Mikis Theodorakis, uno de los mayores compositores griegos y figura importante del mundo musical contemporáneo, murió en Atenas a los 96 años. La noticia no sorprende, pero entristece. Creador inagotable, militante comunista, antifascista convencido y hombre comprometido con su tiempo, Theodorakis fue la proyección moderna del alma griega, el estandarte sensible y humano de esa tradición que encarna la civilización occidental. Si bien se hizo mundialmente conocido a partir de la música que había escrito para Zorba el griego (la multipremiada película de Michael Cacoyannis de 1964), su producción había comenzado en la década de 1950. Música para cine, sinfonías, conciertos, óperas, cantatas, ballet y una gran cantidad de canciones, articulan una producción de profunda marca griega. Su universo musical, de una belleza extraña y refinada, está poderosamente arraigado en su tierra –y sus mares– con el aire inconfundible de lo que de distintas maneras comienza en el mito y termina en la realidad.

Theodorakis nació el 29 de julio de 1925 en la isla griega de Chios, sobre el Mar Egeo, cerca de la costa de Turquía. Comenzó sus estudios musicales en Atenas en medio de la ocupación nazifascista, a principios de la década de 1940. Fue entonces que se alistó en la resistencia y entró en contacto con el Frente de Liberación Nacional, impulsado por el Partido Comunista Griego. Como militante comunista se unió al Ejército Popular de Liberación de Grecia, ELAS, en la lucha antifascista. Fue arrestado, encarcelado y torturado y más tarde liberado, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. Enseguida, siempre en las filas de ELAS, Theodorakis fue parte en la insurrección comunista que entre 1946 y 1949 desató la guerra civil en Grecia. Arrestado otra vez, fue aislado en un campo de concentración y luego confinado a la isla de Icaria.

En 1950 el joven estudiante recuperó la libertad. Completó sus estudios en el conservatorio de Atenas y sin dejar de lado la política comenzó su carrera creativa. Entre las obras de ese primer período se destaca el ballet Carnaval, estrenado en 1954 en la Ópera de Roma. Con veintisiete años y una beca, en 1957 Theodorakis se trasladó a París para estudiar con Olivier Messiaen. Afirmado como compositor para la ópera, el ballet y el cine, comenzó un trabajo cuidadoso y profundo de recuperación de la canción folklórica griega. Sostenía que a esa inmensa riqueza musical le faltaba un correlato poético a su altura y comenzó a colaborar con Yannis Ritsos, el poeta que había conocido en el campo de concentración, también entusiasta estudioso de la canción popular y también apasionado por la política y las luchas sociales. Con Ritsos, pero también con otros poetas como Iakovos Kambanellis (sobreviviente de los campos de concentración nazis), Theodorakis comenzó una intensa obra de revitalización de la música popular de su tierra, incorporando a su tradición musical el pulso poético clásico y al mismo tiempo las fuertes tensiones de un tiempo marcado por ideales de igualdad y libertad.

En 1963, tras el asesinato de Grigoris Lambrakis a manos de fuerzas parapoliciales de derecha –el episodio inspiró a Vasilis Vasilikos para su novela Z, que luego Costa Gavras llevó al cine–, Theodorakis fundó el Movimiento Democrático Juvenil Grigoris Lambrakis, que en poco tiempo se convirtió en una de las principales fuerzas políticas juveniles del país. En 1964, ya electo al parlamento griego por la alianza Unión Democrática de Izquierdas, llegó el reconocimiento por la música para la película Fedra, de Jules Dassin, y enseguida el éxito planetario de Zorba el Griego, con el que dio a conocer al mundo su creación más ingeniosa, el sirtaki. La escena en la que Zorba (Anthony Quinn) y Basil (Alan Bates) bailan esa danza sobre la arena de Creta, cuando ya nada importaba, quedó entre las más entrañable del cine de todos los tiempos. Theodorakis había creado algo que antes no existía. Sobre las formas del hasapiko, una danza tradicional griega, el compositor intuyó el gesto rítmico que iba a distinguir buena parte de su obra posterior, una música que desde su contemporaneidad escarbaba en la cultura profunda de Grecia, en su historia y su folklore.

Consagrado y respetado en todo el mundo, Theodorakis suspendió los arrumacos de la fama para profundizar su compromiso político ante la democracia de su país amenazada. En 1967, con Grecia gobernada por “La dictadura de los coroneles”, el compositor volvió a formar parte de la resistencia, pasó a la clandestinidad y otra vez fue detenido y torturado. Una importante campaña internacional en su apoyo le permitió salir de la cárcel. Prohibida su música, sus canciones, en la boca de las mayorías, ya eran la banda sonora de la resistencia griega al régimen fascista.

Desde 1970 exiliado en Francia, Theodorakis compuso por esta época obras como Canto General, sobre el poema de Pablo Neruda, nacida de los encuentro en París con el poeta chileno, cuando este era embajador del gobierno de Salvador Allende. También trabajaba para el cine con las columnas sonoras de Z (1969) y Estado de sitio (1972), ambas de Costa Gavras y el hollywoodeano Serpico (1973) de Sidney Lumet. La actividad profesional no obstaculizaba su lucha y su compromiso político, aún alejado del Partido Comunista: protestas y huelgas de hambre derivaron en nuevas detenciones. Después de la caída del régimen de los coroneles, en 1974, Theodorakis volvió a Grecia, donde fue recibido como un héroe, y en 1978 fue elegido alcalde de Atenas por el Partido Comunista Griego. Más tarde fue elegido parlamentario en varias ocasiones y entre 1990 y 1992 fue ministro del gobierno de Constantinos Mitsotakis.

Desde hacía tiempo la música y el compromiso político de Theodorakis marchaban juntos, como emblema de Grecia. Sus obras se tocaban en todo el mundo y sus batallas por la paz, por el medio ambiente, por la libertad, lo llevaron en 2010 a fundar su propio movimiento, Spitha (Movimiento Independiente del pueblo). En los últimos años, su actividad se había reducido considerablemente y sus apariciones públicas fueron limitadas, pero se lo seguía considerando la figura más importante de la cultura griega.

Theodorakis presentó Canto General en Buenos Aires en 1973, en Luna Park, en el marco de una gira latinoamericana que tras actuar en México y Venezuela se vio obligada a suspender las actuaciones en Santiago, porque coincidió con el golpe que derrocó a Salvador Allende. Ese año la revista Crisis publicó un reportaje a Theodorakis realizado por el poeta Juan Gelman, además de una serie de poemas escritos por el compositor durante su estadía en Argentina. Volvió con su orquesta a Buenos Aires en octubre de 1994, con una puesta de música y ballet y la participación del bailarín Vladimir Vassiliev. En 2006 su música y su orquesta se escucharon en el Teatro Coliseo, pero sin el maestro, que a esa altura, acaso cansado de tantas luchas, ya no participaba en las giras.

Theodorakis deja una obra inmensa y variada. Sus sinfonías, ballets y óperas dosifican tradición y vanguardia, compromiso y sentimiento, realismo y magia. Sus canciones y obras para cine saben conjugar cultura y popularidad. Entreveradas, vida y obra sostiene a una de las personalidades del siglo XX. Esa vida y esa obra sobre las que se fundó, una vez más, la eterna Grecia.