La pregunta por la vida que queremos es una pregunta que pertenece al ser humano, es decir a los seres hablantes, sexuados y mortales. Incluso podríamos decir que es una pregunta que más que pertenecernos, más bien pertenecemos a ella. Nosotros formamos parte de esa pregunta.

Los seres vivos no están habitados por esa pregunta porque en principio y por ahora, ya saben por sus propios instintos la vida que quieren, incluso tal vez sepan, principalmente, que no quieren que los seres humanos los atormenten, destruyendo su ecosistema.

Los hablantes, sexuados y mortales nunca sabemos de entrada cuál es la vida que queremos.

Dado que no disponemos de un saber biológicamente programado, nos enteramos de la vida que queremos por la contingencia de nuestros proyectos.

Desde siempre llamamos política al intento por el cual se traducen nuestras preguntas en la existencia colectiva.

Sólo en lo colectivo nuestra existencia singular y sus proyectos se despliegan en su verdad. La singularidad irreductible de cada uno, nuestra soledad, nuestra diferencia real con los otros, sólo encuentra su lugar donde reina la igualdad y la justicia. La diferencia que existe en cada uno de nosotros, incluso la diferencia de uno con uno mismo no procede de la desigualdad del mercado, no surge del lugar que nos fue asignado por el sistema de dominación. Eso es por el contrario un insulto a la diferencia.

Del mismo modo la igualdad no es el "para todos lo mismo" de la masa formateada por el capital en su plan sistemático de volver todo equivalente. La diferencia que nos concierne en nuestro ser más propio es la que se puede dar en un mundo de igualdad y justicia.

El neoliberalismo en su nuevo intento del gobierno de las almas fragmenta todo el tejido social, destruye la poética de nuestros legados y pretende que se viva en un presente absoluto donde la pregunta por lo que de verdad deseamos, quede para siempre intervenida y bloqueada.

Es por ello que el neoliberalismo a diferencia de otras tradiciones es una mutación antropológica cuyo afán último es borrar para siempre la experiencia existencial y comprometida de la política, que es como anular la matriz de todas las experiencias.

Es lo que testimonian las actuales derechas ultraderechizadas a partir de su odio generalizado y su activa explotación de la muerte.

Las derechas actuales constituyen una reedición neoliberal del viva la muerte del fascismo histórico. Por eso se percibe tan ostensiblemente que sus voceros mediáticos, no sólo odian la política, sino que se han vuelto expertos en extraer los más ruin y mezquino del ser humano, para constituir una masa cohesionada por el odio, la que se alimenta del mismo como si fuera una droga que siempre demanda una dosis más fuerte. Mientras la Masa es un ente producido por la cohesión hipnótica del odio, el pueblo es un ser que no está nunca producido.

El pueblo no es lo que está frente a nosotros de un modo permanente, sino aquello que irrumpe con su militancia, su música, su poesía, para despertar el dormir inerte de la masa. El pueblo es la renovación inclaudicable de la pregunta sobre la vida que queremos, es el cifrado de las múltiples variaciones históricas de esa pregunta. Por eso nunca se podrá producir un Pueblo, y sí la masa.

Así como lo más singular de cada uno alcanza su significación última cuando se inscribe en lo Común de la sociedad, también en el pueblo se da la apasionante tarea de articular su poder instituyente que viene de abajo, con las reformas, las instituciones y especialmente la permanencia, que otorga la vida de un Estado abierto al pueblo.

Si la historia contemporánea del neoliberalismo consiste en el intento permanente de apropiarse de las vidas que aún se preguntan por el deber de la emancipación, su propósito mayor será extinguir la vida política.

El neoliberalismo en su etapa final (pero cuidado, al final puede llevarle mucho tiempo consumarse), no tiene otra opción que ir hacia una versión ultraderechizada porque se han agotado sus mecanismos de legitimación. De allí su gran compulsión a reclutar seres deshistorizados que marchen al compás del odio contra la democracia popular.

Estamos asistiendo en el mundo a un crack civilizatorio producido por la terrible conjunción de la cruel pandemia y el modo en que el neoliberalismo, como ocurre cada vez que hay una catástrofe, se sirve de la misma para su proceso de concentración ilimitada de la riqueza. En este aspecto, no se trata solamente de unas elecciones, está en juego la vida de la Nación, una vida que no quede reducida a las exigencias brutales de la supervivencia.

El deseo solo puede existir cuando el pueblo se ha liberado de arreglar sus necesidades básicas y se plante como una Nación de hombres, mujeres y no binarios, que sean deseantes.

Que es lo mismo que preguntarse por la vida que queremos.

Evidentemente se necesitarán muchos soportes de distinto calado.

Además de tener una administración seria y prudente de todos nuestros recursos, es necesario también convocar a nuestras herencias simbólicas, aquellas que conforman nuestra historia, nuestros movimientos nacionales y populares, nuestro legado con respecto a la memoria, la verdad y la justicia. Y a una juventud que sabe que la libertad no es la libre iniciativa de los mercados, sino el profundo deseo de no dominar ni ser dominados.

Y a los feminismos, el LGTBI +, los históricos movimientos sociales y sindicales que constituyen las reservas militantes que saben que hay que reinventar un nuevo contrato social en la Argentina.

Los qué amamos este país sabemos que en nuestra historia existe aún un tesoro formidable que hay que seguir custodiando.

Lo debemos hacer por nuestra historia y la memoria de los caídos en sus luchas.

Discutir la vida que queremos, esa vida, que frente a la promoción del odio a la que se consagra el neoliberalismo en su final, hará reinar una vez más en el corazón del pueblo el amor y la igualdad, como bien lo nombra la marcha popular.

El amor es ese acontecimiento que siempre puede producir algo nuevo, pero no sé trata de un amor blando y beatifico. El amor del pueblo cuando acontece es firme, fuerte y no retrocede nunca frente a su causa.

* Intervención en Agenda Argentina