después la policía les retuvo las visas durante una semana, hasta que la Embajada argentina los rescató enviándoles un auto para cruzar la cordillera. 

En Perú, lograron convocar a 30.000 personas en Piurca, llegaron al número 1 en 1987 y hasta hoy se los considera como los Sex Pistols. “Fue el país más fuerte para nosotros. Más que Argentina. Nunca supe por qué. Quizá la época de Alan García se prestaba a la transgresión, él tenía un discurso de gente joven, qué sé yo. Nunca nos objetaron el nombre, como acá, en Chile o en Uruguay.” 

Un año más tarde, estallaba otro encontronazo con la ley: en la disco Látex de San Miguel, el grupo parapolicial PROLATIN entró al camarín de Los Violadores en procedimiento ordenado por el juez Piotti buscando drogas. Hubo 353 detenidos y retuvieron al grupo cinco días en una comisaría de Bella Vista. “Lo único que comíamos era lo que nos llevaban nuestras novias. Me hacía acordar a las mazmorras de la época de la colonia que vi en el Museo de Antropología de Lima. Estábamos hacinados en un pasillo sin poder hablar entre nosotros.” A pesar de que fueron sobreseídos, el hecho les costó que pocos se animaran a contratarlos.

Al mismo tiempo, Pil aparecía como “el Chilavert del rock”, como le gusta definirse. Se peleaba con todos, incluso con sus compañeros. “No nos podía contener nadie. Habíamos peleado contra todo el sistema, después nos peleamos entre nosotros. Fue una consecuencia.” 

En los ‘90 los encontró la decadencia: cancelación de compromisos internacionales, gastos innecesarios, la presión de la discográfica para que sacaran un disco por año, la salida de Stuka en 1992 y finalmente el telón para Los Violadores. Pil siguió, con Pilsen, y en esa época de excesos conoció a Ronald Biggs, el ladrón del siglo. Fue a través de un contacto cedido por los alemanes Die Toten Hosen, amigos de Pil. Grabar con Biggs fue una constante del punk: lo hicieron dos Sex Pistols (Steve Jones y Paul Cook) y más tarde Die Toten Hosen. Consiguieron que el ladrón prófugo en Brasil cantara en varios temas de Bajo bandera y los invitara al festejo de los treinta años del golpe al tren que unía Glasgow y Londres. ¿Qué recuerda Pil de ese encuentro? “Yo estaba muy borracho, Biggs también, me caí a la piscina, me tuvo que sacar mi manager y también lo tuvieron que sacar a él. Biggs no sabía la letra, no podía cantar. Un delirio. El tipo es un delincuente, pero muy fino: todos los ingleses tienen modales. Nos contó que estuvo en Argentina en la época de Onganía y no le gustó. No hablamos del robo. El trabajaba de guía turístico para gente a la que le contaba sobre el golpe. Organizaba parrilladas y te cobraba cien dólares por cabeza. Me mostró fotos de sus cambios de cirugías, pero porque le nació a él. Cuando fuimos estaban los Alice in Chains jugando pool. Iba a llegar Rod Stewart. Siempre estaba rodeado de gente. Pero lo hicimos nada más porque salió, no fue premeditado ni un sueño, estaba bien porque hacerlo fue un clásico punk. Siempre imitando uno. En realidad, yo quería grabar con López Rega en Suiza. Quería que dijera: ‘Me cagué en el país, me llevé maletas por millones’, y ponerlo en una canción. Como fue imposible, me conformé con Ronald.”

Del otro lado

A mediados de los ‘90, Pil Trafa estaba sin rumbo. “Vivía al pedo, y en pedo. Jugaba dieciocho horas por día a videogames en mi casa, la de mi vieja, tomando oporto. Desde las 12 de la noche hasta las 6 de la tarde, sin dormir. El alcoholismo es una cosa complicada. Estuve casi seis años desayunando cerveza y después pegándole duro y parejo. Estaba al margen, en otra sintonía. Así me iba en mi vida y mi carrera: como el culo. Dentro de todo el alcoholismo es barato, es social, es decir, es legal. Pero es destructivo. Sos un maricón al final, necesitás una copa para enfrentar al mundo.”

Ahora sólo necesita una copa para subirse al escenario porque a esta altura, dice, con más de mil shows encima, no puede salir tomando agua mineral. Pero eso es todo. La artífice del cambio fue su esposa. “Detrás de cada alcohólico hay una mujer que lo rescata. Me sacó de eso, me mejoró, me corrigió. Ahora hasta hago ejercicio y me meto en gimnasios, un poco de fierritos.”

Y ya no quiere pelearse con nadie. Atrás quedaron las épocas en las que se preguntaba: “¿Qué es La hija de la lágrima? ¿El cuñado del moco? ¿La prima de la peca?”, o denostaba a Fito Páez llamándolo “ese millonario casado con una actriz”, o se indignaba con Pedro y Pablo (“siempre hablando de la paz y el campo. Que se dejen de joder. ¿De qué habla, de la Señora Violencia contra la Thatcher? ¿Por qué no hizo un tema que se llame Señor Galtieri?”). Está tranquilo, dice, aunque de vez en cuando le brillan los ojos y parece que tiene ganas de escupir alguna maldad. Pero se contiene. “Fui muy mediático. Me divertía el juego, era el Johnny Rotten de acá. Pero ya fue. A Charly lo veo y está todo bien. Él es un gran músico. Algunas cosas de su carrera no me gustaron, pero eso está dentro de las generales de la ley. Hay que juzgar a los artistas por sus mejores obras. No quiero discutir con nadie, hay campo para todos. Si el disenso es creación, bienvenido, pero ya no lo es.”

Escucha muy poca música nueva. Cree que el rock perdió trascendencia, sobre todo por falta de talento. “Los ‘80 fue la generación más rica. Si te gustaba lo corrosivo tenías a Sumo, algo tipo David Bowie era Virus, Los Abuelos era el divertimento, Charly García estaba en un buen momento, Soda Stereo que era como Duran Duran más Police más agregado estético. En cada rubro había una buena banda, constantemente se grababa, bandas como Don Cornelio son culto. Pero el rock ya no puede ser popular hoy. Los pibes pobres no escuchan rock. La cumbia villera es interesante porque es un emergente marginado absoluto de la sociedad. Las letras líricamente no se pueden rescatar porque son más bien groseras. Hablan desde un punto de vista que yo no entiendo. Es un enfrentamiento policial: estos pibes se pelean con una organización corrupta que es la policía bonaerense y viven en un mundo extraño. Parecen bagdadíes, y la ciudad es lo que no los deja entrar. Y eso tiene que tener voz.”

Mientras tanto, junto a su mujer está empezando a llevar bandas argentinas a Perú: Los Piojos será la primera. Le gusta ver cómo se negocia del otro lado, desde el de manager, qué hacer con la publicidad, los hoteles, el cachet. Quiere importar rock a la escena de Perú, que está bastante muerta. “Hay grupos punk interesantes, como Leucemia, dentro del modo precario que pueden grabar; están trabajando mucho con computadoras. Sucede que hay mucho músico que estuvo embarrado en la campaña de Fujimori, de Montesinos, mucha gente estuvo embarrada con Radio América, antro de corrupción fenomenal, hay gente que maneja bandas montesinescas, te venden el CD con dos atados de cigarrillos. Eso es lo popular. No hay una movida de rock grande: siguen escuchando bandas argentinas de los ‘80”. 

Pero al margen de lo musical, Perú le recuerda un poco a la Argentina: “A las elecciones se presentó Alan García, que llegó a la segunda vuelta. Tienen una primera dama belga que estaba en enredos de una empresa de energía de la ciudad de Arequipa, y el hermano de la esposa es el embajador peruano en Luxemburgo y no habla español. Seguro que en tres años Alan García gana otra vez, a pesar de que hizo un gobierno caótico, despilfarró dinero, reventó a los ahorristas y desintegró a la industria peruana”.

Pil estuvo en Argentina el 20 de diciembre de 2001, tocando con Los Violadores. “Me fui el 24 de diciembre de 2001 a Perú. Me quedé seis meses. Desde allá vi toda la televisión argentina que no había visto nunca, desde Telefé a Rumores. No te daban ganas de volver. Pero escribí un tema, que va a estar en mi disco solista. Sé que está muy fresco, pero de ahí se toma lo caliente. No quiero meditar las cosas. Me acuerdo que tocamos con Los Violadores ‘Represión’ y sentimos de vuelta lo que sentíamos cuando empezamos. Desde afuera, Argentina parecía un país imposible. Cuando llegué en junio vi cartoneros por primera vez. No entendía lo que era al principio, pensé que buscaban comida, porque no hablaban de los cartoneros en televisión en Perú. Me pareció algo del Medioevo.”

Ahora, sin embargo, le parece que hay posibilidades. El hijo de Pil Trafa nacerá en septiembre en la Argentina, porque los padres ya decidieron que éste será su lugar de residencia, entre otras cosas porque Perú no tiene ni educación ni salud pública. Para la misma fecha, Pil tiene planeado lanzar su primer disco solista, que empieza a grabar en un par de semanas. Los libros de psicología infantil todavía no le despejaron el panorama, pero algo tiene claro. “El nene va a escuchar Ramones desde que nazca. No quiero que escuche a Piñón Fijo. Yo no quiero escuchar a Piñón Fijo. Hay que resistir.”


*Esta nota fue publicada por primera vez en Radar, el suplemento de Página/12, el 4 de mayo de 2003.