Esquirlas                                  10 Puntos

Argentina, 2020

Dirección y guion: Natalia Garayalde.

Edición: Julieta Seco y Martín Sappia.

Duración: 70 minutos.

Estreno exclusivo en la sala del Malba (viernes 3) y a partir del jueves 9 en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, Córdoba. 

“Las imágenes sobreviven a los cuerpos”, dice Natalia Garayalde sobre el final de Esquirlas y cierra su opera prima con imágenes-esquirla, fragmentos rescatados de cuerpos ausentes. Cuerpos e imágenes, pero también hechos, un barrio, una nación y, finalmente, gente, protagonizan el documental de esta realizadora nacida en 1982 en Río Tercero. Ganador de varios premios en los festivales de Mar del Plata, Visions du Réel y Jeonju, Esquirlas es un film familiar y un testimonio en primera persona de una de las tragedias políticas más perversas de la Argentina reciente. “En el barrio había una plaza, una escuela, una comisaría, una fábrica”, enumera Garayalde como al descuido sobre las imágenes iniciales, capturadas por la cámara de su padre. “Nuestra casa estaba a 300 metros de la fábrica”. Ella no lo dice todavía, pero esa fábrica no es cualquier fábrica. Es la Fábrica Militar de Río Tercero, que a fines de 1995 estalló en pedazos, dejando muertos y secuelas letales en todo el barrio. Incluida la familia Garayalde.

Construida con asombrosa homogeneidad a partir de metraje casero, Esquirlas va de lo familiar a lo general y de lo público a lo privado. La historia que cuenta son los hechos, pero también el relato de la iniciación de su realizadora. Eso está claramente señalado de entrada, cuando, en una escena que descubre en meras imágenes caseras enteras capas de sentido, Esteban Garayalde, padre de Natalia, enseña a la pequeña algo de cuya pervivencia somos testigos: el uso de una cámara. En Esquirlas Natalia recurre a otra palanca esencial del cine, el montaje, para pasar de las escenas familiares del primer acto a las comunitarias en el segundo y regresar a lo familiar en el tercer y último acto. La estructura obedece a la necesidad, tal vez al deseo. En ese tercer acto el relato va a parar a los Balcanes, las imágenes también. “Debería detallar los nombres de los bosnios, serbios y croatas durante la guerra, pero prefiero volver a mi familia”.

Los hechos son conocidos: el 3 de noviembre de 1995, la Fábrica Militar de Río Tercero empezó a lanzar bombas y proyectiles sobre el barrio aledaño. Desesperación, confusión, desorientación general, un escenario de guerra. Siete muertos. Gobierno de Carlos Menem. La versión oficial habla de “un desafortunado accidente”, y le echa la culpa de todo a un operario, a quien se despide. El perejil está cocinado. El curso de la investigación, más periodística que jurídica, dio por resultado que las armas fabricadas allí se exportaban clandestinamente a Croacia, para ser usadas en la Guerra de los Balcanes. No se trató de ningún lamentable accidente, sino de un atentado planificado para borrar las huellas de la operación. Carlos Menem, cerebro de la operación, fue el único responsable a quien jamás se juzgó.

Las imágenes tomadas desde el auto en el que viaja Esteban Garayalde son de corresponsal de guerra: gente que corre para todos lados, una señora con un bebé en brazos, explosiones, un proyectil sin explotar sobre la vereda, la columna de humo al fondo. El acompañante de Esteban filma el frente, su hija Natalia las secuelas. Ella y su hermano menor ponen en escena una versión de la tragedia en clave de cine infantil: la pequeña Natalia hace chistes, se ríe, imita a una movilera, hace que entrevista a la directora de la escuela. Los proyectiles contenían fósforo blanco y el fósforo blanco puede generar daños irreparables, que afloran tiempo más tarde en los afectados por la radiación.

Lo de Garayalde (ver entrevista aparte) es admirable, tanto en sentido humano como estético. Dispone de una historia servida para una tormenta de golpes bajos y, sin embargo, no permite ni el más mínimo resquicio para que la emoción desborde. Mantiene su ética de narradora y sigue adelante con el relato. Con el legado que le dejó el padre en sus manos, pulsa el botón de play y registra la verdad a 24 cuadros por segundo. La verdad de los hechos y la de ella misma. Su ópera prima es una obra maestra.