Seguramente “Libertango” es uno de los temas más admirados –y versionados– de Astor Piazzolla. Tal vez porque propone al mismo tiempo repetición y propulsión, exaltando los rasgos de cierta modernidad años ’70, la dinámica que le permitió variadas vidas e impensables resurrecciones en los ámbitos más disímiles, desde Grace Jones hasta la Orquesta Argentina de Charangos, por ejemplo. Libertango también le da nombre al disco producido en Italia en 1974 en el que, rodeados de músicos italianos, Piazzolla hilvanó sonoridades hasta entonces inéditas, sin renunciar al término tango: a la música ciudadana de Buenos Aires le agregaba instrumentos y gestos del rock progresivo y el jazz fusión. El viernes a las 20, en el Centro Cultural Kirchner, en el tercer encuentro del ciclo Discos esenciales, en el marco de las celebraciones por los 100 años del nacimiento del compositor y bandoneonista, Libertango renacerá en las adaptaciones de Juan “Pollo” Raffo.

“No podría decir que es un arreglo, pero tampoco es un cover”, asegura Raffo al comenzar la charla con Página/12. “Yo también soy de los que piensa que en gran medida la música de Piazzolla es él tocándola, por eso las versiones siempre están condenadas a la comparación con el original. En este sentido, traté de darle una vuelta de tuerca a esa sonoridad original”, agrega. Desde los teclados, Raffo dirigirá un ensamble potente, del que forman parte Fernando Lerman en flautas, Martín Pantyrer en clarinetes, Lautaro Greco en bandoneón, Elizabeth Ridolfi en viola, María Laura Antonelli en piano, Tomás Pagano en bajo eléctrico, y Rodrigo Genni en batería y samples. “Es un grupo de solistas excepcional, con músicos que vienen de distintas tradiciones”, asegura el músico de Flores.

“Para los músicos de mi generación, que estábamos en el palo del rock progresivo y el jazz fusión, el acercamiento de Piazzolla a una música que nos estaba marcando identitariamente fue una gran noticia”, explica Raffo. No es casual que para recrear al Piazzolla de Libertango la elección haya caído sobre Raffo, compositor y arreglador formado, por academia y vivencias, entre las fusiones del jazz y el rock. Graduado en Berklee y Master of Arts por la Universidad de Nueva York, Premio Konex, integrante de bandas como Trigémino, El Güevo y Monos con Navajas, además de impulsor de su proyecto Música de Flores – y colaborador de figuras como Juan Carlos Baglietto, León Gieco, Los Piojos, Soda Stereo-, Raffo es de los que sabe hamacarse sin perder el equilibrio entre los géneros y estilos.

“Cuando salió Libertango yo tenía 15 años y a Piazzolla lo tenía escuchado de la radio. “Balada para un loco” había sido un tema muy popular, pero Libertango me puso en otro lugar. Piazzolla juntó su música con lo que sospecho que él percibía como la corriente de música joven más sofisticada, por fuera del circuito comercial y el resultado, por el encuentro o más bien por la colisión que produjo, fue muy estimulante. Este punto de contacto emocional con ese disco fue lo que me terminó de convencer para comenzar a trabajar en esta adaptación”, asegura Raffo.

–¿Por dónde empezaste a trabajar con esta música?

–La música ya está compuesta, arreglada y planteada por Piazzolla. Hice una reorquestación y busqué qué otra vuelta de tuerca se le puede dar a esta idea planteada en el disco mismo. Sintonicé esa sonoridad con lo que me produjo en el momento en que la escuché por primera vez. Y desde ahí fui buscando las maneras de decir algo actual. Por ejemplo, utilizo más teclados además del órgano Hammond y trato que el mismo órgano tenga un timbre más cerca del rock que de la música más radial de aquel momento. En el disco suena el Hammond más limpio y yo busqué más por el lado de Keith Emerson (Emerson, Lake & Palmer) y Jon Lord (Deep Purple).

–La sección rítmica es un punto interesante de este Piazzolla...

–Claro. Este fue uno de los primeros discos en los que Piazzolla usó bajo eléctrico. Batería ya había en María de Buenos Aires y en el Noneto. Y el bajista acá era Pino Presti, un músico destacado en Italia, arreglador de Mina, entre otros. Y es notable como el bajo tenía una función predominante, siempre sonaba adelante. Da la impresión de que era algo así como el “nuevo instrumento” para Piazzolla. En este sentido acá había una mirada también hacia el Octeto Electrónico, el del Olympia de París, porque creo que ahí había una intensidad de sonido mayor.

–¿Cómo se inserta el bandoneón en este sonido?

–Escuchando el disco entero, una de las cosas que llaman la atención es que el bandoneón tocó todo el tiempo, cosa que no pasaba en otros trabajos de Piazzolla. Él era un gran orquestador, sabía muy bien distribuir las partes, como se puede escuchar en el Quinteto o también en el Octeto electrónico posterior. El bandoneón es el protagonista y el resto es una orquestación que lo envuelve. Inclusive, hubo situaciones en las que sobregrabó varios bandoneones. Mi idea fue abrir un poco la paleta de colores, liberar al bandoneón de algunos de los roles que cumplía en el disco, sin que deje de ser el instrumento central.

Con la modestia propia del que sabe bien lo que está haciendo, Raffo insiste en que “ir más allá” de Piazzolla puede sonar un poco arrogante. “Hice una relectura respetuosa desde el rock progresivo y el jazz rock, esa música que me formó en mi primera adolescencia, ese sonido en que Piazzolla encontró nuevos estímulos”, asegura. “Desde ahí escucho a este Piazzolla, un artista que no tuvo prejuicios a la hora de devorar y apropiarse de materiales de cualquier fuente para acabar reconvirtiéndolos en algo propio, que suena a él. Piazzolla es uno de esos artistas cuyo nombre es un género en sí”.