Se podría considerar que toda sociedad –un conglomerado viviente y actuante– se mantiene no por una “unidad nacional” obligatoria, sino por una serie de nervios colectivos en muda e incesante ebullición. Mejor dicho, un sistema nervioso subyacente que está siempre, como si dijéramos, en carne viva. En silencio, laborioso y activo. En un reclamo casi impalpable de fidelidad o compromiso. Sin el cual no seríamos un conjunto dinámico, que aun en cada presente conflictivo, intuimos a nuestras espaldas esos ocultos cimientos de la dialéctica de un país. No por denominarlos así, dejan de ser etéreos, espesamente delicados. Cimientos que siempre están en discusión en nuestra conciencia y si los tocamos cuidadosamente, es para reforzar cierto ideal ciudadano y social, cierto horizonte democrático a ser profundizado, cierta angustia creativa en torno de un destino común, que rige críticamente las múltiples diferenciaciones y luchas. 

Pero el gobierno de Macri no hace más que tocar brutalmente esos nervios profundos, como los ríos a los que alude una famosa novela latinoamericana. Los toca para estrangularlos, dislocarlos, omitirlos, taponarlos. Todo con una necia avalancha de protocolos (los reglamentos que engullen y calcinan la vida), reglamentos para injertar en la conciencia otros moldes serviles que gozan en esa supuesta libertad de serlo, y por fin, inventando diversas modificaciones en los cuadros de la juridicidad a los que una fuerza social reparadora, en un tiempo anterior, había llegado. Pero aquí con el sentido de afectar esos nervios, tocarlos como ensayo y error para ver cómo estrangularlos o extinguirlos.

Tales nervios, flujos y corrientes en somnolencia activa que recorren por dentro la historia nacional, los podemos definir: son las formas públicas educativas, los titubeos de un humanismo de última instancia que nunca desmaya a pesar de nuestra probable necedad, la Reforma Universitaria, los documentos liminares de los Juicios a las Juntas y el aparato jurídico de allí derivado, la Revolución de Mayo con sus complicados debates, la conciencia obrera en movimiento, el Cordobazo, la memoria de Tosco, Felipe Vallese y Lebensohn, el trabajo colectivo como sujeto de una antropología social emancipada, a pesar de los dilemas del aparato sindical central, o de cómo las vicisitudes económicas lo destratan.

Todo eso y mucho más son las vigas permanente del razonamiento público, del derecho a una sindicalización libre, la revisión incesante del pasado bajo el peso del drama del presente, las esferas de institucionalidad libre no sumisas del Estado y éste como un ente dilemático, en riesgo y riesgoso a la vez, inherente a las inagotables discusiones que animaron la memoria nacional. 

Nada de eso ocurre, lamentablemente, en el habitual estilo de canjes y contraprestaciones de nuestra cotidiana vida política. El macrismo simula adoptar este estilo, lo ha aprendido porque en la vida empresarial es igual, y de hecho tiene éxitos en esa zona donde demasiados políticos, jueces y periodistas argentinos concurren y proliferan a diario. Pero su metodología efectiva es otra cosa. Todo lo que tocan con sus pinzas de cortar cables, arangurenianamente, es para dañar el tejido esencial, la nervadura compleja que origina las interpretaciones sobre la justicia, el trabajo, la vida obrera, el compromiso intelectual, la poética esencial que nos anima. A todo eso lo tijeretean con actos de sorprendente semejanza con esas mismas reglas que dicen combatir, la de la rufianería de los elegantes, el matonaje de la gente con look. 

A aquellos nervios esenciales del sustrato consensual del país, a su verdadera objetividad crítica, a la nervadura más profunda, primero la palpan, luego la sopesan, después la injurian. Y recién entonces, con alegría de renegados (antes pronuncian palabras como ñoquis, grasa, violentos o bárbaros), la someten al protocolo de su revocación. La sondean, la sonsacan, la escrutan, la intiman, la aprietan, y desde sus gabinetes la apuntan con armamentos diversos y alquilados. Gabinetes donde en horas diurnas llaman a sincerarse (a nosotros, para “ser” como ellos) y por las noches envían miles de correos anónimos injuriantes, “puerta a puerta”, como si hubieran aprendido del hechicero chino que vino a enseñarles cómo hacer millones de ventas por internet.  

Este “mundo feliz” cuyo nombre alternativo es el de servidumbre organizada, es lo contrario a lo que constituye la memoria crítica social, del trabajador como persona conmovedora y sujeto de la historia, de la voluntad nacional y popular como desafío creativo de una arquitectura política autoconsciente, en fin, de la ética social de la emancipación. De esta lista de soberanías populares, demasiado magulladas ya, debe salir una gran rebeldía y nuevos agrupamientos frentistas de reparación social. Tan grave es lo que pasa, que todo tiempo vivido de ahora en adelante son manifestaciones de una última instancia.

Quizás podamos partir de un juicio sobre cómo se ha creado este clima de elusión y ruina del legado común, de cortar los lazos generacionales, de masacrar los folios de lo que, tomando una expresión actual, llamaríamos la “Argentina insumisa”. ¿Cómo fue que eso pasó? ¿Cómo fue que muchos que en su momento saludaron o acompañaron aquellos compromisos militantes de los que nos separan ahora más de cuatro décadas, son los primeros que escriben las cuartillas del nuevo negacionismo? Aquellos tiempos crueles siguen teniendo exigencias que siempre reclaman reflexión y prudencia en el habla, pero no una abjuración que ponga otra vez la historia del país en el fatídico punto cero en el que despegaban los aviones con cuerpos exánimes hacia el cercano río inmutable, ese tan célebre, de color león. ¿Quiénes son los que se disponen a renegar de un visión social establecida, que no por ello deja de estar siempre a disposición del que quiera seguir indagando cuestiones, proponer nuevas aperturas a la interpretación, otros puntos sensibles para discutir?

No es simple explicar estos casos de reversión de conciencia, que van más allá de la meditación crítica sobre esos años y que ahora se convierten en impulsores no solo de la loca amnistía, sino de la secreta apología de los tiranos o de los íncubos de la represión. Ya ni son los demonios duplicados, cada uno apoyado en el exceso del otro, tesis equivocada que, escrita por Sábato, era una defensa de la “represión legal” inspirada en la experiencia de Italia. Citaba al general italiano Della Chiessa, como un militar legalista; no concordábamos, entonces y ahora, con estas frases del prologuista; sin embargo, no por verlas sumamente pobres, las sentíamos cercanas a una reposición de los pensamientos más inconvenientes. Respetuosamente, bien o mal, debatimos con ellas. Ahora, en el balance final del Nunca Más, queda arrastrado, ¡incluso su propio prologuista!, a una reinterpretación que también luce, quizás aún tímida, aún escasa y restringida, pero puede convertirse en una forma más de resistencia, en los ya iniciados actos de contraposición a los tristes dictámenes de Rosatti, Rosenkrantz y Highton de Nolasco. 

Los jueces de la obscenidad cívica, de la ignominia jurídica. Estos personajes existen porque fueron habilitados por una situación mayor. Surgieron porque fueron tocados por los manoseadores de los cordajes interiores de la sociedad. Esos votos no serán olvidados, habrá desprecio, no venganza, repulsa, no vindicta.  

Caerá sobre ellos la condena de los ríos profundos, que no será mitigada por el aplauso de los represores y los diplomados en cobardía cívica, que no sin dificultad pueden encontrarse en primer lugar entre los senadores que los han votado. Ya era ese otro nervio vital tocado por el macrismo: el nombramiento por decreto de jueces y la posterior condescendencia de los que deberían haber reaccionado-era su deber hacerlo. 

Definimos macrismo como la acción de tocar fibras internas de las convenciones implícitos del país en tanto ente histórico. Son los que mueven de cuajo las ancestrales ligaduras que encarnan esos largos durmientes que parecen enterrados en su somnolencia. (Nada de esencias fijas, sino conflictos vivientes). Pero esas resistencias siempre inconclusas, sombras de gigantes dormidos que suelen despertarse incrédulos por lo que ven a cada vez. Nos deben encontrar lúcidos frente a aquellos que los palpan siniestramente, restregando lo más trascendente de una historia para estrangularla, desposeerla y confiscarla. 

Macri no dice nada que no tenga una estructura interna de usurpación, violentación y apremio. Su cuerpo, su mirada, su sonrisa hija del forzamiento y el cancherismo sobrador, del rudimento árido de la frase, nada en él deja de destilar esa intuición en torno al memorial argentino que desea confiscar, someter o reprimir. En estas capas dañosas correspondientes a las mecánicas del capitalismo financiero, informático y libidinal, se mueve su entreguismo, su vicariato, su rodilla ofrecida al gran humillador, que enseña a sus discípulos a difundir “globalizadamente” el arte “trumpeano” de humillar. A su vuelta del Salón Oval de los Humillados, Macri habla desde su rodilla sometida, como estímulo para seguir humillando. Y así, le dice a un supuesto “obrero del vidrio” en el acto del Momo: “¿Sabés de qué hablé con Trump…? ¡De vos!”. Que este diálogo “carnavalesco” se haya producido nos dice que esta maquinaria torpe, engañosa, despectiva, demagógica, que quiere doblar el cuerpo viviente de un país como si fuera un maniquí mal construido en una fábrica de caños sin costura de Houston, es una artefacto que no contiene la idea de ciclo histórico, de alternancia, de democracia. Ni de república, ella, la tan proclamada.

Desea destruir con su nombre de fantasía los nombres anteriores, radicalismo, peronismo, alfonsinismo, izquierdas, liberalismo –esa compleja trama, que a veces es portadora del secreto deseo de ser mancillada– y los quiere deglutir en su barbarismo rodeado de muchos personajes elegidos por voto popular, pero para lo contrario que ahora hacen. Al igual que los mencionados jueces de la Corte. Oscuros cómplices de pactos en las tinieblas. Recuperar los nombres en cautiverio es poder darle un efectivo acompañamiento social a los nuevos dominios políticos en que deberá expresarse un Frente, que sin duda deberá ser fruto de una discusión inusual y angustiante de miles de cuadros políticos de las orientaciones más sensibles del país. Pero principalmente su estrella polar consistirá en que tenga en su conciencia la magnitud de estos graves acontecimientos, que quebrantan la existencia misma de una ética. La de los legajos polvorientos y memoriosos, los más dignos, de las luchas en nuestro país.