Anoche, mientras la idea de barrio seguía estirándose a partir del asunto este de los carpinchos en Nordelta, a 35 kilómetros de ahí se amasaba una barriada de la vieja normalidad, una recepción legendaria con el perfume de esos carnavales que se arman en el verano en los suburbios. En el distrito bonaerense de General Rodríguez, en una calle de un vecindario alejado de la entrada al partido, el barrio se reunía para recuperar a su hijo pródigo, al turro que sale en la tele y que menciona la vicepresidenta en sus discursos.

Anoche L-Gante volvió al barrio, de todas las formas en las que podía volver. Y el barrio festejó. "El por qué te lo dejo a tu criterio... pero que festeja, festeja", dice Elián Ángel Valenzuela, el pibe de 21 años en cuestión, en un momento del vivo que subió a las redes sociales de su proyecto musical de cumbia cannábica y riquitilla. El video dura casi 40 minutos y es una road movie cámara en mano. Por el techo corredizo de un auto negro solemne, L-Gante se asoma para saludar a la gente, le alcanzan porrito, birrita, un chabón le manguea un pase vip, una piba le muestra el tatuaje que se hizo en la panza: cumbia 420, el nuevo 100% negro cumbiero.

La escena es épica, y tiene un arco fenomenal que empieza con el cantante saliendo detrás de las rejas, de su cuarentena obligada tras volver de su gira internacional, y termina con él llegando a la manzana de su casa, esperando un camión escenario y dando un show para la gente que se arrimó, que es un montón y lo hace llorar. En el camino, el convoy cruza arcadas de cabeceras de distrito, primero guiado por autos municipales y después escoltado por un centenar de motos que copan la colectora de autopista haciendo explotar sus caños de escape como tiros en la noche.

Es la quilombera y espectacular confirmación de que todo lo que le fue pasando a L-Gante en el último tiempo había ido ganando un sustento cada vez más real con el que también se va a topar el 25 de septiembre, cuando toque en el Movistar Arena, pero que después de casi un semestre en la nube (literalmente en internet) pudo catar anoche en una congregación que combinó el jolgorio de las caravanas de clubes campeones con la imponencia de los cortejos fúnebres narcos.

El elástico L-Gante

Hace cinco meses, L-Gante arrancó (¿al toque Roque?) y encaró una escalada frenética. Pasó por donde tenía que pasar por internet, y la rompió toda. Hizo Music Session con Bizarrap: la #38, que es la segunda más vista detrás de la de Nathy Peluso y delante de la de Trueno. Pasó por Caja Negra y dio la entrevista más reproducida y hecha meme del ciclo de Julio Leiva. Y cayó de sorpresa al stream de Ibai para probar comida.

En el medio, Cristina Fernández lo mencionó en el acto de relanzamiento del Conectar Igualdad, reventó una gira por México y España, y soltó boludeando un video que en unos años veremos cómo le enseñó a memorizar el abecedario a toda una camada de pibitas y pibitos. Todo alrededor de eso, este turro de 21 años fue comidilla para el segmento clase media cuarentona porteña de Twitter, y carne de escritura para cantidad de columnas de opinión, artículos espantados y debates sobre la nada.

Todo el tiempo, mientras todo eso pasaba y explotaba alrededor, L-Gante pareció blindado. O tal vez demasiado fumado, pero de cualquier modo mucho más estable y responsable de lo que tarde o temprano se iba a demandar del pibe. Respondió lo que tuvo que responder y aprendió a hacerlo en los temas (como en los chirlos que le pegó a Zaramay en su segundo Malianteo 420) y no en las stories. Videoclip tras videoclip, sumó 2,2 millones de suscriptores en YouTube y 5,7 millones de oyentes en Spotify. "Abran paso, perris", dijo ayer con el viento en la cara y los ojos empañados.

Toda la simbología turra y chorra se cruzan en la cumbia 420 de L-Gante, pero claro que también la jerga del porro y la estética pos-flogger, el forreo de la urbana, el joseo laburante del trap, la pose mafiosa relajada del malianteo caribeño y los modos del habla de los bajofondos bonaerenses. Pero todo esto no son más que keywords y cucardas que en el barrio no importan un pingo.

Vuelvo al barrio

Las últimas tres temporadas de la música realmente juvenil, hecha por pibes de 20 años, estuvieron marcadas por tres casos masculinos concatenados. Wos, Trueno y L-Gante, tan distintos entre sí, formaron un pasamanos que llevó de vuelta la atención desde el freestyle (visiblemente mermado en pandemia, y con serios problemas para generar cosas en sus formatos online) y el hip hop hacia el sonido bailable tropical. A los fines contextuales, vale decir que en la superestructura de esa escena atiende Bizarrap y que Cazzu anida en la jefatura.

Pero aquellos tres fueron redefiniendo la noción de barrio en las músicas mainstream  mediadas por YouTube (el rap, el trap, la cumbia 420), primero con el gentrificado centro de la ciudad de Buenos Aires (Wos), luego hacia el postergado sur porteño (Trueno) y ahora de lleno en el suburbio bonaerense (L-Gante). Después de pasear decorados para clips y estudios de streamers pro, este pibe se emociona con el ladrillo a la vista, los perros comiendo de la basura o una tuca de prensado en una mano amiga.

A medida que su vivo de anoche avanzaba, el ambiente cambiaba. El alumbrado público tomaba un tono más amarillento y antiguo que las frías luminarias led del ingreso al centro. La autopista y el asfalto nuevo daban paso a bocacalles de tierra. A las motos que se iban sumando a la caravana ya no les funcionaban todas las luces ni tenían todas las patentes. Casi al final del recorrido, alguien le llamó la atención sobre lo largo del trayecto. L-Gante, en lo más Elián Ángel que habrá respondido en los últimos meses, afirmó: "Vivo re lejos, ¿viste?".

Anoche L-Gante volvió al barrio pero también volvió a la tierra. El maliante vino a cobrarse, pero no la venganza de una balacera, sino la materialidad indudable del interés que despertó. No el del prime-time, las redes, el #1 de YouTube, los memes, los discursos presidenciales, las giras internacionales de un mundo que todavía no sabe qué hacer con las giras internacionales y los tuits cringeros de señores blancos de clase media. Un interés y un cariño genuino, devocional, groncho, cumbiero y porrero.