El aroma del café contiene pasado, presente y futuro. “Soy mucho más que una simple planta. Simbolizo. Defino. Involucro. Doy y quito. Lo he hecho, con mayor o menor intensidad, durante los últimos siglos de mi larga existencia en este planeta”, se lee en el comienzo de Yo, cafeto (Coffee Town ediciones), de la periodista y docente Analía Álvarez, un libro que reúne nueve relatos de ficción basados en hechos reales sobre la evolución del café, desde sus orígenes hasta nuestros días, además de incluir un manifiesto donde la voz narrativa en primera persona desde la perspectiva de la planta revela su preocupación por el cambio climático y la crisis medioambiental.

“Yo soy anterior al hombre actual (…) Conocí al hombre indefenso, aterrado, sobreviviendo en un mundo que no podía dominar. Muy distinto de aquel que milenios después mató a otros por territorio y poder; de aquellos que esclavizaron a tantos millones para enriquecerse; de los que inventaron las bombas –la atómica y otras-, y de todos aquellos que convirtieron este planeta en un colosal sumidero de basura, gases y venenos. Esos hombres, estos hombres, que en el siglo XXI están poniendo fecha cierta a mi desaparición como especie”. Esta sensibilidad declarada al principio del libro anuncia un tono que Álvarez extenderá hacia los relatos, consciente de que para que el acontecimiento más pequeño se vuelva una aventura hay que ponerse a narrar como si fuera una Sherezade cafetera que encadena historias. La autora --que elige para concluir la lucha por el empoderamiento femenino de una madre y una hija en el mundo de la caficultura-- consigue transmitir que vive rodeada de esas historias (y otros más que acaso no incluyó).

El gran mérito de Álvarez es lograr que todo lo que sucede en sus narraciones sea a través del prisma del café. “La riqueza de detalles en sus relatos nos demuestra su esmero en la investigación y su profundo estudio de la evolución del cafeto y su preciado fruto, que la llevan a narrar con una precisión histórica que sorprende”, plantea la periodista Josiane Cotrim Macieira, cofundadora de la Alianza Internacional de Mujeres en el Café (IWCA) Brasil, en el prólogo de Yo, cafeto. En la primera historia aparecen los oromo --grupo étnico que habita el este y noreste de África, principalmente en gran parte de la actual Etiopía, norte de Kenia y amplias zonas de Somalia--, quienes expandieron las fronteras del café.

En “El cafetero turco” el protagonista es Fahir, el dueño de una cafetería en el centro de Estambul en 1632, testigo de una desgracia que se avecinaba. Cada vez que el poder absoluto se vio amenazado el café y los cafeteros fueron perseguidos. Álvarez despliega el inventario de persecuciones, como la que ocurrió en La Meca desde el 20 de junio de 1511, cuando el mandatario máximo de la ciudad, Khair Bey, convocó a un grupo de sabios para que analizaran si el café violaba o no los preceptos del islam. Aunque los sabios determinaron que el café no infringía la ley islámica, debía ser declarado ilegal porque “excitaba la mente”. Además, Mahoma prohibía cualquier tipo de sustancia tóxica. El sultán Murad IV clausuró todas las cafeterías por considerarlas “centros de sedición”. En los relatos del libro emergen personajes históricos como Suleiman Aga, embajador del Imperio Otomano considerado el primer introductor del café en París; pero también la explotación y esclavitud en Brasil, donde once días después de la Independencia, el 18 de septiembre de 1822, un ramo de café era incorporado al escudo de armas del flamante Imperio de Brasil. La mano de obra esclava en los cafetales brasileños fue reemplazada por inmigrantes italianos, japoneses y españoles. Desde comienzos del siglo XX, Brasil es el mayor productor de café del planeta.

Álvarez –ganadora del premio Martín Fierro por su corto documental La Página Final y por su programa radial de investigación Escalera Servida— es especialista Q Grader en café arábica. En 2010 creó el Centro de Estudios del Café destinado a la formación de baristas, catadores y tostadores, y en 2011 abrió la cafetería Coffee Town, en San Telmo. La realidad de los caficultores y caficultoras de pequeñas fincas y cooperativas la transformó en una ferviente defensora de los cafés sustentables, de especialidad, producidos por mujeres y comprados a precio justo. Quizá en el camino de Lola, la hija del cuento final, esté cifrada la experiencia de la autora de Yo, cafeto, con los proyectos hechos realidad, con la vida que late en el aroma de una taza de café.