PáginaI12 En Francia

Desde París

Un “no sabemos qué pasará, pero sabemos que los derrotamos” (a los fascistas) flotaba anoche sobre los cielos primaverales de París. Ganó la Francia del “ni ni” (ni izquierda ni derecha) contra la Francia del “no no” (no al mundo y no a los otros). Con 65,8% de los votos, el centrista liberal Emmanuel Macron se impuso en la elección presidencial ante la ultra derecha de Marine Le Pen, 34,2%, al mismo tiempo que se marcó un record de abstenciones que supera el 25% del electorado, la mayor cifra de abstencionistas que se registra desde 1969. A ello se le agrega otra cifra jamás alcanzada hasta hoy y que envuelve el signo de una revuelta profunda: hay cuatro millones de votos blancos o nulos, es decir, cerca de un 12% de personas que rehusaron inclinarse por el liberalismo europeísta o el fascismo siglo XXI. Emmanuel Macron contó con el respaldo desgarrado de millones de personas a quienes no les quedó otra opción que votar por él como antídoto a la progresión del fascismo que se ha arraigado en Francia a partir de mediados de los años 80. La hija de Jean-Marie Le Pen, el arquitecto de la ultraderecha francesa, no llegó al 40% de los votos pero sí alzó al Frente Nacional a los porcentajes más altos que este partido haya obtenido hasta hoy luego de que su padre perdiera en 2002 la elección presidencial ante el entonces presidente saliente Jacques Chirac por 82%. Poco más de 11 millones de personas eligieron a Marine Le Pen. La movilización del frente republicano le permitió a Macron conquistar la presidencia al cabo de una campaña electoral que destrozó todos los esquemas, dejó afuera a los partidos de la alternancia gubernamental, socialistas y conservadores, y enterró las carreras políticas de los dirigentes que aspiraban a llegar a donde ahora está Macron. Millones y millones de personas tuvieron que renunciar a sus ideas y, como lo dice Amelie, una joven parisina, “poner de lado mi integridad y mis convicciones y, por el honor de la democracia y la República, voté a favor de Emmanuel Macron para que Marine Le Pen vuele lo más bajo posible”. 

Los lepenistas perdedores se consolaban diciendo que este resultado demostrada que habían “ganado la batalla de las ideas”. Muy lejos del 40% que esperaba sumar, Marine Le Pen conoció una derrota relativa: salió segunda en la primea vuelta, detrás de Macron, y, ahora, no alcanzó el objetivo de la cita final. Ello no le quita su éxito y las posibilidades que se le abren al Frente Nacional en las próximas citas electorales. El populismo se tragó sus ambiciones pero no sus proyectos. 

El electorado francés siguió la consigna con la que el diario Libération ilustró la tapa de su edición dominical. “Hagan lo que quieran, pero voten Macron”. Francia se había ido convirtiendo en el tercer vértice del triángulo donde, después del Brexit en Gran Bretaña y Donald Trump en los Estados Unidos, el populismo obscurantista de la extrema derecha pretendía llegar al poder. Francia le cortó la ruta. La victoria de quien fuera ministro de Economía del presidente François Hollande hasta marzo de 2016 se construyó sobre un campo de ruinas: el Partido Socialista pasó de ser un partido de gobierno a un papel de corista de tercer rango mientras que la derecha terminó como una copa de cristal rota en diez pedazos. En su primera intervención pública, el presidente electo prometió “defender a Francia, sus intereses vitales, su imagen”, y, también, “defender a Europa porque lo que está en juego es nuestra civilización, nuestra manera de ser libres”. Macron asumió como prioridad “la renovación de nuestra vida pública” y su “responsabilidad”, la cual, dijo, consiste en “aliviar los miedos y recuperar el espíritu de conquista” así como “estar en primera línea en la lucha contra el terrorismo”. Antes, su rival, Marine Le Pen, había pronunciado una breve declaración en la cual fijó, a pesar del modesto resultado ante sus ambiciones, los términos de las batallas políticas futuras. Marine Le Pen afirmó que los franceses “votaron por la continuidad” y que, al mismo tiempo, “designaron a la alianza patriota republicana como primera fuerza de oposición a Emmanuel Macron”. La candidata derrotada hizo un rápido y certero análisis de la situación política del país. Marine Le Pen constató que la segunda vuelta de las presidenciales “reorganizó el sistema político creando una nueva división entre patriotas y globalizadores”. Con ese argumento como manual de instrucciones, la líder frentista se ubica en la carrera hacia las elecciones legislativas del mes de junio, donde se situó como el eje de la nueva “alianza de patriotas” y de la línea directora de una “profunda transformación del Frente Nacional”. 

Más que cualquier otra identidad política, son la extrema derecha y el Movimiento de Francia insumisa de Jean-Luc Mélenchon quienes serán los actores decisivos de las próximas semanas. Después de Le Pen, Mélenchon también se postuló como el bastión de la resistencia al liberalismo triunfante. En su discurso, compacto y agresivo, el líder de la izquierda radical francesa dijo: “el programa del nuevo monarca presidencial ya es conocido. Es la guerra contra las conquistas sociales del país y la irresponsabilidad ecológica. No estamos condenados a ello. Las elecciones legislativas deberán demostrar que, luego de un voto de rechazo y de miedo, ha llegado el momento de elegir positivamente un porvenir en común. Llamo a los 7 millones de personas que se agruparon en torno a mi programa a movilizarse y permanecer unidas, hayan o no votado por Macron. Si se reconocen en el humanismo ecológico y social de nuestro tiempo, fedérense”. 

Francia se reconocía anoche en la derrota del fascismo, no mucho más. “Macron no me conviene, pero es mil veces mejor que Le Pen. No podemos compararlos. Esto demuestra que Francia es un país de valores”, decía Antoine, un joven de los suburbios que se acercó al Louvre donde Macron y sus simpatizantes celebraban la victoria sobre el fondo de la música del grupo Magic Systèm encargado de animar la noche electoral. Toda una auténtica paradoja para un candidato que construyó su estatura presidencial en torno a la retórica contra el sistema y que anoche bailaba con los suyos al compas de “Mágico Sistema”. Incluso ese detalle aporta un ingrediente narrativo excéntrico. Hasta el final, la extravagancia habrá acompañado toda el proceso electoral que condujo a la victoria de un audaz prácticamente desconocido hasta hace tres años, ex secretario General adjunto de la presidencia, hombre de confianza del presidente François Hollande, luego ministro de Finanzas y, al final, a sus 39 años, bajo una avalancha de acusaciones de “traición”, mascarón de proa de lo que el mismo Macron definió como un nuevo rumbo apto a sobrepasar “el tic tac izquierda derecha”. De consejero de la sombra a hacerle sombra a todos los caciques de la política y convertirse, anoche, en el presidente más joven de la Quinta República y en la trinchera que frenó la expansión del nacionalismo populista en una de las cinco potencias mundiales integrantes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Los unos lamentaban el domingo la victoria de la “oligarquía cosmopolita”, otros respiraban aliviados con el dique que se le levantó a la extrema derecha mientras que, en la radio y la televisión, azorados y admirados, los locutores repetían en todos los todos posibles: “¿usted vio eso ?”, “es increíble”. Los jóvenes, realmente numerosos en las calles de la capital francesa, perciben a Macron como la fuerza de la primavera. Sienten que alguien vela por su democracia sin tener la lengua manchada con confusas retóricas tomadas de la extrema derecha para ganar adeptos, tal y como lo hizo la derecha y el gobernante socialismo cuando incluyó principios de los ultras en algunas leyes contra el terrorismo. La incógnita futura es con todo persistente en un momento de destrucción y reconfiguración política. El lepenismo puede tragarse a parte de la derecha (Los Republicanos) y el macronismo lo que queda del Partido Socialista. Según explicaba anoche Benoît Hamon, el candidato de los socialistas, “la diferencia entre la izquierda y la derecha sigue siendo real, y nos corresponde a nosotros hacer que esa diferencia siga existiendo”. Hamon dejó claro que “un socialista no puede respaldar una política liberal” como la de Macron. Sin embargo, él ganó, la ultraderecha se mantiene firme y, entre ambos, está la Francia de la abstención y del voto blanco que se niega a entrar en uno y otro molde. Emmanuel Macron ganó con 20 millones de votos, pero detrás está el 25% de abstencionistas (12 millones de personas) y el 12% de votos en blanco o inválidos. Esos porcentajes amortiguan el impacto del triunfo y trazan un camino tambaleante para su legitimidad. Hay una inmensa porción de Francia que no se reconoció en ninguna de las dos propuestas. Son los huérfanos de la democracia. Una encuesta realizada por Ipsos-Stéria testifica que el 51% de las personas que votaron en blanco rehusaron elegir entre Macron y Le Pen “rechazan totalmente” las dos propuestas. Macron terminó triunfante y  Le Pen derrotada pero no vencida. Las cuentas lepenistas no salen mal y radiografían a un movimiento en plena dinámica. En 2002, el presidente Jacques Chirac derrotó al padre de Marine Le Pen por 82% de los votos. Entre la primera y la segunda vuelta del 2002, Jean-Marie Le Pen apenas sumó menos del 1% (un total de 5,5 millones de votos). En cambio, su hija, en 2017, entre las dos vueltas, sumó más de 13 puntos (casi once millones de votos). En 15 años,  el lepenismo multiplicó casi por dos su propiedad electoral. 

Francia dejó atrás el bipartidismo y es hoy una República cuadripartita. Macron, Le Pen, François Fillon y Jean-Luc Mélenchon estaban separados por poco más de 4% al cabo de la primera vuelta. Allí se jugará la composición de la próxima mayoría legislativa con, en el centro de la disputa, una fuerte batalla por el voto de oposición mayoritaria entre Le Pen y la izquierda radical de Mélenchon. “La madre de todas las batallas será la de las legislativas”, dijo anoche uno de los líderes más sólidos y jóvenes de la derecha francesa, François Baroin. 

El “no pasarán” de la Guerra Civil española retumbó en el silencio de las urnas. Los fascistas no atravesarán el patio del palacio presidencial del Elíseo. Francia le hizo una zancadilla al breixismo y al trumpismo rampantes. Ambos resbalaron sobre los sólidos muros de la democracia francesa. Nadie hubiese apostado por este resultado hace apenas 6 meses, cuando Donald Trump entró a la Casa Blanca y aparecía como el norte supremo que guiaría a sus imitadores hacia el triunfo global. La aventura expansionista terminó en la patria de la Revolución y la democracia. Lástima que las izquierdas, que fueron las auténticas adversarias de todos los fascismos, no se lleven el mérito de la victoria. Anoche, ante sus simpatizantes, Macron dijo: “haré todo lo posible para que los electores del Frente Nacional no tengan ninguna razón para votar por los extremos”. Tal vez sea la última oportunidad con la que cuenta esta gran democracia occidental para aislar a la ultraderecha antes de que las repetidas configuraciones del liberalismo acaben por extender a sus pies la alfombra roja que este domingo 7 de mayo la convicción de la sociedad francesa puso bajo los pies de Emmanuel Macron. 

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