El concepto de "tecnofeudalismo" anda dando vuelta desde hace unos años y fue abordado por diversos autores con perspectivas diferentes. El griego Yanis Varoufakis lo instaló con precisión didáctica como fenómeno de economía política; el bielorruso Evgeny Morozov apuntó más bien a una crítica radical de las nuevas tecnologías; la estadounidense Shoshana Zuboff analizó la emergencia de un capitalismo totalitario que somete las libertades individuales. Lo que propone de manera brillante el economista e investigador francés Cédric Durand en su libro Tecnofeudalismo (cuya segunda edición, con nuevo prólogo del autor, acaba de publicar el sello La Cebra) es una deconstrucción de la deriva regresiva que se autoimpuso el capitalismo para poder sobrevivir.
Puede decirse que la expresión "tecnofeudalismo" supone, a priori, un oximoron, en tanto manifiesta pulsiones que llevarían, al mismo tiempo, al futuro y al pasado. Pero Durand desmonta los mitos asociados al supuesto "gran salto adelante" del capitalismo tardío, que con sus nuevas formas de dominación digital activa un metabolismo social de orden medieval. El cyberespacio en manos de las big tech sería, según su argumentación, análogo a la tierra conquistada y dominada por los señores feudales. La nube habría instalado, entonces, una nueva "gleba" de siervos en estado indefinido entre la libertad y la esclavitud.
El autor, profesor de economía política en la Universidad de Ginebra y miembro del Centro de Economía París Nord, traza una genealogía de lo que se ha dado en llamar el "Consenso de Silicon Valley", que con su capacidad de destrucción creativa (concepto schumpeteriano) reemplazó al neoliberal "Consenso de Washington".
Describe primero su proceso histórico para fundamentar luego las trampas que se desprenden de sus postulados básicos. En su disección de la "ideología californiana" Durand aborda desde la hibridación entre los restos de la contracultura hippie de los años 60 y la vocación emprendedurista de los jóvenes empresarios de los 90, hasta la confluencia de la revista Wired y de la Progress & Freedom Foundation (1993-2010, financiada por las grandes empresas de la informática, en 1994 organizó en Atlanta una conferencia titulada "Cyberspace and the American Dream") con los ideales/intereses de libre comercio de la nueva derecha republicana y más allá.
El monstruo fue criado y engordado, no obstante, por el gobierno demócrata de Bill Clinton, que sentó las bases del poderío actual de las big tech. Una política de fuerte intervencionismo estatal, con descuentos fiscales, subvenciones para programas tecnológicos específicos, inversiones públicas en infraestructura y un endurecimiento de la política comercial exterior de los Estados Unidos allanó el camino a la aventura de los startupers. Como era de esperar, cuando las jóvenes empresas prosperaron, los emprendedores comenzaron a hacer lobby para que el Estado dejara de trabar, con sus regulaciones, el dinamismo innato del capital.
El minucioso ensayo de Durand da cuenta del modo en que los nuevos empresarios de la nube, mientras colonizaban subjetividades con la información de los propios consumidores, se fueron apoderando de diferentes resortes de poder. La puesta en escena de la última asunción de Donald Trump, que opacó a expresidentes y a pesos pesado del complejo militar-industrial y puso en primer plano a Elon Musk, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos y Sundar Pichai (Google), fue la imagen brutal de un cambio de época. Más allá de la novela posterior -por ahora inconclusa- protagonizada por Trump y Musk, ese empoderamiento protocolar tuvo muy pronto un correlato aún más impactante en el vínculo entre gestión pública y actividad privada: las empresas de la Big Tech lograron deshacerse de toda supervisión estatal; al mismo tiempo, a través del DOGE (Department of Government Efficiency), con acceso ilimitado a los datos no clasificados de todas las agencias gubernamentales, los magnates "nubelistas" ejercen con su potencia algorítmica el control político de los funcionarios federales. Esto es: vigilan y dejan de ser vigilados.
El libro recorre varios tópicos que desnudan la fantasía errónea de un capitalismo moderno, competitivo y horizontal. La privatización de lo político, aludida en el párrafo anterior, vino acompañada por una reivindicación visceral de la desigualdad y una fuerte pulsión antidemocrática; la primitiva pasión liberal por la competencia se tradujo, en manos de los gigantes tecnológicos, en feroces anclas monopólicas con un control estricto de la propiedad intelectual. Durand cita al magnate del Silicon Valley Peter Thiel, para quien el objetivo del emprendedor individual en la batalla por el éxito consiste precisamente en "escapar a la competencia".
El síntoma regresivo más significativo se manifiesta, según el autor, en la reconfiguración de las relaciones sociales atada a la nueva "gubernamentalidad algorítmica". Es un mundo en el que inclusive los mecanismos de búsqueda de ganancia han cambiado. "Mientras que el capital tradicional invertía para bajar los costos o atender nuevas necesidades solventes, el capital tecnofeudal invierte para tomar el control de campos de actividad social con el fin de crear relaciones de dependencia que pueda luego monetizar", escribe. El modelo teórico que impera, concluye Durand, es el de la "depredación": la nube incorpora datos de sus futuras presas -todos nosotros- y aprende a guiar conductas masivas de consumo, terminando por encarnar un nuevo tipo de totalitarismo.
El libro es, finalmente, mucho más lúcido en la descripción de la nueva matriz filosófica-económica que en el alumbramiento de un camino teórico-práctico para desarticularla. Durand propone comportamientos digitales "no alineados" y la creación de un frente anti-tecnofeudal que debería incluir, más allá de las fuerzas de izquierda, a los otros sectores del capital que también han sido llevados a una situación de dependencia.
Hay un matiz atendible en su mirada desoladora pero -aún así- no tan pesimista sobre el futuro de la humanidad. Escribe sobre la actual hegemonía tecnofeudal y sus potenciales puntos débiles: "La estrechez extrema de la base social sobre la que descansa, su aspiración a hacer desaparecer las mediaciones políticas o bien las valorizaciones financieras ficticias a las cuales da lugar, hacen de él un andamiaje vulnerable. La brutalidad con la que el proyecto avanza garantiza que el odio que suscita irá en aumento".
La actual volatilidad geopolítica augura por ahora más cimbronazos en los juegos de poder internacionales que en la matriz económica subyacente. Pero, cada vez con menos pudores, la historia se construye y se destruye todos los días.