“No exagero al decir que fui feminista desde el kindergarten”. Así comienza Mujeres del Alma Mía, sobre el amor impaciente, la vida larga y las brujas buenas, la obra más reciente de Isabel Allende (2020). Enseguida explica que su “rebeldía contra la autoridad masculina” se originó en la situación de Panchita, su madre, a quien su marido abandonó con tres niños a cuestas. Aquellos sentimientos eran tan fuertes que la marcaron para siempre, dice, “con una obsesión por la justicia y un rechazo visceral al machismo”. El feminismo, para la escritora, “no es lo que tenemos entre las piernas, sino entre las dos orejas. Es una postura filosófica (...) y una manera de entender las relaciones humanas y de ver el mundo”.

Isabel Allende nació en 1942, en Perú, pasó la primera infancia en Chile y vivió en varios lugares en su juventud. Después del golpe militar de 1973 en Chile se exilió en Venezuela y a partir de 1987 vive en California, Estados Unidos. Es una de las autoras más leídas del mundo, con más de 75 millones de libros vendidos. En 1982 ganó reconocimiento mundial con la publicación de su primera novela, La Casa de los Espíritus. Desde entonces, ha escrito más de 25 obras, entre ellas, Hija de la Fortuna, Paula, El Amante Japonés, El Plan Infinito y De amor y de sombra. Sus libros han sido traducidos a más de 42 idiomas.

Ha recibido más de sesenta premios internacionales, como el Premio Nacional de Literatura de Chile, en 2010, y el Premio Hans Christian Andersen en Dinamarca, en 2012. En 2018 se convirtió en la primera escritora en lengua española premiada con la medalla de honor del National Book Award, en Estados Unidos, por su aporte al mundo de las letras.

En 1992, luego de la muerte de su hija (a causa de una enfermedad), Allende creó una fundación con el objetivo de ofrecer a mujeres y niñas acceso a derechos reproductivos, oportunidades para el empoderamiento económico y protección contra la violencia.

Mujeres del Alma Mía es cálida y sencilla, con toques de ternura e intimidad como si Isabel Allende estuviera compartiendo una charla con los suyos en una mesa de café. Y esa fue la intención, justamente, que la obra fuera “una conversación, alejado lo más posible de un manual, como si se la contara a mi madre”, confiesa. Allí, se sumerge en su memoria y recuerda a una serie de mujeres imprescindibles en su vida: Paula, su hija; Panchita, su agente Carmen Balcells, escritoras relevantes como Virginia Woolf o Margaret Atwood, y mujeres anónimas que la han acompañado a lo largo de su vida.

Confinada en su casa con Roger, su tercer marido, con quien se casó a los 77, y sus dos perros, Isabel Allende habla con espontaneidad, con sonrisas y pausas, como si estuviera, de nuevo, en esa mesa de café.

--Mujeres del alma mía está inspirado en algunas mujeres que han sido fundamentales en su vida. ¿Qué ha hecho que estas mujeres fueran “extraordinarias” para usted?

--Las considero extraordinarias por quienes son o quienes fueron, pero también y sobre todo, por la relación que hemos tenido. Les debo todo lo que yo soy a algunas mujeres excepcionales, o no excepcionales, que estuvieron conmigo. Siempre digo que no habría podido hacer nada en la vida si no fuera por mi madre, por Paula, por mi abuela, que se murió cuando yo era muy joven pero dejó un tremendo legado, por mi nuera, por las mujeres que me ayudaron a ser periodista cuando yo no sabía ni siquiera escribir dos frases, como mi agente, Carmen Balcells, y por muchas otras mujeres que conozco a través de mi fundación. Yo diría que hay muy pocos hombres que cumplieron ese papel en mi vida. Mi abuelo cuando yo era chica, mi padrastro, que sin ninguna duda fue el reemplazante de mi padre, lo hizo mucho mejor que cualquier padre, y mi hijo Nicolás. Y no menciono a los maridos, a los amantes ni a los amigos porque ninguno, ni los colegas tampoco, me ayudaron como las mujeres. Por eso siento una gran solidaridad femenina. Me da rabia cuando me hablan de la rivalidad entre mujeres, porque eso es lo que el patriarcado ha hecho más visible, pero esa no es la verdad. Las mujeres son muy solidarias entre ellas.

--En el libro dice que es feminista desde el jardín de infantes. ¿Qué hizo que tuviera tanta conciencia de la desigualdad y la injusticia desde una edad tan temprana?

--Por supuesto que la palabra feminismo no existía todavía en mi familia. Si existía en Chile, no la había oído nunca. Era una niña chica en un ambiente muy cerrado, pero tenía una conciencia muy clara de que la situación de mi madre estaba en desventaja con respecto a los hombres de la familia. Vivíamos en un hogar de hombres; mi madre quedó abandonada por mi padre y se fue con sus tres niños a vivir a la casa de mis abuelos. Se murió mi abuela y quedó mi abuelo, el gran patriarca, y sus hijos varones, solteros, que vivían en la casa también. Era un ambiente en el cual mi mamá era una obra de caridad; no tenía ni un peso propio, vivía de la caridad de su padre y su hermano mayor, hasta que se juntó con quien llamé el tío Ramón, que fue mi padrastro. Veía a mi madre en una tremenda desventaja. Se suponía que iba a depender de un padre y después de un marido, como se usaba en aquella época. Mi mamá nació en 1920; de pronto se encontró sola con estos niños... Ella era achacosa, no era enferma de nada, pero tenía achaques. Creo que la única forma en que conseguía atención era enfermándose, entonces pasaba siempre enferma, con unas jaquecas que se moría. Si a mi mamá le daba frío, terminaba en pulmonía; si a mi mamá le daba dolor de estómago era tifus, y así todo... Mi sensación de inseguridad era tremenda, porque tenía la idea de que si algo le pasaba quedábamos huérfanos mis dos hermanos y yo. Y tenía una nana que era un monstruo, que nos decía que íbamos acabar en un orfelinato o que nos iba a venir a buscar mi padre, que era otro monstruo. Una infancia de terrores, en cierta forma.

--En medio de ese contexto, ¿qué hizo que pudiera imaginar una sociedad más justa?

--Crecí con una conciencia muy clara de la injusticia, no solo la injusticia que veía en mi mamá, en comparación con sus hermanos, sino sobre todo con las empleadas que trabajaban en la casa, que eran de escasa o nula educación, pobres de solemnidad... Dormían en una especie de celdas sin ventana, con un baño que era un excusado y un lavatorio. Mientras que la parte del frente de la casa era lo que se le presentaba a las visitas, y ahí estaba la biblioteca, el salón, etc. Para atrás iba la casa descendiendo de nivel, donde estaban los niños, las empleadas, los animales domésticos. No fui la única en notar esa diferencia tremenda; mis hermanos también. Cómo sería lo que veíamos... Creo que mi rebeldía la asustaba a mi madre. Ella hubiera querido protegerme de todo eso y que yo calzara en la sociedad, que tuviera una vida mucho más segura de la que había tenido ella.

--Hace un instante dijo que pocos hombres cumplieron un rol primordial en su vida. ¿Qué papel les adjudica en las luchas y movimientos feministas actuales?

--Las muchachas de hoy, del Me too y de todos esos movimientos, no están solas en las calles. Esas mujeres, casi todas muy jóvenes, están con sus compañeros, que son hijos o nietos de mujeres como yo. Entonces ya es más fácil transformarlos, porque aunque son parte del patriarcado, han recibido un mensaje y, además, porque tienen por compañeras a mujeres que nos les van a aguantar lo que mi madre aguantó. Depende mucho de la educación, de la generación que te toca, y supongo que depende muchísimo también de las leyes y los medios, porque también establecen las normas de la convivencia. ¿Cómo le vamos a pedir a una mujer que está enterrada en una burka, en medio del talibán, que eduque a sus hijos de otra manera? ¿De dónde va a sacar la información y el valor? Y además no lo va a lograr, aunque tratara. La educación es fundamental, pero también los medios, el discurso nacional y global. Existe una guerra contra las mujeres y eso hay que decirlo, tiene que ser parte de la narrativa. Tiene que ser parte de lo que las mujeres decimos y repetimos: que dada cualquier circunstancia desfavorable las mujeres perdemos y vivimos permanentemente agredidas por el sistema patriarcal que durante milenios nos ha sometido. Se ha logrado muchísimo, pero falta mucho por hacer también.

--En un apartado de Mujeres... dice que “el lenguaje determina la realidad y la forma en que pensamos”. ¿Qué piensa del lenguaje inclusivo y qué lugar le da en su trabajo?

--Depende mucho de dónde te toque. El próximo año voy a cumplir 80... Entonces no es fácil para mí, pero entiendo la idea, la respeto muchísimo y trato de adoptarla. El feminismo planteó la cuestión del lenguaje en sus comienzos. El lenguaje es importante, porque es la clave de quién tiene el poder. Tal como la historia la escriben los vencedores, que son siempre hombres y generalmente blancos, tenemos una historia que ha omitido, silenciado y transformado una parte fundamental de la vivencia humana. Las mujeres tenemos que rescatar eso y en eso estamos. ¿Cuál es mi objetivo cuando escribo una novela histórica, que he escrito muchas? Mi objetivo es contarla desde la voz de la mujer, del que perdió, del pobre, del marginado, del niño; desde todas esas voces que no están en la historia. Y eso es lo que más me interesa, rescatar todo eso, porque tiene que ser parte de quienes somos como humanidad y entenderlo.

--¿Cuánto le debe su producción literaria a la memoria?

--La memoria es importante; la memoria personal como la memoria colectiva. Es muy fácil echarle tierra a lo que ha pasado en las dictaduras de América Latina, por ejemplo; echarle tierra para seguir mirando hacia adelante como dicen. Pero es que si no recuerdas el pasado vuelves a cometer el mismo error. Y hay una cierta impunidad para el crimen, y eso tiene que evitarse. Me interesa eso, en materia histórica también. Me interesa lo que pasó mucho antes de que yo naciera, porque eso determinó mucho de lo que pasó después. Hay momentos históricos fascinantes que me gusta rescatar, como la Revolución Francesa, la revolución de los esclavos en Haití o el feminismo, porque son momentos en que la humanidad adquiere una nueva conciencia. Y en lo personal, me doy cuenta de que mis raíces más profundas de la memoria están en el sótano de la casa de mi abuelo, donde yo jugaba de chica.

--¿Cómo era ese lugar?

--Un lugar al que no entraba nadie. Humedad, ratones, cables de electricidad colgando... No sé cómo no me electrocuté en ese sótano. Pero ahí, en ese lugar, que era como un útero, volaba la imaginación, leía con una vela, era mi mundo; un mundo al cual vuelvo muchas veces en sueños. También cuando escribo, cuando pienso, lo primero que me viene son las raíces de la infancia, y eso me ha sostenido a lo largo de la vida, porque he sido siempre extranjera, una persona desplazada que ha vivido siempre moviéndose de un lado a otro. He sido hija de diplomáticos, exiliada, inmigrante, siempre extranjera. Cuando vuelvo a Chile también soy extranjera allí, porque he pasado demasiado tiempo afuera. ¿Entonces dónde tengo yo la plataforma de despegue, digamos? En mi infancia, en esa primera infancia. Por lo tanto la memoria es importante. Y luego yo hago un esfuerzo de imaginación y de amor para mantener viva la memoria de las personas que ya no están aquí conmigo: Paula primero, mi mamá, el tío Ramón, mis abuelos, amigos, tanta gente que se ha ido. Mi ejercicio de memoria los mantiene conmigo, y por supuesto las fotos de ellos que están por todos lados.

--Cuenta en la obra que durante la enfermedad de su hija Paula existió en usted una suerte de revisionismo, de hacerse preguntas. ¿Encontró respuestas a esas preguntas?

--Creo que fue la experiencia más que las preguntas. Cuando Paula murió fue tan claro para mí que se iba a otro lado... Poco después en esa misma habitación nació mi nieta; me tocó recibirla de la madre y cortar el cordón umbilical. Fue muy extraña la sensación cuando Nicole nació; tan parecido al momento en que murió Paula. Fue como que Nicole venía de otra parte, y mi primera pregunta fue “cuéntame cómo era, antes de que se te olvide”. Y cuando Paula murió fue también esa sensación: “dime adónde vas, a ver si puedo ir contigo”. Como que hay una continuidad... Sentí claramente que Paula no terminaba, y sentí claramente que Nicole venía de otra parte. Entonces tengo la experiencia de lo que es el espíritu y de haber vivido yo personalmente ese momento de trascendencia, que es imposible de explicar.

El golpe militar en Chile

--Dice que la primera parte de su vida terminó el 11 de septiembre de 1973, aquel nefasto día del golpe militar en Chile. Luego vino el exilio en Venezuela y a partir de ahí una amplia producción literaria.

--Yo era periodista en Chile; por supuesto se acabó el periodismo cuando vino el golpe militar. Cuando salí ya no pude ejercer de periodista y muchos años después, en el ‘81, escribí La casa de los espíritus. El libro fue como un ejercicio de nostalgia, un recordar lo que había perdido: mi país, mi familia, mi abuelo... Todas las anécdotas que me contó mi abuelo están en La casa de los espíritus; todas. De ahí para adelante La casa de los espíritus le pavimentó el camino a los libros que vinieron después. La casa de los espíritus me cambió la vida, como todo lo que he escrito por casi cuarenta años. Y el rol que ha tenido eso en mi vida es fundamental porque me dio una voz, me dio un propósito, me dio el mundo.

--¿Cómo ve el Chile actual, en el marco de la Convención Constituyente?

--Chile está viviendo un momento de crisis largo, que empezó en octubre de 2019. Pero la crisis es peligro más oportunidad, y esta es una oportunidad tremenda para el país. Cuando terminó la dictadura, Pinochet quedó convertido en senador vitalicio, y muchos otros que merecían estar en prisión terminaron de senadores vitalicios también. Entonces vino lo que se llamó la transición, que de transición tuvo poco porque se mantuvo intacto todo el sistema y un respeto reverencial por los militares. Esa transición demoró muchísimo y se hicieron concesiones de muchas clases. Y llegó un momento en que la cosa ya no dio para más y vino esta explosión popular que supuestamente va a significar una nueva Constitución. Chile tiene una oportunidad de imaginar un futuro, de pensar qué país queremos. Lo que pasó en Chile, esa furia contra el neoliberalismo, la injusticia y la desigualdad, está sucediendo en muchas partes. Hay que aprovechar esta crisis global para imaginar el mundo que queremos.

--En Mujeres... dice que se siente más libre que nunca. ¿Por qué? ¿Esa conciencia tan temprana no la ayudó a vivir con una mayor libertad?

.-La libertad viene con la edad, viene cuando no te importa nada lo que otra gente piense de ti, cuando aprendes a decir que no. Y mientras antes en la vida logres eso, mejor; ahí empieza la libertad. Tiene mucho que ver también con tener tus propios recursos, saber quién eres, saber quiénes son tus amigos, quiénes no, seleccionar qué quieres hacer con tu vida. Y es una tarea difícil, sí, porque nos imponen ciertos modelos, ciertas imágenes y ser de cierta manera. Pero resulta que cuando podemos ser nosotros mismos nos va mejor y caemos mejor que cuando estamos tratando de complacer a todo el mundo.